Hemos quedado a las siete de la mañana y me he levantado antes de las seis, pero apenas he dormido. Siento un poco de reparo a meterme en una sima algo exigente debido a mi falta de entrenamiento y a lo poco apetecible del madrugón. Me llevo la cámara y dos flashes. Si consigo que dos compañeros asuman la tarea de llevarlos tal vez podamos sacar alguna foto interesante.
Cuando nos encontramos en un restaurante cercano a Tina Menor todavía es de noche. Pero justo a las siete abren la Casa Azul para servir desayunos en las terrazas. Aunque la verdad sea dicha no esta muy acogedor el ambiente. Desde hace varios días ha llovido mucho y hace frío. Saludo a los que conozco, Pon, Jaime, Suko y Vanesa, y me presentan a los que no, Álvaro y J. Antonio. Mientras nos sirven unos cafés me coloco a cierta distancia del personal, me preocupa contactar con un grupo tan numeroso y compartir luego los espacios angostos en la cueva. De cualquier forma pienso llevar mascarilla.
Aparcamos unos tres kilómetros antes de Puente Nansa para cambiarnos de indumentaria en un lugar cómodo con una parada de autobús cubierta. Sin embargo tenemos que subir por una pista con los coches para acercarnos más a la boca. El problema es que arriba hay poco sitio para aparcar bien y ninguno para guarecerse. Dejo el coche abajo y subo con Pon en su furgoneta. En otra furgoneta suben Suko, Vanesa y J.Antonio. Hago entrega de los flashes a Suko y Pon. Mientras ultimamos los preparativos va amaneciendo.
Una senda poco marcada baja por un campo de tojos y arbustos hasta la pequeña y camuflada boca. El primer pozo es limpio y aterriza en una rampa de piedras medianas. Un poco más abajo se pasa una incómoda estrechez que, originalmente, estaba obstruida por bloques. Un trabajo excelente el sacar los peores bloques y asentar los que quedan con espuma de poliuretano. Esta zona estrecha se prolonga una decena de metros hasta desembocar en una amplia galería con distintos niveles que cambia bruscamente de dirección.
Una serie de pozos rampa, que incluye uno especialmente largo y pesado, nos depositan en una galería activa por la que tenemos que agacharnos y mojarnos un poco. Un pasamanos nos permite evitar un pozo regado mediante varios pozos más pequeños. Abajo seguimos el arroyo que discurre por un meandro decorado de rayas blancas y grises.
Por una sala arenosa abandonamos el río, que se pierde a la derecha, y así entramos en una zona fósil. Se suceden subidas y bajadas, salas grandes con bloques y zonas de delicadas formaciones que los exploradores han balizado cuidadosamente. Así llegamos a un confortable vivac, bien aplanado, con un gran toldo azul que lo hace muy acogedor. Paramos un rato a descansar y tomar algo. Parte del material que transportamos se queda aquí.
De vez en cuando hago alguna foto con la ayuda de los dos ayudantes que portan flashes. Esta zona tiene abundantes gours cristalinos y pequeños resaltes y pasamanos que van sumándose a lo ya recorrido hasta hacernos sentir cansados y muy lejos de la entrada. El principal problema de ir con la mascarilla puesta son las gafas empañadas. Es un tormento y a veces me las quito.
El objetivo es llegar a una estrechez especialmente estrecha que solamente permite pasar a algunos privilegiados. El grupo tiene la esperanza de poder ensanchar el paso lo suficiente para que puedan pasar todos los exploradores. Una breve inspección de la zona me indica que tenemos corriente de aire débil y en contra. Por otra parte está claro que la zona es de dimensiones reducidas. La conclusión es obvia: si se hace una desobstrucción el humo nos envolverá como una niebla. Como el plan de desobstruir sigue adelante opto por alejarme de la zona e ir tranquilamente hacia el vivac para esperarles allí.
Durante la vuelta tengo la oportunidad de ir fijándome en más detalles que a la ida. Sin duda se trata de una zona muy bonita. Me siento a esperar en el campamento y me pregunto donde harán las necesidades en una zona con tantas concreciones y gours por todos lados. No tengo que esperar demasiado tiempo antes de verlos llegar. Solo han hecho un intento de desobstruir dado que el humo era inaguantable.
Mientras se ponen a tomar algo decido seguir para empezar a subir la sima sin que nos amontonemos demasiado. Al cabo de un rato llego a un punto dudoso. Hacia la derecha sube una cuerda roja y sucia y hacia la izquierda sigue un pasamanos y un pocete. Doy un par de vueltas y como no recuerdo bien me siento a esperarles. Pero me fijo en una flecha con catadióptrico que no había visto en el primer momento y continuo. Cruzo la sala arenosa para luego alcanzar las primeras cuerdas. Después de subir tres pozos llego a un paso con un estribo para ayudar a remontar. Como no recuerdo ningún estribo me inquieto. Espero un largo rato y revuelvo un poco yendo y viniendo hasta que veo a Jaime venir por los pozos. Me confirma que el estribo es paso obligado pero que a la bajada no se usa y pasa desapercibido. Enseguida se llega a la ratonera del arroyo y a los pozos de salida. Me cuestan bastante esas rampas resbaladizas con cuerda que chiclea. Finalmente alcanzo la salida cuando el sol se está poniendo sobre Peña Sagra.
Me espero hasta que sale Jaime. Empiezo a tener frío. Como aún tienen que salir cinco personas más las cosas pueden demorarse bastante. Decido subir hasta la pista y bajarme al coche tranquilamente para cambiarme de ropa. Gracias a eso aguanto el frío y me siento bien.
Ya es de noche cuando aparecen todos en los vehículos y puedo recoger las cosas que deje en la furgoneta de Pon. Allí mismo nos despedimos. Estoy cansado -todos estamos cansados- pero contento de haber aguantado bien la actividad.
La Sima del Tilo merece la pena y dará para mucha exploración. Pero lo más importante es que los exploradores pertenecen a esa nueva generación en la que conservar, balizando, es tan importante como la propia exploración. Todos estamos cansados de la eterna historia de lo que era el paisaje subterráneo antes de que los humanos llegásemos y lo que es después de unos años de tránsitos. Estamos a tiempo de salvar muchas cuevas y de rescatar de la zafiedad muchas otras. Es lo único que dejaremos como recuerdo en el mundo espeleológico cuando todos nos hayan olvidado.