La iglesia de Riaño es antigua. Las hermosas piedras desgastadas rezuman ahora calma y uno se pregunta por las historias, los dramas, los regocijos a los que esas piedras habrán asistido y dado cobijo. Mientras estamos preparando las cosas para entrar en la Cueva de la Hoyuca suena la campana. Es domingo y, seguramente, dentro de un rato habrá una misa. El tiempo está fatal desde hace días pero tenemos suerte, ha parado de llover y nos da tiempo a llegar a la boca. En el camino nos salen algunos perros del pueblo. Uno de ellos nos mira y olfatea desde lejos, mientras que otro nos ladra y se acerca en plan desconfiado pero obedece al dueño y sólo nos sigue a unos cuantos pasos. Se nota que no es una mascota perrijo urbana sino un perro de pueblo. Estos perros saben que son perros y se comportan como perros normales. Por si las moscas llevo mi paraguas de mango metálico y punta aguda. Así colocas a un perro en su sitio fácilmente si es el caso.
La entrada está como siempre: una pendiente de arcilla resbalosa que acaba en una grieta. Se sigue la grieta hacia la izquierda unos metros y se pasa por encima de un agujero desfondado para entrar en un laminador. Enseguida se desemboca en una serie, algo laberíntica, de pequeños pasillos y salas que nos llevan a las bonitas galerías de la red de entrada. Todo el conjunto de conductos se entrecorta entre sí a ángulos fijos.De vuelta a Pigs Trotter Chamber tomamos algo de comer y miramos el reloj. Son las tres y decidimos salir ya. Para llegar a la salida seguimos una ruta ligeramente diferente que requiere una pequeña escalada, seguida de un corto destrepe en un meandro desfondado. Cuando trabajosamente “conseguimos” salir el tiempo está mucho peor que por la mañana. Llueve con cierta profusión, el viento es muy fuerte y el paraguas entra en uso. Cambiarse al lado de la Iglesia es agradable, se puede usar el gran porche lateral de entrada. Mientras tanto le cuento a Guillermo nuestra aventura de juventud: finales de los 70, venir de Madrid por Burgos en invierno con mal tiempo, entrar en la Hoyuca para alcanzar el Astradome por el Sendero de los Gorilas, lleno de agua, en crecida. Prudentemente nos volvimos al exterior después de un corto avance por los Gorilas. Pero se me quedo grabada para siempre como una cueva especial a la que vuelvo a menudo. Siempre que recuerdo la Hoyuca se asocia en mi mente a la Iglesia de Riaño. La magia de la una y de la otra configuran una joya.
Guillermo está muy contento. Se siente mucho más ágil que hace un año y coincide conmigo en los buenos resultados que da la actividad física de la espeleología y, sobre todo, lo apasionante que es visitar cuevas. Volveremos a la Hoyuca dentro de poco para seguir conociendo sus rincones. Nunca defrauda.
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