Hará unos dos mil años, en época romana según unos pocos indicios históricos, de la mina de Mercadal extraían los romanos calamina. Más tarde, y ya recientemente en los siglos XIX y XX, piritas y blendas. A esta mina podría llamársele actualmente cuevamina pues el aspecto de una gran parte de las paredes y suelos de sus galerías, abandonadas hace décadas ya, es completamente natural. La naturaleza ha ido haciendo su trabajo y los depósitos y formaciones cubren un porcentaje notable de las superficies dándoles un aspecto similar al que puede tener cualquier cueva bien decorada. La enseñanza que podemos extraer de esta trivial observación es muy sencilla e inspiradora: en muchas ocasiones no hacen falta grandes actuaciones o intervenciones (coordinadas u orquestadas por fundaciones, ongs o similares) sobre el medio natural para restablecer su equilibrio y belleza. Tan sólo es necesario dejar que la naturaleza haga en paz su trabajo. Simplemente "dejar de la mano de Dios" expresión que en algún sitio, no recuerdo dónde a pesar de intentarlo con ahínco, mostraban como la "teoría subyacente" a la creación de las Reservas Naturales de Rusia (zapovédnik) a finales del siglo XIX en época del último zar Nicolas II.
No siempre ha sido tan difícil cuadrar una salida montañera o espeleológica, o simplemente senderista, como ahora. Hace años quedábamos, en grupos de cuatro o más personas, para irnos todo el fin de semana saliendo el viernes. Un par de décadas después salíamos un día del fin de semana, sábado o domingo, y era algo difícil conseguir ir más de dos. Actualmente un día suele ser difícil de cuadrar para grupos reducidos, incluso de dos personas. A veces se sale tan sólo una mañana o, aún menos, tres o cuatro horas, para volver a tiempo de alguna comida, celebración o para hacer otra actividad por la tarde. Así van las cosas es previsible que en unos años ir a algún lado en grupo sea una rareza e incluso esté mal visto ya que usar el coche o molestar a la fauna estará controlado, regulado y penado. Pero a día de hoy todavía es posible ir a ver una cueva, así que con algo de suerte y paciencia se pueden cuadrar las cosas, ¡y esta salida pudimos concretarla! El domingo 30 de junio Roberto, su hijo Adrián, César, su hijo Mateo y yo quedamos en el parque de los "patos".
En un sólo coche ya, nos acercamos hasta un aparcadero herboso justo donde empieza la pista hacia la mina. La vegetación, exuberante y recrecida, impedía seguir los senderos y, de no ser por Roberto, no hubiésemos encontrado la boca. Pasamos por una zona de grandes árboles y poco después en un rincón vimos los porches. Nada más entrar al voluminoso recibidor/distribuidor nos topamos con un desnivel vertical que circundaba un profundo lago. Vimos que toda la cuevamina tiene las galerías inferiores inundadas. Parece ser que el nivel de esas aguas varía ampliamente, dependiendo de las lluvias, llegando en algunas temporadas a estar completamente seco. Mientras íbamos avanzando en dirección "eje principal" la tónica fue encontrar a la izquierda ventanas o galerías que daban al exterior y desniveles bruscos a la derecha que daban a lagos o a galerías inundadas. Más allá aparecieron en la ruta traviesas de madera, un aporte de agua en forma de arroyo y un sapo/rana. Según informaciones recibidas esa galería se va aproximando a las galerías de Reocín con las que, en teoría, contacta. Pero hay demasiado fango profundo que impide el paso a las bravas sin usar algún invento que permita andar sobre dicho fango. Me aventuré veinte metros galería adelante y casi pierdo las botas de pocero. Volviendo ya atrás encontramos, gracias a Roberto, un paso a niveles superiores con galerías igual de decoradas que las del nivel principal y, en algún caso, oliendo fuertemente a huevos podridos (sulfuro de hidrógeno). Fue necesario aguantar la respiración. Nos entretuvimos mucho, sobre todo los chicos, admirando los pequeños detalles de suelos y paredes. Para poder verlo todo mejor y hacer alguna foto hicimos abundantes paradas.
Fuera todo estaba tranquilo. En el parque de los "patos" un ganso de pico negro con un cerco blanco y una mancha naranja me hizo honores, todos menos yo se habían ido a comer, amenazándome con sus gorgoteos y mirándome con intensidad. Pude hacerle fotos, pero tuve buen cuidado de no poner mi mano al alcance de su duro pico de ganso. Ya se sabe, los gansos son así de bordes. Y aunque este ganso en particular no me dejó la opción de preguntarle por su gansa creo que las gansas también se las gastan finas...