La Fresca
Durante las semanas anteriores nevó y nevó pero hace unos días salió el sol y nos entregó alguna calided. A este frío infernal le debemos una suspensión de la actividad del curso de espeleo en La Fresca. Por fin hoy, sábado 12/3/05, el cielo está abierto y vamos a La Fresca. Una actividad frenética se ha adueñado de todos los seres vivos, ansiosos por beber el sol y el calor y de, por fin, liberarse del encogimiento invernal. En la gasolinera de Solares nos entrecruzamos con espeleólogos, montañeros y gentes de pelajes extraños y lustrosos que desean subir a montañas nevadas, o persiguen esquiar de forma salvaje o, simplemente, intentan perderse entre la hojarasca ancestral.
Un demonio ha tomado posesión de mi esta mañana y ardo en la pura necesidad de actividad. Por mi boca solo brotan ironías y maldiciones y me entran ganas de estrellarme de frente a 140 por hora contra un muro de hormigón. La, frustrada, necesidad de romper alguna barrera se manifiesta en forma diabólica. Las montañas, la música y las sonrisas me hacen calmarme momentáneamente. Algunos autos, para no perderse, nos siguen y al pasar por Arredondo tenemos que volver a buscar el de Aurora. El coche de Vanesa esta parado en Arredondo pero Moisés, que va con ella, conoce la ruta.
La iglesia de Asón, junto al cementerio, es tomada al asalto por la tropa, que organiza una caótica escampada, profanando el lugar. Elijo la suave sombra de una casona para meter el coche de Amelia con la perra Cleo en su interior, condenada a este encierro una buena parte del día. Mientras la perra sufre su tormento, nosotros disfrutaremos la libertad del viento fresco.
El material de espeleo plantea 2345 problemas (resolubles o no). Un carburero se niega en banda a abrirse; no valen ni los golpes, ni la fuerza, ni la maña, ni tampoco el sistema del calcetín mojado patentado por Manrique. Así que es sustituido por otro. Entre unas cosas y otras se nos pasa más de una hora en prepararnos pero solo yo parezco impaciente a mis ojos. Quizás otros experimenten impaciencia también –o algo parecido- pero se lo guardan. Nos movemos hacia la cueva en grupos; en principio 4 o 5 grupos. A mi se me asigna un grupo que, junto con Moisés y Luis, esta formado por los cursillistas Vanesa, Amelia, Aurora y Alberto.
Me pregunto que hago yo de monitor de un grupo de cursillistas de espeleo. De todas formas parece un grupo divertido y vacilón. El despelote generalizado se produce, inevitablemente, a consecuencia del sofoco que sufrimos. Del puro invierno siberiano pasamos a la primavera tropical. Sudamos y sudan. Se suele decir por boca de muchos “estoy sudando como un cerdo” pero yo, que, tanto cuando era un infante como en la actualidad actual, he convivido con y observado a multitud de cerdos -reales y virtuales- nunca he podido detectar un cerdo sudoroso. Sobre este asunto se me ocurre que cuando una humana dice la antedicha frase no utiliza el genero femenino; i.e. la individua en cuestión no dice “estoy sudando como una cerda” sino que dice “estoy sudando como un cerdo”. Esta exhibición de machismo de algunas hembras de nuestra especie es hiriente para los varones y debería atajarse con medidas adecuadas. ¿No deberían utilizar, cuando sea posible, el género específico en vez del genérico “cerdo” para incluir a cerdos y cerdas? ¿Acaso las cerdas sudan como cerdos? Por otra parte debo hacer la observación de que en materia de sudores las hembras de nuestra especie sudan tanto o más que los machos.
Por fin estamos ante la boca de la cueva. Me emociono. La oscuridad y el frescor nos esperan con los brazos abiertos (....). Unos llegan por la derecha y otros por la izquierda pero todos llegan. Me entero, posteriormente, de la frustración de Manrique que, llegando de frente y tarde (con una amiga), nos ve y nos grita desde el otro lado del río Asón, pero no nos alcanza. Y entramos a la cueva; aunque esta vez no vamos en tropel como en anteriores ocasiones, sino que vamos en goteo. Los laminadores, que habían sido anunciados a los cursillistas y que algunos de ellos temían, no merecen nada más que el apelativo de divertidos. La cueva es grandona y gansa como la mayoría de las cuevas del Asón. Todo discurre sin novedad y los avisos de que vamos a pasar por una zona en la que es inevitable embarrarse no hacen mella en nadie.
Y entonces llegamos a los lodazales. Aurora y Alberto que hasta el momento se habían preservado cuidadosamente para no mojarse los pies entran a saco en el tema. Buscamos a tientas con los pies el camino menos profundo para atravesar las lagunas de barro fluido. A cada resbalón profundizamos más en el lodo. De milagro me libro de que la bota de pocero naufrague plenamente. Pero ni Aurora ni Alberto tienen tanta suerte: sus botas acaban totalmente como piscinas rebosantes de fango. A todo esto el ataque de risa está alcanzando proporciones galácticas y el maremoto del diafragma no facilita la concentración en la tarea de navegar los barros. El asunto amenaza ser mucho peor, pues tener los pies mojaos es una cosa pero caer en el fangal es el desastre total. Felizmente nadie cae entero al lodazal.
Superado ese divertido obstáculo solo nos queda el modesto obstáculo de la Vira de la Araña para poder alcanzar nuestro objetivo didáctico: la Sala Rabelais. Como el paso de la Vira se eterniza por todos y cada uno de los aprendices de espeleólogo que sostenemos en proyecto decidimos -mejor dicho: deciden- poner en marcha una segunda opción para alcanzar la Quinta Avenida hacia la Sala Rabelais. Dicha opción es la ruta original que descendiendo, en primer término, a la galería que corta el paso en la Vira de la Araña remonta luego una serie de pesadas gateras alcanzando finalmente el Gran Atajo y el cruce con la Quinta Avenida. De una forma o de otra los espes van pasando a la otra orilla. La mayoría opta por esperar el turno para pasar la Vira. Mi contribución a la opción de las gateras es nula. Podría haber animado fácilmente a que mucha gente fuera por las gateras pero no lo hice porque me parece más seductor para un principiante la Vira de la Araña y porque yo mismo prefería ejercitar la paciencia en vez de el esfuerzo muscular.
Al otro lado nos espera la sorpresa de la Gran Estalagmita que genera un comentario acerca de la escasez de formaciones en La Fresca y la frase “aunque esta vale por todas”. Javier, con otro pequeño grupo de cursillistas, nos sigue hacia la Rabelais pero se pierde al llegar a la zona del embudo gigante, quizás porque allí el sendero atraviesa una zona peligrosa en la que no esta claro que deba uno aventurarse y que, en opinión de algunos cursillistas, podría equiparse con una cuerda de seguro. Las cascadas están a pleno rendimiento y tenemos tanta niebla en la Gran Sala que no podemos vislumbrar sus dimensiones reales. No importa demasiado porque la imaginación funciona con destreza. En la entrada de la Gran Sala se forman amenas tertulias salpicadas de comida, bebida, chistes y comentarios que nos hacen rugir de risa pasando del verde al rojo. Los desbarres, claros o implícitos en cada palabra, burbujean como una olla de agua hirviendo amenazando con cocernos al vapor. Nos libramos de puro milagro de acabar como los langostinos.
De vuelta a la Vira de la Araña nos aguarda la grata sorpresa de una tirolina que salva el salto entre los bordes de la galería. Al principio la miro incrédulo pero después de observar en donde están las fijaciones y de colgarme para probar su tensión concluyo para mis adentros que es fiable y que no va a haber problemas con la flecha en el punto medio. De todas formas paso por la Vira y me dedico a hacer fotos. Me llevo un susto en el Tracastín cuando Alberto resbala cerca de la grieta; pero afortunadamente no pasa nada. Vuelve a resbalar un par de veces algo más allá y obtiene hermosas culadas.
Cuando salimos de la cueva está atardeciendo y nos bajamos sin prisa, pero sin pausa, hacia Asón antes de que se haga de noche. Poco después Cleo sale de su encierro y el perro de Eric la corteja de forma muy insistente. Creo que se trata de un perro muy ligón aunque Cleo le reponde a mordiscos varias veces y por fin acaba escondiéndose en el coche de nuevo.... curioso comportamiento para una perra, aunque es normal en las humanas.
El Mostajo
Henos aquí, de nuevo, una semana después, en Solares, en un día soleado, 19/3/05, con los cursillistas desparramaos por toda la gasolinera de Solares. Alberto y Aurora han entrado a comprar comida en la tienda de la estación y se percibe su atocinamiento general, seguramente por los excesos del viernes por la noche, aunque ellos lo niegan. Pero el detalle de preguntarse mutuamente donde están sus cosas les delata a ambos. Vanesa ya se fue al Mostajo con Moisés&César que van a instalar varias líneas de descenso en la sima. Amelia aparece puntual y diligente, como buena alumna, en el punto de cita. De los breves diálogos entre espeleólogos entresaco que nadie recuerda como ir al Mostajo y que debo hacer de guía general.
La parada en el centro de Matienzo es con ese propósito pero acaba convirtiéndose en una agradable reunión en el bar tomando cafés, cervezas, zumos, pinchos de jamón y más cosas. De pronto me entra la sensación de que vamos a quedar atrapados toda la mañana del sábado en el bar y salgo precipitadamente a toda velocidad hacia la pista del Mostajo. Los demás me siguen como pueden. Donde acaba el asfalto hay una casa y aparcamos a nuestro aire todos los coches.
La mañana invita a folgar y a la charla distendida y de tan distendida que es nos distendemos nosotros mismos desparramando en la conversación pollas, culos, bragas, calzoncillos, tetas y todo lo demás que pueden imaginar sin necesidad de dar detalles. La risa llega al paroxismo, a la parálisis, al dolor de los abdominales y acaba como un volcán peleano. Todo lo dicho en esos momentos coleará a lo largo del día a base de comentarios mordaces y montaraces. Sin desperdicio.
Al cabo de un ratito estamos en la entrada de la Sima del Mostajo. César mantiene una actividad total y Moisés está entusiasmado por el equipamiento. Enseguida empezamos a bajar por las cuatro líneas que se han equipado. Cuando llego abajo, y mientras esperamos que se complete el grupo, nos damos un paseo por la zona de la izquierda según se baja la rampa de entrada. Hay coquetas formaciones. Justo frente a la rampa hay una colección de cráneos de varios animales diferentes que invitan a la tranquilidad. Los cráneos son de mucha eficacia a la hora de poner las cosas en su sitio y todos hemos visto, en películas o grabados, al filósofo o al sabio con un cráneo humano de consejero. Debemos apoyar la vuelta a esa sana costumbre. Los profesores deberían llevar su cráneo (el suyo siempre y otro de hueso) a las clases para instruir a sus alumnos. Pero, dada la dificultad de obtener un cráneo humano, en su defecto podemos utilizar cráneos de otras especies aunque, claro está, los mejores cráneos son los humanos.
Decididos nos ponemos en marcha para llegar sin aglomeraciones a la gatera clave y a lo largo del camino vamos comprobando lo bien que se lo están pasando los cursillistas con los pasajes del Mostajo. Amelia, a pesar de sus premoniciones claustrofóbicas, pasa la gatera clave en primera posición como un obús. A mi me toca ir tras Alberto. Entra muy justo donde se arrima el techo al suelo; un poco más allá donde se debe girar en ascenso a la izquierda Alberto sigue de frente por una zona que, inicialmente, parece más obvia. Por suerte le aviso de que vuelva atrás y alcanzamos sin novedad la salida de la gatera.
Son un encanto las figuritas de barro que algún manitas inglés va dejando en los puntos clave de la cueva, sitios en donde los visitantes suelen parar. Justo en donde se encuentra la ventana de acceso al pozo de 40 -que comunica con los niveles inferiores- hay un belén con estrella y todo. Aurora tropieza con el portalito y se cae la estrella. Paramos poco más allá de este punto, sacamos la comida y actualizamos los carbureros. Un numeroso grupo de cursillistas liderados por César y Moisés se nos unen. Tengo un plátano aporreado que, tras todas las vicisitudes, ha madurado y está vacilón; lo devoro sin misericordia. Aurora y Alberto sacan montones de provisiones que han comprado en la estación de servicio de Solares. Me intriga la energía devoradora de Aurora y le pregunto inocentemente acerca de su hambre y del hambre en abstracto. Pero se niega a jugar con las palabras y me sacude una respuesta heavy. Me está bien empleado por jugar con las palabras.
La sala terminal de esta galería contiene un conjunto de formaciones excepcional. Se trata de unos conos de color rojo oscuro -casi negro- en forma de estalactitas pero que están en el suelo formando unos 30º con la vertical. Dan la impresión de que se formaron verticales y que luego el suelo se inclino. Junto a estas formaciones cónicas conviven un grupo de estalagmitas romas tradicionales de color ámbar caramelo. Aun estando tan cerca, las formas, las texturas y los colores son radicalmente diferentes. Puede que sean de épocas muy distintas. Dejamos a nuestra derecha una bonita desecación poligonal pisoteada por espeleólogos españoles. Quizás me estoy pasando en la última afirmación pero cuando veo destrozos en las cuevas de Cantabria siempre pienso que son españoles los destrozadores. Al final de la sala hay un caos de bloques gigantes con barrillo por encima. Tomando el caos hacia la izquierda y por debajo de los bloque alcanzamos una cámara en que topamos con un fondo final; volviendo la mirada hacia donde hemos venido descubrimos un conjunto de excéntricas obscuras y atractivas.
A la vuelta nos encontramos a más grupos de cursillistas que forman un rosario. Algunos abandonaron el material de verticales a la entrada de la gatera clave y no han podido pasar el último pasamanos. En la gatera clave volvemos a encontrarnos con Pepe liderando a un numeroso grupo. Pepe pasa la gatera a gran velocidad. Y todos los cursillistas con gran maestría. Parecen contentos estos espes. En la gatera arenosa se oyen comentarios asegurando que ha costado más que la clave; ahora, volviendo hacia la salida, es ascendente y eso se nota mucho en las gateras. Se nos despista Alberto durante un rato pero le silbamos su cancioncilla telefónica que es única e irrepetible. Al llegar a la rampa base del pozo nos vuelve a alcanzar. Salimos de cuatro en cuatro por las cuatro líneas equipadas. Alberto elige la que tiene la tirada de cuerda más larga y descubre lo que significa el chicleo.
Es un atardecer delicioso; una suave tarde de verano. Aurora nos dice que le ha gustado más esta cueva que La Fresca pues tiene más cosas divertidas; lo que traducido al argot significa que le va la caña. Se le puede servir una ración extra: por ejemplo la travesía Bloque-Cellagua. Incluso nos cuenta lo bien que se lo ha pasado yumareando el pozo a su aire y tranquila sin ningún molesto monitor que la supervise. El arrullo del ambiente me va dejando suave como una seda. Traspuesto. Esperamos tontamente una hora hasta que César sale desinstalado y me da un dvd que me ha traído de Madrid. Inmediatamente nos vamos al bar de Germán nos tomamos una caña con Manrique -que parece no haberle gustado la gatera clave- y despegamos hacia Solares...