Lo segundo
que pensamos fue en un traje de huertano porque lo primero, un traje
simplemente, nunca había aterrizado en el armario ropero de Mavil
y por su cabeza no había cruzado la idea de usar tal vestimenta. Yo mismo me vi
enfrentado al hecho de que Mavil enfundado en un
traje de vestir era una contradicción que chirriaba como un taller de fundición
a pleno rendimiento. Pero esa segunda idea, que en honor de la verdad he de
decir que fue aportada por Mavil mismo, no carecía de
encanto. Aunque se por buena fuente que Mavil nunca
se ha interesado por la huerta, ni por las tradiciones huertanas, ni tan siquiera
por la peñas huertanas. Esas peñas en las que uno podía ponerse morado de patatas
a la brasa, alioli, morcillas, longanizas, verduras, ensaladas, zarangollo y cervezas
por un precio casi irrisorio (sin embargo, todo hay que decirlo, en la
actualidad es muy probable que sentarse a ponerse morado en la terraza de una
peña huertana tenga un coste poco irrisorio).
De
cualquier forma: era una gran suerte que el hermano de Mavil
poseyera un traje de huertanico.
Uno de esos trajes carísimos que forman parte de la mitología murciana y al que
sus afortunados poseedores cuidan como a la niña de sus ojos. Y solo para
usarlo una vez a lo largo del año: el día del Bando de la Huerta. Ese día en
que Murcia es recorrida por una procesión de carretas de la Peñas Huertanas
repartiendo, de forma aérea y arrojadiza, berenjenas, tomates, lechugas, ristras
de morcillas, longanizas, blancos y morcones como quien lanza confetis por el
aire. Para terminar finalmente en una bacanal colectiva de huertanos
mitológicos vestidos de blanco, con faja roja, zaragüelles y alpargatas, como
una horda desenfrenada de borrachos que deja arrasada la ciudad de Murcia por
completo. La limpieza de las producciones artísticas, los fluidos -y no tan
fluidos- corporales y los deshechos no biológicos de los báquicos huertanos
puede alargarse varios días. Pero no hubo manera. Su hermano no le prestaba el
traje por nada del mundo. ¡Y mucho menos sabiendo que iba a ser introducido en
una cueva!
Tuvimos
que pensar en algo nuevo y diferente. Todos los amigos de Mavil
sabemos que es profundamente religioso. Tal vez vestido de nazareno. O de cura.
¡Vestido de nazareno o de cura! Esa fue la idea que cuajó. Su amigo Sergio no
podía prestarle una casulla de sacerdote pero si un alba de lino blanco. El
alba de lino me pareció que resultaría menos interesante en un paisaje
subterráneo que un traje de nazareno, rojo, azul, verde, blanco o negro, con
sus vuelos, sus brillos, su capirote y el misterio que emana de esa vestimenta
creada para ocultar a los penitentes. El problema es que Mavil
conocía a pocos con traje de nazareno y a ninguno dispuesto a prestarlo para
actividades extrañas y sospechosas. Extendí la petición de traje entre mis
contactos murcianos y ¡bingo! Una mujer conocida de mi madre, que trabaja a
veces para ella, no tuvo inconveniente en prestarnos el traje de nazareno de su
cofradía: la del Silencio. Perfecto traje oscuro, casi negro azulado, contra un
fondo claro de tonos rojizos y amarillos: las paredes, las bóvedas y las arenas de
la Sima de el Pulpo.
Quedamos el
tres de noviembre para hacer la sesión fotográfica. David (Bicho) y Marisa iban
a venir para ver la cueva y ayudar un poco con las sacas. Pero ese día las circunstancias
no nos sonreían. En primer lugar había olvidado un elemento importante del
equipo: el control por radio de los cinco flashes principales. Eso implicaba su
disparo manual, sólo dos personas para cinco flashes, y su sincronización. El
segundo problema fue la falta de material, metros de cuerda y número de
cuerdas, debido a que Mavil estimaba innecesario
instalar el primer pozo. La tercera dificultad fue la falta de material
adecuado para Marisa. En vista de todo esto estimé oportuno abortar la
incursión y posponerla para Navidades.
El cuatro
de enero volvimos a quedar Mavil y yo. Marisa nos iba
a acompañar, esta vez bien equipada. Las cuerdas y los anclajes serían, Mavil lo garantizaba, más que suficientes. Y el material
fotográfico fue revisado exhaustivamente, incluyendo repuestos de baterías para
cada elemento del equipo. Sin embargo las circunstancias volvieron a jugar en
nuestra contra una vez más. En esa ocasión fue la enfermedad transitoria de un
familiar, exigiendo cuidados, lo que impidió realizar la sesión fotográfica. Pero
todos estos contratiempos no hicieron más que afianzarnos en nuestra
determinación de realizar la sesión. Volvimos a quedar emplazados para el mes
de enero cuando la situación se despejase de nuevo.
Las
circunstancias se aclararon definitivamente y pudimos quedar para el veintiuno
de enero. Anunciaron su posible participación, como ayudantes y acompañantes,
Vicente, David (Bicho) y A. Dólera. Sin embargo a la
postre sólo fuimos los que éramos esenciales: yo como fotógrafo y Mavil como modelo. La dificultad consistía en que dos personas debíamos transportar tres sacas (y un par de cuerdas
adicionales fuera de las sacas). Pero ese nuevo obstáculo no iba a pararnos a estas alturas.
El sábado
veintiuno amaneció un día muy frío y nublado. En el aparcamiento de Los Losares
preparamos en pocos minutos las cosas y aún sabiendo que el Pulpo es una
cavidad templada -casi cálida- me deje un forro polar bajo el mono de tela.
Queríamos irnos lo más rápido posible para evitar enfriarnos. Por el camino
encontramos los vehículos y los integrantes de una partida de ocho
espeleólogos, entre murcianos y alicantinos, que pensaban entrar también al Pulpo.
Aceleramos nuestro ritmo para evitar interferencias. Les dijimos que nosotros
equiparíamos todo. Cuando Mavil se encontraba en la
tercera fijación cayó en la cuenta de que no teníamos tuercas y que iban a faltar en
los parabolts restantes. Y aquí fue providencial el otro grupo. Ya habían
llegado a la entrada y cuando les pedí algunas tuercas resulto que habían sido
más previsores que nosotros. Me pasaron un tornillo con cabeza de argolla en el
que iban roscadas entre 10 y 15 tuercas de métrica 10mm. Se las pase a Mavil que pudo seguir con la instalación sin más
dificultades. Cuando llegamos a la base de los pozos el otro grupo todavía
estaba a mitad del descenso.
Había sudado de lo lindo en unas cuantas gateras para transportar las dos sacas que me tocaban. Lo primero que hice, después de dejar todo el material de verticales depositado en un rincón, fue visitar los dos posibles escenarios para las fotos: la Sala de las Maravillas y El Desierto. Llegar a la Sala de las Maravillas sólo implica recorrer algo más de 100 metros de cómodas galerías que han sido muy bien balizadas para evitar el pisoteo generalizado de los suelos arenosos. Esta versión murciana de la balización se muestra estética, robusta y duradera, aparte de bien instalada (es esperanzador encontrarse con personas que realizan su tarea bien y a conciencia; quizás deberíamos aprender de ellos en otras comarcas españolas).
Había sudado de lo lindo en unas cuantas gateras para transportar las dos sacas que me tocaban. Lo primero que hice, después de dejar todo el material de verticales depositado en un rincón, fue visitar los dos posibles escenarios para las fotos: la Sala de las Maravillas y El Desierto. Llegar a la Sala de las Maravillas sólo implica recorrer algo más de 100 metros de cómodas galerías que han sido muy bien balizadas para evitar el pisoteo generalizado de los suelos arenosos. Esta versión murciana de la balización se muestra estética, robusta y duradera, aparte de bien instalada (es esperanzador encontrarse con personas que realizan su tarea bien y a conciencia; quizás deberíamos aprender de ellos en otras comarcas españolas).
Una breve
inspección de la Sala de las Maravillas no me dejo ni la más mínima duda de
dónde debían hacerse las fotos. Por mucha maravilla que hubiese en su nombre la
Sala de las Maravillas contiene simplemente una profusión de espeleotemas gravitacionales clásicos: estalactitas,
estalagmitas y columnas. Por contra El Desierto es la mayor acumulación de
arenas cristalinas que yo haya visto en cueva alguna. En algunos momentos las
colinas de arena podrían hacernos creer que nos encontramos ante dunas
verdaderas. El paso siguiente fue la instalación estratégica de los flashes el
trípode y el flash frontal para iluminar adecuadamente El Desierto. Desgraciadamente
había dos problemas: primero, la imposibilidad total de pisar fuera de los
senderos balizados; segundo, el grupo de ocho personas que iban a transitar por
los senderos en las próximas horas.
Una vez resuelto el tema de los flashes instale la cámara en el trípode para hacer las
pruebas de iluminación. Durante un minuto todo parecía ir bien. Hasta que las
cosas comenzaron a torcerse. La cámara, las lentes y todos los elementos
metálicos se estaban empañando a fondo. Hubiera sido previsible pero no evitable:
el equipo penetró desde un ambiente seco a unos 7ºC hacia un ambiente cálido,
entre 20ºC y 25ºC, y humedad más del 80%. La cosa estaba cantada. Limpiar la
lente quedaba descartado por el invisible polvo en suspensión. No
parecía haber solución. Pero este nuevo obstáculo
no nos iba a parar ahora. La solución estaba a mi alcance. Me dedique a
calentar la cámara con el calor de mis manos haciendo cuenco. Al cabo de una
hora el sistema había dado sus frutos: el objetivo estaba libre de vaho
y listo para trabajar.
La sesión
fotográfica transcurrió placenteramente. Unas veces con capirote abierto y
otras con capirote cerrado, de perfil, de frente, a 45º, plano de cerca, plano
de lejos, plano medio, más o menos luz frontal… Tampoco fueron necesarias
tantas tomas como en otras ocasiones. Menos de cincuenta y ya tenía suficiente
material gráfico. Fuimos recogiendo todo y preparando las sacas y
la logística de salida. Pero teníamos el problema de subir tres sacas y las
cuerdas que se fueran desequipando. De subida eso era demasiados bultos y demasiado peso.
Fue el
otro grupo el que se ofreció a ayudarnos. Era normal que lo hicieran ya que
habían usado nuestras cuerdas para bajar con algunos principiantes a la sima.
Pero se lo agradecimos de corazón. Sude bastante menos de lo esperado. Las
últimas dos cuerdas de arriba las enlazamos y pudimos sacarlas cómodamente
desde el exterior. Pasaban de las seis y empezaba a anochecer pero estábamos
eufóricos. El frío no nos hacía ninguna mella. Por fin habíamos realizado la
sesión después de tantos obstáculos. La vuelta hacia Molina fue mucho más
relajada que la ida.
Nuevos
retos y logísticas deberán ponerse en marcha para continuar recorriendo la ruta
fotográfica esbozada apenas. Y casi con seguridad deberé reinventarlo todo en cada
sesión fotográfica por venir.