Aparcamos frente a una cabaña en una zona algo más llana (¿sería Llaneces?) donde comenzamos los preparativos que luego continuaron en la entrada de la cueva y en el inicio del primer pozo. Varios compañeros luchaban con los tochos de carburo en un vano intento de romperlos en pedazos suficientemente pequeños para que cupiesen en los depósitos de los carbureros. Algún trozo salio volando despedido por el impacto de un pedrusco. En otro frente de batalla bregaban con el ajuste de los arneses para adaptarlos al tamaño deseado (culo pera, culo manzana o culo escurrío). El frío mordía en las desnudas carnes expuestas brevemente. Algunos perros vociferaban desde una granja de vacuno cercana. Había otros perros que hablaban menos en un chalet cercano. Ninguno de nosotros ladraba en voz alta ni tampoco aullaba.
Además de Julio, Encarna, Miguel, Antonio, Manu y Juan viene Noelia (Ya tengo convencido pa Llanezas al padre rumboso q me lleva a Solares y al ex estable que acudirá a la cueva facilita, así que cuando sepáis la hora a la q tengo q estar en la gasolinera? la estación? me cuentas. Viva viva! Gracias.) con Pablo. Hace un frío del demonio que ha dejado escarchada -como nevada- Cantabria. La subida al puerto de Alisas me hace arrepentirme de llevar el coche por un forzado y sorpresivo paisaje revestido de patinaje sobre hielo. Más tarde, en la plaza de Arredondo, hay que organizar la movida. Subiremos en dos coches los ocho hasta Llaneces. Uno será el mío y otro el de Juan. De camino aparecen la cabaña que recientemente han comprado los espeleólogos franceses, varios chales nuevos y la estación de telefonía celular de Airtel.
Pudimos andar por la pradera con calma, pero no lo hicimos con ese raro estado de ánimo sino con prisa. No supe encontrar la razón principal pero sí otras. La primera valla tenía un cierre de quita y pon, pero la segunda estaba hecha a propósito para el aprendizaje de la maledicencia. En un metro de altura tres líneas de alambre espinoso bien tensadas entre estacas cercanas. Se me cruzo la idea de partir las líneas de alambre. Más no lo hice porque no tenía la herramienta adecuada a mano. Luego llegamos a la dolina de la cueva. Muchos robles la rodeaban y la rellenaban con sus hojas, caídas a finales del extraño otoño.
Nos paramos y continuamos. Así varias veces hasta que paramos más tiempo en los aledaños del primer pozo. No tiene ninguna fijación. Hay que instalar en anclajes naturales. Manu se afana, creo que asumiendo la responsabilidad de la instalación, colocando con perfección una cinta ancha de color negro mate alrededor de un gran bloque plano de falso techo caído sobre una zona de roca más sólida, rejunteada con barrillo pringoso. La cuerda sale a 45º y apoya sobre el barroso borde del pozo. Imposible colocar un desviador en la roca pudinga de cantos y barro seco. Mejor una saca para evitar el roce y luego un fraccionamiento a pocos metros. Añado un reaseguro a otro natural con unos cordinos que he traído. El pozo tiene menos de veinte. Una lluvia de gotas gordas riega su base pero escapamos fácilmente por una especie de portal hacia un balcón sobre una galería muy amplia. Las formaciones comienzan aquí. Mientras sigue el goteo de compañeros bajándose desde el balcón algunos comienzan a hacer fotos mientras otros instalan la pringosa rampa que sigue. Manu duda ligeramente pero no hay ninguna otra continuación que le suene. Es por ahí.
La rampa de barro nos exigió colocar la cuerda en una estalagmita. Aparentemente hubiéramos podido destrepar sin cuerda la rampa pero, de hecho, era una trampa imposible de remontar como se demostró luego al subir. Una gatera embarrada pringo todo lo que habíamos mantenido limpio hasta el momento. Incluidas las gafas. Desde la amplia plataforma a la que accedimos teníamos que bajar hasta una galería gorda –nivel de fondo de la cueva-. La instalación dejaba mucho que desear. Menos de 10 metros de vertical pero apoyando en el cortante borde de la plataforma (hueca por debajo) y con una cabecera formada por dos spits en el techo. La roña de las roscas no permitió meter a fondo los tornillos. Chapas que quedan locas en su emplazamiento... un poco demencial todo. Se nos ocurrieron dos posibilidades netamente mejores para instalar este pequeño pozo; una de ellas limpiamente por la IZQUIERDA y otra por un pasamanos a la DERECHA.
Abajo nos ponemos a hacer fotos. Hay tres fotógrafos y sin embargo -o quizás por ello- no damos abasto. Excéntricas de aragonito, de calcita, cristales recubriendo las paredes, banderas, formaciones clásicas, estalagmitas de aragonito, y las formas de la galería. Pequeñas agujas de yeso se encuentran dispersas por el suelo. Poniendo la cámara sobre un trípode en el modo “fuegos artificiales” se dispone de 3 o 4 segundos para disparar todos los flashes de los que se disponga. Algunas fotos salen bien, otras mal y la mayoría regular. Al final de la galería nos paramos a comer. Encarna nos alimenta con los filetes de una novilla de su propio ganado. Y seguimos con las fotos. La desesperación lleva a Noelia, Pablo y Encarna a remontar el primer pozo y apostarse en la plataforma. Se justifican con la milonga de que ellos van más despacio que los demás en los ascensos. De cualquier forma ahora nos lanzamos hacia otro sector de la galería sin cristalizaciones llamativas pero con formas seductoras. Un fino suelo de barro seco absolutamente plano pavimenta una zona de bóvedas ondulantes. Continuamos haciendo fotos. Agarro una depresión por mi pequeño flash Metz que ha dejado de funcionar.
Varados en Arredondo y tomando cervezas la conversación que mantengo con Encarna se centra en comparar el grosor de sus huesos con los míos. También en fiestas que se avecinan. Más tarde Noelia nos cuenta de su maravilloso benefactor que cataliza energías para que ella aguante en la biblioteca de Torrelavega estudiando las tres asignaturas que le quedan para acabar. Mientras conduzco cuenta una historieta sobre seres queridos, de una amiga o prima, empotrados contra un camión en un aparatoso accidente. Y cuando agota ésa comienza otra historia alucinante sobre cómo engaño a su madre para que no se diera cuenta de que se había merendado un paquete entero de sobaos gigantes El Macho (son enormes y con mucha mantequilla... lo paso fatal atiborrada de sobaos). Luego compró otro paquete y lo inicio para que todo pareciese normal. Por último, pero no menos interesante que lo anterior, Noelia se enzarza con Encarna en una discusión sibilina sobre la universalidad de la manipulación y la maldad. Maldad genérica. Los demás viajeros estamos estupefactos. Me acuerdo de los nueve gatitos que tiene la madre de Encarna ¿existirá una maldad gatuna universal? ¿serán los gatitos jóvenes manipuladores de tipo genérico? Los interesados en la respuesta pueden consultar enviándome un mail.