25/9/19

Pedro Primero





Después de intentarlo durante unos días pude quedar con  J.L. Llamusí para visitar una de las minas cercana a la Azohía que contenía una “hueca” (cueva natural interceptada por una mina). La cosa estaba complicada en su trabajo debido a varios contratiempos. Entre otros las lluvias e inundaciones que habían afectado al entorno del Mar Menor en los últimos días a lo que se había sumado algunos percances marinos más. El jueves 25 concretamos en vernos en el aparcadero más cercano a las minas, a unos tres kilómetros de la Azohía. Había coincidido una estancia vacacional de mi amigo Joaquín, acompañado por Kevin, y debido a su interés por la zona y a las ganas de disfrutar del mar se unió, él y también Kevin, a la incursión a la mina.
A pesar de haber estado bañándonos y a la sombra cuando vinimos a darnos cuenta estábamos siendo achicharrados por el sol levantino a las cuatro de la tarde. Decidimos taparnos lo más posible. Así que me puse el mono de tela y una gorra. Todos los demás hicieron algo parecido. La aproximación se nos hizo bastante penosa a pesar de ello. 
A la sombra de la bocamina hicimos los últimos preparativos para entrar. Mientras terminaban mis compañeros fui por otra entrada, inmediata a la nuestra, para mirar el pozo que baja directo al nivel donde está la “hueca”. Sondeé con una piedra más de 50 metros. Pero nuestro descenso comenzaba por una rampa que había sido antes escalera de altos peldaños. Enseguida desembocamos en el brocal de un pozo de unos veinte metros de profundidad bastante cómodo de instalar gracias a dos estacas de hierro clavadas en el suelo. Desde su base podíamos ir a la derecha o a la izquierda por una galería cómoda. Siguiendo a la derecha se llegaba en primer lugar al comienzo, a la izquierda, de una rampa escalera de similares características a la de entrada. Unos pocos metros más allá aparecían unas rampas que acababan teniendo que instalarse con cuerdas. Fue por este último camino por el que bajamos en el 2011. Pero en aquella ocasión al final descubrí que las escaleras conducían más abajo y sin tantas complicaciones. 
Descendimos las escaleras y en la ultima rampa pusimos una cuerda de diez metros para hacerlo fácil. Enseguida empezamos a buscar el punto donde, en el 2011, instalamos el último descenso pero no lo encontrábamos entre tantas galerías y pozos. Sin embargo la memoria de Joaquín vino a rescatarnos y resulto que la “hueca” estaba ya en el mismo nivel que nos encontrábamos. Solo subir una cuesta de tres metros y al otro lado se entraba ya las pequeñas salas llenas de concreciones y cristales.
Según nos contó Llamusí el origen de la cavidad era, claramente, hipogénico. Había algunas cristalizaciones especialmente llamativas como los dientes de perro. Hice un buen montón de fotos y permanecimos por allí un rato mirando todos los rincones para comprobar que no había más que lo evidente. Luego fuimos a visitar el resto del nivel y vislumbramos que más abajo existe otro más cuyo acceso necesitaría instalaciones. No estábamos por la labor en ese momento. Recogimos todo y comenzamos la vuelta. En menos de una hora estábamos fuera. Era ya de noche.
Los adormecedores ruidos nocturnos mediterráneos nos acompañaron hasta el aparcadero. Por el camino nos perdimos un par de veces. Mientras Llamusí nos enseñaba unos vídeos de la Cueva de Isla Plana los mosquitos nos atacaron. Rápidamente abandonamos la zona y nos fuimos a tomar algo Canteras. 
La vuelta fue un poco accidentada debido a los despistes y a la falta de gasolina para el coche de Joaquín.       Unos días después Llamusí me contó por teléfono que, por lo menos, había cinco minas. Cada una con su nombre: Aqueronte, Estigia, Pedro Primero, Colón… La que nosotros visitamos era la Pedro Primero. Había localizado un libro digitalizado en la página web del Instituto Geológico-Minero que contenía abundante información sobre todas las minas de la comarca de Cartagena. Un instrumento de mucha ayuda para explorar y conocer las minas y sus “huecas”. Algo que seguiremos haciendo porque, probablemente, hay muchas más “huecas” desconocidas por nosotros…




8/9/19

Lunáticos



Perico consiguió convocar para sacar piedras de la Raja Eiger a seis lunáticos con fe en la tarde del domingo 8 de septiembre. Desde luego menos caluroso que la última veza que habíamos ido. La cita era a las 4:30 en su casa. A esa hora me reuní con Perico, Abdón, Tocho y Vicente. Faltaba un amigo que iba a venir un poco más tarde. Pensamos que lo mejor era enviarle una ubicación del parking del Corque. Nos repartimos en dos coches, la maravillosa furgoneta de Abdón y el coche de Tocho, y partimos hacia Caprés.
Aunque la tarde era agradable el sol picaba y decidí coger el parasol. El peso que había que llevar era escaso así que también tomé el equipo fotográfico para hacer alguna foto de la Raja. En menos de media hora nos plantamos en la boca de la cavidad.
Mientras Vicente y Abdón sacaban piedras como podían de la estrechez sopladora lateral los cuatro restantes formamos una cadena humana para sacar piedras desde el fondo de la rampa-tubo descendente. Con una pendiente de unos 45º lo mejor en esta rampa es utilizar unos pequeños contenedores de PVC que una vez cargados se deslizan cuesta arriba arrastrándolos con una cuerda.
La velocidad de extracción que cogimos fue muy satisfactoria. Al final conseguimos bajar unos dos metros. Los indicios de aire moviéndose y de aumento de los huecos entre clastos son una señal positiva acerca de las posibilidades de alcanzar cueva franca. También los duros trabajos en la grieta vertical lateral mejoraron la perspectivas de lograr anchura para el paso de un ser humano hacia galerías más francas.
Hubo cortas oscilaciones en el sentido del flujo de viento pero la tónica de la tarde fue aspirante. Al atardecer la temperatura ambiental bajó con decisión. A esa hora el flujo aspirante tomó un carácter fuerte e incluso violento. Lo que nos indica que en la zona de la otra boca la temperatura ambiental es más alta. O que la otra boca está más alta. Pero todo esto son teorías que esperan su confirmación…









5/9/19

Tío Agüera


Aunque la Cueva de la Plata W presentaba interesantes atractivos, ni la conocía lo suficiente para llevar a principiantes, ni quería plantear el tema de bajar y subir por verticales con Iris. Ella deseaba entrar en una cueva y por aquí las había interesantes, aunque quizás no tanto como la de la Plata W. Opté por llevarla a la Cueva del Tío Agüera, muy cercana al parking donde comienza el ascenso a la Sima Destapada. 
Desde nuestro alojamiento a ese punto nos demoró menos de diez minutos ir en coche. Y desde el parking a la boca de la cueva unos cinco minutos. Nos habíamos vestido con las ropas adecuadas al lado del coche y en una saca había metido los repuestos de luz, un cordino y una botella de agua.
La boca, de pequeñas dimensiones, estaba protegida por unas piedras, unos tubos y una tapa metálica de 0.5x0.5. Seguramente con la loable intención de evitar que alguna persona humana o no humana cayese por la vertical.  Una viga metálica en la zona cenital intentaba asegurar posibles desmoronamientos del techo.
Descendí con cuidado ese primer resalte y ayudé a Iris a aterrizar de modo seguro. Eduardo destrepo con un poco más de dificultad por su envergadura. Reunidos en una plataforma procedimos a destrepar otro resalte de similares características que el anterior. Aterrizamos en una pendiente terrosa sembrada de bloques pequeños. El calor y la humedad hacían del lugar un mundo tropical.



Recorrimos la bonita sala con abundantes corales gorditos –de calcita-, y zonas de aragonito blanco. Pensando que habría otra sala mayor me metí por todos los rincones. Uno de ellos mostraba una exuberancia de flores de aragonito. Pero ningún rincón conducía a un paso hacia alguna sala diferente. La cueva era eso: la sala en la que estábamos.Luego tomamos desde la sala una corta galería lateral que nos llevo a un gour con cristales flotantes, coladas y columnitas. Todo muy coqueto. Pero de otra sala nada. Decidimos salir.
                    Un rato de indecisión nos llevo a un bar de la Azohía en que ponían granizados. La verdad es que en esta época del año toda la hostelería de la zona o está a medio gas o, sencillamente, ya no está. Los granizados tenían demasiado granizo pero de sabor eran buenos. De cualquier forma sirvieron para reponer el liquido perdido en la sudada tropical que nos había regalado la cueva…