Contemplé como se extendía el Mediterráneo, azul bajo el
sol, hasta el horizonte enmarcado por la nítida línea de la costa. Podía verse
claramente desde Cabo Cope -y más
allá hacia Cabo de Gata- hasta la
Punta de la Azohía en el otro extremo del arco. Esa
costa que me traía, y trae, tantos recuerdos maravillosos cada vez que la veo
de nuevo. Hubo un momento de felicidad y liberación al tomar conciencia de que
vivía en un momento sin límite. Como quien caminando por una peligrosa jungla, en
la que no podemos ver el sol por la densidad y enormidad de la vegetación, desemboca
en un gran claro con una hermosa y hospitalaria casa colonial junto a un lago. Pero esa agradable sensación fue sustituida rápidamente por la
de penoso esfuerzo. Solo éramos dos, Joaquín y yo, y teníamos que subir unos
doscientos cincuenta metros de desnivel acompañados por tres sacas. El material
de verticales de ambos, algo de comida, las dos maletas de material fotográfico
(más un flash suplementario), los trípodes, los trajes con el correspondiente
calzado, tres cuerdas de 30, 50 y 60 metros, abundantes mosquetones, material
de seguridad y líquidos para hidratar. Tenía la sensación de portar un armario.
Aunque comencé con bastante fuelle acabé casi reventado. Había comido hace un
rato un plato de cocido y eran las cuatro.
El primer pozo nos liberó de la cuerda
de 30. Un peso menos. Yo llevaba dos sacas colgadas del arnés y en el pozo, que
no es lo que se dice amplio, me dieron tormento en buena dosis. Delante iba Joaquín
con una saca llena de cuerdas montando la sima. La grieta en rampa se baja bien gracias a unos tacos de madera que
han instalado en las paredes a modo de escalones. Pero la presencia de dos voluminosos
bultos hacía que el destrepe fuera cualquier cosa
menos cómodo. Gracias a que Joaquín volvió a por una de las sacas -aunque había
llegado ya a la cabecera del segundo pozo- pude respirar un poco más profundo.
Curiosamente esa zona era recorrida por una fuerte corriente de aire fresco. La
impresión era que descendía desde la boca. Sin embargo es difícil justificar la
existencia de esa corriente teniendo en cuenta que fuera la temperatura
rondaría entre 10 y 15ºC y dentro, sin duda, entre 20 y 30ºC. Es posible que se trate
de una circulación en anillo en la cual hay un río descendente de aire fresco
y, por otro lado, un río ascendente de aire caliente. La boca debería dar paso
a ambos ríos…
El segundo pozo, cuya instalación es
bien fácil, no nos dio problema alguno salvo conseguir que las dos sacas no se
atascasen en las estrecheces más estrechas. Joaquín estrenaba en cavidad real
un prototipo del frontal que está en una avanzada fase de diseño. La luz que
genera -en el modo de corto alcance- es lo más parecido que he visto a la
iluminación de los viejos carbureros. Con la ventaja
de que ahora podremos escoger la temperatura de color de la fuente de luz. Indudablemente
será un gran paso en iluminación subterránea, tanto en actividades
espeleológicas como mineras. Mientras descansábamos y nos hidratábamos un poco
tras las estrechas estrecheces hicimos algunas pruebas de sus posibilidades. Disparé
algunas fotos con su luz para ver el efecto. Como podía esperarse salieron en
tonos muy cálidos pero con luz difusa, no puntual, útil en fotografía.
La red intermedia nos proveyó del calor
de la cueva y del calor que generamos arrastrando dos sacas, y la cuerda de 50 restante,
por unas cuentas gateras. Y el pozo de acceso a la Sala Cartagena no nos dio
nada más que el placer de saber que estábamos llegando al lugar de la sesión
fotográfica y que, durante un buen rato, no íbamos a seguir cargados como
burros. Observé que en el Callejón de las Flores, una zona estrecha repleta de
flores de aragonito, los espeleos murcianos han sido
cuidadosos y solamente han rozado una de las paredes. Tal cosa es sorprendente y
digna de alabanza dada la fragilidad de las formaciones y la cercanía a la que
obliga el paso estrecho. No menos sorprendido y satisfecho me sentí al ver la
sólida y limpia balización de senderos en la Sala Cartagena. Esto, junto a lo
ya observado en el Pulpo y La Higuera, me confirma que los murcianos se han
tomado muy en serio la conservación de la belleza encerrada en el mundo
subterráneo. Efectivos espeleos.
Escoger la ubicación del modelo no fue
difícil. Se trataba de recoger lo que caracteriza más a esta sala: las
formaciones de aragonito. Una vez elegido el encuadre dispusimos los flashes,
los encendimos e hice pruebas de iluminación. Debido a la blancura de casi todo
lo que hay en la sala tuve que modificar a la baja todos los flashes. No me
costo demasiado tiempo estar satisfecho. Hicimos dos series. En una el modelo representaba
al hombre serio y responsable que es Joaquín y en la otra la mamarrachada más
grande que se le ocurrió. No hay que olvidar que su vestimenta era muy festiva
y juerguista: ¡un traje de huertano murciano! No contentos con una sola
ubicación decidimos realizar otra serie en un punto diferente, en donde el
techo y sus formaciones se hacían protagonistas del paisaje. Aunque todo esto
sucedía a gran velocidad mental yo sabía, Joaquín no, que el tiempo estaba
transcurriendo en grandes cantidades.
Llegó la hora de recoger y lo que es
peor de todo: subir los pozos arrastrando las sacas. El primer pozo me costo
bastante. También le costo a Joaquín. Las zonas peores son el comienzo y la
llegada a la ventana en la cabecera del pozo. Siempre que pude subí escalando.
Para pasar la red intermedia llevábamos uno de los cabos de la cuerda hasta el
tope y luego se recogía. Así cuatro veces. Nos ahorramos el recoger la cuerda
en un mazo y luego el deshacer el mazo. Para el segundo pozo me administre una
dosis de paciencia y extremé las precauciones con la saca en las estrecheces.
Las cuerdas fueron pasando unidas entre si como una serpiente. La última estrechez
fue un verdadero parto. En un punto se enganchó la saca y tuve que negociar con
ella un rato hasta que decidió moverse. En la base del primer pozo acumulamos
en un montón ordenado 50+60 metros de cuerda y unimos el final a la punta de la cuerda de 30. Solo tuvimos que
tirar desde la boca de la sima para que todas las cuerdas saliesen dócilmente.
Unos minutos después daban las 11 en el
reloj de la Ermita de Isla Plana. Entre unas cosas y otras se nos fue más de
una hora en llegar al coche, cambiarnos y ordenar todo. Queríamos tomar una
cerveza pero todos los bares estaban cerrados. Finalmente encontramos una
cafetería abierta en el Puerto de Mazarrón. Me tome una maravillosa pinta de
cerveza con anchoas, aceitunas y cacahuetes. Poco después, ya en camino hacia
Alguazas, repasábamos mentalmente las aventuras pasadas en la Sima Destapada y hablábamos
sobre futuros proyectos. Como siempre, será la vida quien dicte los senderos a
transitar…