Texto: Antonio G. Corbalán
Fotos: Miguel F. Liria & Oskar
La suerte sonríe de vez en cuando. Y aunque la suerte no es producto del azar solemos creer lo contrario. También he de decir que, en honor a la experiencia, muchas veces la obsesión conduce al error. Miguel contacto con Oskar y conmigo, Hugo contacto conmigo y con Miguel, Carlos contacto con Miguel y todos los cinco contactamos en Ramales a las ocho y media de la mañana el sábado veintidós de febrero. Nos demoramos un poco en el pueblo. Hugo satisfacía su apetito, producto de, cómo el dice, el hipertiroidismo. Le contemple unos minutos mientras devoraba un sandwich, un pincho de tortilla con pimiento verde y un vaso de café con leche. Me entró un poco de hambre, pero pensé que si me comía un pincho dentro de media hora lo vomitaría en el Delator. Así que opté por esperar para almorzar más tarde. Lo malo fue que el almuerzo se produjo a la hora de la merienda.
Después de arrastrarnos medio kilómetro por el Delator como escarabajos peloteros con su bola de mierda sólo se nos ocurrió pasar las dos horas siguientes escalando con movimientos atléticos en bloques de tamaño conteiner. Cuando llegamos a la zona de balización ya habían pasado cuatro horas. Y estábamos bien jodidos (es decir, medio reventaos)
Entonces va Oskar y me dice: necesitas urgentemente tratamiento psiquiátrico. Pero nosotros ¿no hacemos nuestro trabajo por placer? (no como los esclavos modernos cuando van a su trabajo. No como los cuatro mil millones de pringaos que pueblan el planeta. Esos esclavos no sólo trabajan para el amo durante el número de horas que el amo desea, por un salario de subasta a la baja, sino que además gestionan todo lo necesario: transporte, alojamiento, manutención, vestimenta, etc. Así el amo no tiene que preocuparse de nada en absoluto. Si un esclavo cae enfermo o tiene hambre no es problema suyo. Para eso son esclavos autónomos… Además los amos forman una niebla anónima que se entremezcla con los esclavos autónomos formando un batiburrillo parecido a las tripas palpitantes de un cochino recién sacrificado para hacer embutidos. Sólo aparentemente: amos y esclavos se mueven y respiran por las mismas calles y están sometidos a las mismas leyes…) Así que la cuestión principal que nos planteábamos al cabo de unas horas de trabajo, arrastrándonos y deslomándonos, era la siguiente: ¿qué tipo de trastorno mental es el que tienes tú? Mientras baboseábamos insensateces de todo tipo concluí que el más próximo al mío era la obsesión. De los demás -me imagine- que eran un poco masoquistas.
Hugo y Miguel concluyeron la instalación de acceso a la zona. Les quedo especialmente bien. Digamos que muy cómoda. El problema era que sus cálculos arrojaban batería sólo para dos parabolts más y los pasamanos no podían acabarse con eso.Oskar, Carlos y yo concluimos un sector con zonas de tierra pegajosa. Instalamos unas alfombras de moqueta para caminar por encima de ellas. Mientras merendábamos, todos juntos, me devané los sesos intentando optimizar los recursos. Al final me puse en plan sargento porque alguien tenía que hacer ese papel. Llegar allí costaba demasiado trabajo como para desperdiciar la energía de cinco personas charlando. Mientras Oskar, Carlos y yo íbamos a balizar el sector norte de la galería Hugo y Miguel instalarían el pasamanos, exprimiendo el taladro.
No recordaba la belleza de ese lugar. Mientras que en los demás sectores lo que llama la atención es la abundancia, la fertilidad, en éste lo que te toca es la singularidad de cada detalle. El impacto visual es abrumador. Disfrute esta balización como ninguna otra. También, es curioso, hacía tiempo que no veía reírse a alguien como a mis dos compañeros. Entre el esfuerzo y lo paradójico de la situación se les aflojo la olla. Aquello parecía, más que otra cosa, un auténtico manicomio. Mi obsesión por acabar el trabajo era tan grande que no pude engancharme al filo gracioso de aquello porque yo mismo formaba parte del chiste.
Nos volvimos a encontrar con Hugo y Miguel junto a los pasamanos. Eludir el fondo del meandro, lleno de barro pegajoso, es imprescindible en una buena instalación (si deseamos proteger las formaciones cristalinas) La solución de montar los pasamanos a media altura del meandro resulta eficaz, pero es necesario acabarlo. Además hay una zona con barrillo en una de las cornisas por donde va el pasamanos. Será necesario resolver este problema con creatividad en la próxima incursión. Aunque la solución no resulta, de momento, clara.
Era evidente que faltaba mucho trabajo para acabar la balización de Sonámbulos. Era evidente, también que el reloj marcaba las siete de la tarde y era evidente que estábamos a más de tres horas de la salida. Además deseábamos mejorar algunas instalaciones en el recorrido. Si no queríamos sobrepasar las trece o catorce horas de actividad debíamos comenzar la vuelta.
Tuvimos que parar varias veces para hacer pequeños descansos. También paramos a instalar una cuerda en un resalte de cinco metros. Coincidimos en la apreciación de que algunos pasamanos tendrían que modificarse y reforzarse. Como Hugo iba más rápido que los demás en un paso clave se despisto. La variante estaba interconectada a la ruta principal por un resalte sin cuerdas pero pude avisar a gritos a Hugo de que no continuase por ahí. Otro asunto memorable fue la escasez de agua. Ninguno tomo las precauciones debidas y a la postre sólo tocábamos a un trago ridículo. Sencillamente estábamos pasando sed. Puse en on el control automático de avance con tracción lenta a las cuatro ruedas. Deje de pensar y de tener expectativas. Sencillamente me enfrentaba a cada paso como si fuera el único paso. Y así fuimos avanzando hacia la salida.
El Delator soplaba hacia el exterior. Significaba mucho frío en Soba. Y también significaba que ibas respirando el polvo que levantabas al arrastrate. Finalmente recorrimos las grandes galerías de la red de entrada. La última cuesta fue lo que más me costó. No sentí frío al cambiarme junto a los coches. Sin embargo, seguramente, la temperatura no pasaba de los 5ºC. En este momento la sed era la única preocupación que nos quedaba -el hambre era lo de menos-. Soñábamos con una cerveza. En el bar de La Gándara pedimos cervezas Raqueras, tónicas y Aquarius. La incursión tocaba a su fin y todos sentíamos una satisfacción especial por el trabajo realizado y por el privilegio de visitar un lugar tan hermoso. Quedamos en volver cuanto antes a terminar la tarea. Pero, más placentero sin duda, también para una sesión fotográfica en condiciones.