29/4/17

Un día de Primavera



Hace pocos días, cuando le propuse a Jesús una foto en un entorno de cueva para el fin de semana del 29/30, él me dijo que iba a ser difícil porque tenía a Alan a su cargo pero, aún así, quedo en darme una respuesta definida al día siguiente. Felizmente la respuesta fue positiva, Alan se vendría a la excursión, y, en consecuencia, pude pasar a la siguiente fase de la organización de la sesión. Le puse un wassap a Laura y después de un breve chat tenía su promesa de venir a realizar la foto.
El sábado por la mañana -habíamos quedado en Solares- me llamó por teléfono Jesús para decirme que tenía dificultades insuperables para llegar a las diez. Como solución retrasamos la cita a las once y media. En ese tiempo añadido todos pudimos adelantar trabajos y tareas en casa.
Finalmente Jesús y Laura supieron quien era el otro en la foto. Yo sentía curiosidad ante esta reunión de una profesora recién llegada a la profesión y de otro con un largo camino recorrido. No es difícil imaginar que también ellos, aunque se conocían ya, sentían curiosidad mutuamente. Una conversación fluida se instalo entre los cuatro (a la postre Alan no vino): ellos dos , Marisa y yo. Montamos en el Avensis para ir más cómodos.
La Primavera estaba exultante esa mañana. Eso podía percibirse en el murmullo de la vida vegetal, en las conversaciones entre los pájaros y en el frenesí de todos los bichos vivientes. Y también en los pensamientos. Uno tiene pensamientos primaverales que son muy diferentes de los pensamientos invernales o de otras estaciones. Desde el aparcamiento hasta la cueva de La Puntida un paseo por la pista hacia Ajanedo y un ascenso por senda boscosa alimentó la sensación de acierto. Era un momento perfecto para pasear por esos lugares.
La enorme boca de la cavidad era el lugar adecuado para pararse unos minutos y comprobar que las luces frontales funcionaban. Un poco más adentro la penumbra se adueñaba de todo y más allá imperaba la oscuridad. No íbamos mucho más lejos del límite de la luz, pero sí lo suficiente para necesitar iluminar nuestro camino. Anduvimos suavemente por esa cueva que guarda misterios, o tal vez sólo preguntas sin respuesta. La de su posible conexión al Sistema del Alto del Tejuelo es, casi con seguridad, la que más interés levanta.
           Al pasar unos grandes bloques -con incómodos y algo delicados pasos- la luz proveniente de exterior se esfumó por completo. Al continuar adentrándonos Laura preguntó si íbamos a ir más adentro. A Laura las cuevas no le hacen mucha gracia. La respuesta que di, en la que mezclé alguna reflexiones acerca del uso ancestral de las cuevas como refugio, tranquilizo un poco a Laura. Nos faltaban menos de cien metros. Prácticamente nada. Al pasar una gorda columna la galería se humanizaba y el paisaje cobraba unas dimensiones perfectas para poder trabajar con el equipo humano y con el equipo técnico. Nos asentamos en un lateral y mientras yo comenzaba a colocar los artefactos Jesús se dio un paseo hacia la soledad y Laura permaneció cercana a Marisa y mí. En una media hora todo estaba listo para hacer las fotos.



La primera serie consistió en expresar admiración y respeto por la cavidad. La segunda serie fue algo parecido a un teatro interactivo entre ellos dos basado en sus roles laborales. Les dije que inventasen o que sugiriesen otras poses pero la cosa siempre se pone complicada cuando a los modelos se les pide que inventen o improvisen. La mayoría prefiere ser dirigido, requiere menos esfuerzo mental. En este sentido puedo decir que la diferencia entre estas fotos y una foto espeleo-lógica tradicional es, sencillamente, que en el último caso los modelos solo se interpretan a sí mismos como lo que están haciendo: espeleo-logía. Por lo tanto no requiere ningún esfuerzo mental especial, salvo aguantar pacientemente los requerimientos del fotógrafo. Para rematar la faena nos hicimos una foto todos juntos.
En vez de volver hacia el coche les sugerí que diésemos una paseo ascendiendo al Valle de Bordillas por la mini-ferrata  que se inicia a unos metros de la boca de La Puntida. El entorno y el sendero son sumamente hermosos y se complementan con la sorpresa que produce el valle colgado de Bordillas. Con una calma exquisita por mi parte, admirando el paisaje y haciendo alguna foto más, volvimos al coche. Era algo tarde para plantearse ir a escalar así que hice una propuesta, bien recibida, de ir a tomar algo en el mesón del camping de San Roque. En pocos minutos estábamos sentados ante unas cervezas 942 // Leyenda. Cayeron unas croquetas y una ración de queso. Se habló mucho de cosas de nuestro gremio. Sobre todo de la selección de nuevos profesores –llamase oposiciones- y de la postura de los distintos estamentos a cómo deberían formularse. Pero todo esto es harina de otro costal.  



9/4/17

Esfuerzos



Muy lejos de aquellos lugares, cuando ya ha pasado mucho más de una semana, me parecen irreales las dificultades que se acumularon esos días. Pensé que alguien, dotado de algún  poder oscuro, había conseguido envenenar el devenir de forma que nada ocurriese según mis proyectos. Las cosas no ocurren por casualidad. La ignorancia y la falta de luces declaran “casualidad” a la infinita, pero simple a la vez, causalidad universal. De cualquier forma me iba inclinando a creer que aquello no saldría bien. La falta de aliento, tal vez la desesperación, estaba servida.
Semanas antes de los eventos un compañero me había narrado la difícil situación por la que pasaban los permisos y visitas al Sistema de Los Chorros. Algunos compañeros habían tenido dificultades con las autoridades debido a malentendidos y faltas de acuerdo con otros espeleólogos asiduos al Sistema. Mis amigos no se encontraban con ánimo para ayudarme con el proyecto que les planteaba. Sin embargo pensé que aunque faltasen dos o tres compañeros siempre habría cinco o seis espeleólogos que posarían para la foto en la Sala de las Espadas. Mavil me dijo que él tenía permisos de visita pedidos con varios compañeros para los primeros día de la Semana Santa. Aunque otros, la mayoría tal vez, parece que sólo podían ir el fin de semana y, por lo tanto, debían pedir permisos independientes. Es decir los días ocho y nueve de abril. Mi prioridad era hacer un retrato colectivo de los espeleólogos que, atesorando multitud de visitas, más conocían el Sistema. Y, claro está, el proyecto era retratarlos en su elemento. Aunque sin mucha fe pedí un permiso para el día diez de abril con Perico.
Sin necesidad de pensar demasiado había elegido para el evento la Sala de las Espadas en la Cueva del Farallón. De fácil acceso, con una belleza peculiar y escenario de hermosos recuerdos para muchos compañeros, se trataba del lugar perfecto para una tal puesta en escena. Cuatro días antes no nos habían contestado las autoridades del Parque de los Calares del Mundo y yo estaba pensando en lo peor: no iba a haber permisos. Pero el jueves fueron llegando los dichosos permisos por email. Todos los permisos solicitados. Por el contrario, se confirmó la imposibilidad de uno, dos, tres, cuatro y cinco espeleólogos para venir el día diez. Sólo les era posible a dos espeleólogos, insuficientes para una foto como la proyectada. Pensé que no merecía la pena seguir adelante con el tema. Me dediqué a hundirme en el desánimo y en los oscuros pensamientos de auto compasión. El sábado por la tarde me fui a escalar con una amiga al sector Presa de Mula. No se me dio demasiado bien pero, al menos, me olvidé un poco de mi fracaso.
El sábado por la noche, ya tumbado en el sofá, recibí una llamada de Perico relatándome que allí, en Riópar, iban a estar ese domingo, día nueve, al menos cuatro compañeros integrables en la foto. No se trataba del ideal en que yo había estado soñando pero era mucho mejor que nada. Le pedí a Perico que me confirmara por wassap si estaban dispuestos a posar en la foto. Me respondió con un escueto “Si”. Quedamos a las nueve y media en Los Bronces.  
A las seis y media de la mañana me encaminé hacia la gasolinera de El Puente. Cargue el depósito y continué hacia Hellín. A esa hora de la mañana hacía fresco y las nubes decoraban una parte del cielo. Me paré a tomar un café en Elche de la Sierra. La temperatura era muy baja, unos 3ºC. Por el camino hice algunas paradas más para echar un vistazo a algunas paredes, y también para hacer fotos con el sol muy bajo y medio oculto por las neblinas matutinas. Me adelanto un coche en el que iban Esther y Tocho. En Los Bronces no había ningún compañero todavía. Encargué un apetitoso desayuno formado por café, una tortilla francesa y media ración de oreja a la plancha. Poco después comenzaron a llegar. Nadie, salvo Perico, sabía cosa alguna sobre fotos y sesiones durante el domingo... Perico en un arriesgado triple salto me había dicho que “si” sin hablar con ellos. Afortunadamente el verdadero si me lo fueron dando los compañeros en ese momento. Lo que es más cierto es que sin el ficticio de Perico la foto no se habría realizado ese día (y tal vez nunca).   
Confirmaron su presencia Reche, quien llevaba una mesa plegable, Perico, dos amigos de Perico, Mavil, Esther, Tocho y tres amigos de Esther. Me fui al pueblo a buscar dos silletas plegables -sólo teníamos una silla inadecuada-. La ferretería estaba cerrada y, aunque los propietarios viven al lado, no me pudieron atender porque la mujer había parido esa noche. Pero en el supermercado tenían de todo y, por el módico precio de doce euros, conseguí dos silletas plegables de playa. Volví muy contento: parecía que todo se iba arreglado. En pocos minutos partimos hacia la Cañada de los Mojones en tres coches: el de Perico, el de Esther y el mío.
             Por el camino nos paró un guarda medioambiental para pedir los permisos. Sin permiso no se puede entrar a ninguna cavidad del Parque pues los controles son exhaustivos y la falta de permiso conlleva multas y otras desagradables consecuencias administrativas. Hacía fresco, casi frío, y los preparativos junto a los coches nos llevaron un buen rato. Esther y sus amigos, partieron bastante antes que nosotros y se llevaron algunos de los trastos que debíamos transportar hasta la Sala de las Espadas.  Detrás fuimos el resto, guiados por Mavil, charlando y/o en silencio según el momento y quien. Más adelante -no había toros bravos en esta época- otro guardia medioambiental nos volvió a pedir los permisos. El camino por los Mojones es largo pero muy apacible. No hay cuestas arriba ni nada que se parezca a una senda difícil. Así que pudimos llegar a la Cueva del Farallón sin sudar y sin cansancio. Esther y sus amigos almorzaban ya. Y nosotros les imitamos antes de iniciar la entrada.

 
Perico, Reche y yo entramos los primeros para ir por la ruta más directa a la Sala de las Espadas. Era importante colocar todo cuanto antes para cuando llegasen todos los modelos. Mavil entro con Esther y sus amigos para guiarles por una ruta alternativa. El recorrido por la Cueva es fácil y muy gratificante debido al encanto de sus galerías. Una corta gatera es la única dificultad que tiene la ruta. Hice algunas fotos sin pretensiones con la Olympus Tough. Al entrar en la Sala no lo teníamos claro. Me fui demasiado adentro, donde hay formaciones pero no amplitud para colocar los elementos de la foto en el encuadre. Por suerte Perico salió en mi ayuda y se dio cuenta de que la mejor zona de la Sala está justo a su entrada.
Comencé colocando los flashes en posición pero sin los trípodes (los traía alguien en el grupo de Esther). Para cuando acabé ya llegaban los trípodes y tras su rápida sujeción pudimos encenderlos. Después de encuadrar hice unos disparos de prueba pero el flash Metz no me obedeció. Me lo traje para dispararlo manualmente. Como no me gustó el resultado opté por recolocar uno de los Yongnuos en posición frontal. Y aquí la cosa empezó a mejorar. Mientras tanto Reche y Perico habían colocado la mesa y las silletas y una vez que llego el último modelo, y se pusieron los cuatro ropa aseada, pudimos empezar a hacer pruebas de iluminación. Hubo que corregir casi todo. Mucha luz frontal y poca de contraluz. Pero después de cierta cantidad de pruebas me sentí satisfecho con los resultados. La botella de champan y las copas hacían un efecto maravilloso en la escena. Aunque algunos amigos de Esther se habían ido a visitar otras galerías en las últimas tres fotos integramos a una amiga de Esther, previa copa en la mano, como recuerdo del evento.
Mientras recogíamos la multitud de trastos algunos fueron saliendo. En pocos minutos estábamos todos fuera salvo Esther y sus amigos. Tomamos un refrigerio y partimos hacia la Cañada de los Mojones. La vuelta se me hizo un poco más larga, quizás porque el sol daba fuerte y por la débil pendiente -que ahora tocaba cuesta arriba-. Ya habíamos ordenado el equipaje y tomado unas cervezas -invitados por Perico- cuando encendimos los motores para bajar. Mavil venía conmigo y el resto iba con Perico. Había empezado a rodar mi coche cuando los del otro nos gritaron para que paráramos. Una raíz sobresaliente les había rozado los bajos y había dañado el conducto de alimentación. Todo el gasóleo se estaba derramando. Perico y  un amigo intentaron arreglarlo con los medios disponibles pero todo fue inútil. Llamamos al seguro que nos confirmó una grúa desde Riópar en media hora. Debido a la noticia subieron desde Riópar dos coches con más amigos. Al final Perico se quedo esperando a la grúa, que ya estaba de camino, y todos los demás partimos hacia Riópar.
         Nos reunimos en Los Bronces Mavil, Perico, yo y Esther con sus amigos (el resto se marchó directamente). Tomamos algo y hablamos mucho. Sobre todo de cosas trascendentes que, sin saber cómo ni cuando, se habían colado en nuestra conversación. De espeleología esquizofrénica, de religiones con Dios y sin Dios y de cómo parar el carro. Cuando me despedí de ellos puse rumbo hacia Alguazas. Por el camino comí sangre encebollada, esas son cosas del sur, y tome más cerveza…