La idea original era muy simple: Partiendo del Portús recorrer el cómodo sendero hasta Cala Estrella y abordar la Cueva del Gigante por el corto tramo de ferrata que facilita llegar la boca con un mínimo esfuerzo. Sin embargo a fecha del viernes no estaban los seguros espeleológicos (para un día) que gestiona la federación. Cabía la posibilidad de prescindir de los papeles ya que el tramo de ferrata es muy corto y la supervisión de los inexpertos puede llevarse estrictamente. Incluso asegurarlos con una cuerda auxiliar. Pero claro, al tratarse de menores la decisión corresponde a los padres.
Vista la situación buscamos una alternativa sin ferrata que no necesitase arneses ni otra cosa que andar con cuidado. A Cala Estrella puede irse por varios senderos, bien desde el Portús o también desde Tentegorra (Cartagena). Esta última posibilidad me pareció más atractiva sencillamente porque no la conocía. Así pues quedamos en el aparcamiento del Monte Roldán el sábado a las diez. Venía Marisa, Jorge y Vir con toda su familia (Anatole, Gabriel y Alejandra), un grupo muy similar al de hace tres semanas en la Catedral de Cope.
La primera parte del recorrido, hasta el Mirador Bajo de Roldán, es, al principio, pista de tierra y luego muy buen sendero, todo por bosque de pinos. Desde el collado del Mirador ya se veía, allá abajo, la Cala Estrella pero no estaba claro cómo tomar el sendero hacia ese destino. Al mirar con más atención, empezamos a sospechar que el sendero hacia Cala Estrella no iba a ser tan bueno como el que habíamos recorrido ya.
Una pequeña canal era la última dificultad para llegar a la orilla. Para llegar a la cueva desde ese punto era necesario ir a pie de acantilado, justo junto al mar, unos doscientos metros al oeste. Sin embargo el oleaje era muy fuerte y batía en muchos puntos por los que debíamos pasar, así que la decisión más sabia fue posponer la visita a la cueva para otro día. Además teníamos a Anatole -las rodillas no le respondieron bien en la bajada- y a Gabriel esperando sentados al principio de la canal. Había que tomarse con mucha calma la subida. A lo largo de la mañana había estado nublado pero amagaban los claros y el sol de la siesta no era precisamente suave.
Hicimos la subida por etapas, con largos descanso. En uno de ellos dormí una siesta. Cuando alcanzamos el collado nos instalamos un buen rato bajo un gran pino de sombra generosa. Desde allí no paramos hasta llegar a los coches, cuando ya serían las seis de la tarde. Allí soñamos despiertos con tomarnos unos granizados, los más ilusionados eran Alejandra y Gabriel. Después de meter los bártulos en los coches y cambiar un poco de indumentaria nos acercamos a una heladería cercana en el barrio de la Vaguada entre Cartagena y Canteras. Los granizados eran raros de narices, el de café fuerte como un rinoceronte, las horchatas sabían a melón, la leche merengada mucho a canela y el único normal, al parecer, fue el de limón. Una larga charla nos ayudó a comprender un poquito la constelación, o laberinto, familiar de Anatole. El camarero era bastante borde pero la situación general era muy divertida. Al final cada cual se fue en dirección a su casa a descansar plácidamente. Seguramente algunos pensaban en volver a la Cueva del Gigante cuanto antes y otros en no volver nunca jamás...