Él estaba dormido cuando despertó temprano. La noche todavía no había comenzado su repliegue. Luego despertó. Los pensamientos se agolparon en rápida sucesión. La naturaleza humana haciéndose notar como un actor hinchado de sí mismo. Inútilmente pugnó por desasirse de sus garfios. Al cabo de un rato salió de su escondrijo y miro con intensidad su pared sur. Desayuno y comenzó sus preparativos. No le llevaron mucho tiempo. Con calma comprobó que portaba todo lo necesario; abrió la puerta silenciosamente y tomo rumbo a CuevaMur en Ramales. No más que una cuevita que ya conocía de muchas otras veces.
La mañana no había conseguido disolver la niebla en los valles cercanos a la costa. Incluso sorprendía su tozudez por aferrarse al paisaje. Pero en Gibaja un agujero en el grisáceo general mostraba varias manchas azules y un pedazo del Hornijo a pleno sol. Pasó por un Ramales desperezándose y dos kilómetros rodando arriba, hacia los Tornos, le depositaron en el aparcamiento de las cuevas Covalanas.
Un par de minutos le dieron de sobra para coger sus cosas y solo necesito diez más para acercarse a la boca. Un mono de tela verde, iluminación de leds y un viejo arnés por todo equipamiento. Desde la polvorienta galería de entrada estaba montado el pasamanos como en otras ocasiones. Y el resto de las cuerdas hasta la Sala del Campamento también. Practico la técnica de andar, tumbado transversalmente a la galería, sobre un costado para pasar los largos laminadores aunque tuvo que reptar en ocasiones. Al final de las cuerdas depositó el arnés, el dressler y un puño Peztl.
Echaba de menos los ruidos familiares de otros compañeros espeleologos pero, en su defecto, encontraba su soledad llena de claroscuros intrigantes. Hubo un momento en que prefirió alumbrarse también con su pequeña linterna Tika que siempre llevaba. Estrenaba una nueva iluminación por leds que, a causa de la escasa carga de las baterías, no rendía todo lo posible. Desde la Sala de los Cristales se encamino hacia la estrecha galería que la prolonga por el sudeste. Todo seguía aproximadamente igual que la última vez que estuvo allí salvo detalles imposibles de precisar por el tiempo transcurrido. Pero pensó que en realidad el tiempo no le aclaraba nada. Decir que había pasado tiempo no le indico ningún escalón de bajada ni de subida. No le dio ningún indicio de cómo escudriñar la densa bola de sus pensamientos. Aunque en el fondo eso no constituía ninguna sorpresa.
Luego camino a lo largo de la Galería con excéntricas arborescentes muy llamativas en dirección noroeste, hasta el comienzo de las estrechas e incómodas gateras que la continúan. No hubo ningún obstáculo que le pareciese falto de interés. Todos ellos le sirvieron para adiestrarse. En un corto lapso de tiempo consiguió, reptando incómodamente, emerger al otro lado de las gateras. Primero pensó visitar las zonas que ya conocía, es decir las galerías que llevan hacia las Salas del Caos y de la Cascada, pero luego lo pensó mejor y no fue en esa dirección. Anduvo hacia la izquierda destrepando y trepando varias rampas y resaltes hasta alcanzar el comienzo de un laminador evidente y parecido a otros laminadores de CuevaMur.
El laminador, abarrotado de columnas, le llevo hasta una sala bien decorada. La sala tenía el fondo plano, probablemente debido al agua que la había llenado con anterioridad. Cuando inspecciono los rincones se sorprendió. Nítidas y armoniosas, de colores terráqueos y cremosos, las excéntricas y los corales tapizaban las paredes de la reducida estancia. La conservación era perfecta. Quizás no era un sitio de moda. Semejante a un gato, la pequeña sala le invito a quedarse enroscado y ronroneante en un rincón. Las agujas del reloj dejaron su estela de tiempo. O quizás el tiempo era el movimiento de las agujas. De pronto sintió hambre.
Recorrió el camino de vuelta como una pista americana. Fuera, el sol se mostraba espléndido. Ilumino los rincones de su alma pero se dio cuenta de que la red de incógnitas era infinita. No se desespero por ello, muy al contrario se congratulo de darse cuenta de que jamás se aburriría ni en esta vida ni en esta muerte... Mientras bebía zumo de naranja sentado al borde del portaequipajes masticó con placer una empanadilla fabricada por la panadería de Eroski. Pensó que las empresas vascas andaban muy cerca de conseguir el máximo absoluto en la fabricación de empanadillas. No noto ningún sabor nacionalista impregnando la masa ni el relleno. Al zumo de naranja, fabricado por Pascual, tampoco pudo sacarle efluvio alguno castellano. Pensó, ya que todos los que le rodeaban en su vida percibían el hecho diferencial, que quizás era debido a sus escasas dotes como catador. Incluso recordó que hace poco un amigo abertzale le había presentado unas gallinas vascas muy hermosas.
Algo más tarde, reflexionando, pensó que quizás podría encontrar alguna persona para escalar en la escuela de Ramales. Recorrió la senda que baja hacia el pueblo. Encontró varios grupos, algunos vascos y otros cántabros, perfectamente integrados en sí mismos en los que no creyó oportuno quebrantar la aparente armonía. El último grupo, constituido por un grupo de cursillistas, estaba encabezado por Ángel, un curtido escalador al que conocía. Charlo un rato con él e intercambió información acerca del equipamiento de vías de escalada. Siguió caminando de vuelta. La Pradera del Eco estaba desierta. Ni un escalador. Observo las rutas nuevas y antiguas de la Pared del Eco y llego a la conclusión de que las nuevas vías constituían un verdadero desafío. En una zona cercana a la vía Nagual, abierta a principios de los 80, observó cinco nuevas rutas que semejaban algo imposible de subir. Más a la derecha, en el aplomo de tres grandes cuevas o galerías, cercanas al rincón sur de la pared, se estaba abriendo una nueva ruta que él ya había imaginado hace quince años. Se congratuló de que una ruta tan hermosa hubiera encontrado un equipador.
Recordó que para llegar al comienzo de esa vía era necesario escalar por dentro de una cueva que forma una enorme chimenea o, alternativamente, trepar hasta la primera de las tres cuevas por la izquierda. Y entonces por un corto tramo, que no necesita linterna, alcanzar las otras dos galerías, que se asoman como ventanas al nivel de las copas de los árboles. Allí puede iniciarse la vía de escalada. Inspirador inicio.