Muy lejos de aquellos lugares, cuando ya ha pasado mucho
más de una semana, me parecen irreales las dificultades que se acumularon esos
días. Pensé que alguien, dotado de algún poder oscuro, había conseguido envenenar
el devenir de forma que nada ocurriese según mis proyectos. Las cosas no
ocurren por casualidad. La ignorancia y la falta de luces declaran “casualidad” a la infinita, pero simple a
la vez, causalidad universal. De cualquier forma me iba inclinando a creer que
aquello no saldría bien. La falta de aliento, tal vez la desesperación, estaba
servida.
Semanas antes de los eventos un compañero me había
narrado la difícil situación por la que pasaban los permisos y visitas al
Sistema de Los Chorros. Algunos compañeros habían tenido dificultades con las
autoridades debido a malentendidos y faltas de acuerdo con otros espeleólogos
asiduos al Sistema. Mis amigos no se encontraban con ánimo para ayudarme con el
proyecto que les planteaba. Sin embargo pensé que aunque faltasen dos o tres compañeros
siempre habría cinco o seis espeleólogos que posarían para la foto en la Sala
de las Espadas. Mavil me dijo que él tenía permisos
de visita pedidos con varios compañeros para los primeros día de la Semana
Santa. Aunque otros, la mayoría tal vez, parece que sólo podían ir el fin de
semana y, por lo tanto, debían pedir permisos independientes. Es decir los días
ocho y nueve de abril. Mi prioridad era hacer un retrato colectivo de los espeleólogos
que, atesorando multitud de visitas, más conocían el Sistema. Y, claro está, el
proyecto era retratarlos en su elemento. Aunque sin mucha fe pedí un permiso
para el día diez de abril con Perico.
Sin necesidad de pensar demasiado había elegido
para el evento la Sala de las Espadas en la Cueva del Farallón. De fácil
acceso, con una belleza peculiar y escenario de hermosos recuerdos para muchos
compañeros, se trataba del lugar perfecto para una tal puesta en escena. Cuatro
días antes no nos habían contestado las autoridades del Parque de los Calares
del Mundo y yo estaba pensando en lo peor: no iba a haber permisos. Pero el
jueves fueron llegando los dichosos permisos por email. Todos los permisos
solicitados. Por el contrario, se confirmó la imposibilidad de uno, dos, tres, cuatro
y cinco espeleólogos para venir el día diez. Sólo les era posible a dos
espeleólogos, insuficientes para una foto como la proyectada. Pensé que no
merecía la pena seguir adelante con el tema. Me dediqué a hundirme en el
desánimo y en los oscuros pensamientos de auto compasión. El sábado por la
tarde me fui a escalar con una amiga al sector Presa de Mula. No se me dio
demasiado bien pero, al menos, me olvidé un poco de mi fracaso.
El sábado por la noche, ya tumbado en el sofá,
recibí una llamada de Perico relatándome que allí, en Riópar,
iban a estar ese domingo, día nueve, al menos cuatro compañeros integrables en
la foto. No se trataba del ideal en que yo había estado soñando pero era mucho
mejor que nada. Le pedí a Perico que
me confirmara por wassap si estaban dispuestos a
posar en la foto. Me respondió con un escueto “Si”. Quedamos a las nueve y media en Los Bronces.
A las seis y media de la mañana me encaminé hacia
la gasolinera de El Puente. Cargue el depósito y continué hacia Hellín. A esa
hora de la mañana hacía fresco y las nubes decoraban una parte del cielo. Me
paré a tomar un café en Elche de la Sierra. La temperatura era muy baja, unos 3ºC.
Por el camino hice algunas paradas más para echar un vistazo a algunas paredes,
y también para hacer fotos con el sol muy bajo y medio oculto por las neblinas
matutinas. Me adelanto un coche en el que iban Esther y Tocho. En Los Bronces
no había ningún compañero todavía. Encargué un apetitoso desayuno formado por café,
una tortilla francesa y media ración de oreja a la plancha. Poco después
comenzaron a llegar. Nadie, salvo Perico, sabía cosa alguna sobre fotos y
sesiones durante el domingo... Perico en un arriesgado triple salto me había
dicho que “si” sin hablar con ellos. Afortunadamente el verdadero si me lo fueron dando los compañeros en
ese momento. Lo que es más cierto es que sin el sí ficticio de Perico la foto no se habría realizado ese día (y tal
vez nunca).
Confirmaron su presencia Reche,
quien llevaba una mesa plegable, Perico, dos amigos de Perico, Mavil, Esther, Tocho y tres amigos de Esther. Me fui al
pueblo a buscar dos silletas plegables -sólo teníamos una silla inadecuada-. La
ferretería estaba cerrada y, aunque los propietarios viven al lado, no me pudieron
atender porque la mujer había parido esa noche. Pero en el supermercado tenían
de todo y, por el módico precio de doce euros, conseguí dos silletas plegables
de playa. Volví muy contento: parecía que todo se iba arreglado. En pocos
minutos partimos hacia la Cañada de los Mojones en tres coches: el de Perico,
el de Esther y el mío.
Por el camino nos paró un guarda medioambiental
para pedir los permisos. Sin permiso no se puede entrar a ninguna cavidad del
Parque pues los controles son exhaustivos y la falta de permiso conlleva multas
y otras desagradables consecuencias administrativas. Hacía fresco, casi frío, y
los preparativos junto a los coches nos llevaron un buen rato. Esther y sus
amigos, partieron bastante antes que nosotros y se llevaron algunos de los trastos
que debíamos transportar hasta la Sala de las Espadas. Detrás fuimos el resto, guiados por Mavil, charlando y/o en silencio según el momento y quien. Más
adelante -no había toros bravos en esta época- otro guardia medioambiental nos
volvió a pedir los permisos. El camino por los Mojones es largo pero muy
apacible. No hay cuestas arriba ni nada que se parezca a una senda difícil. Así
que pudimos llegar a la Cueva del Farallón sin sudar y sin cansancio. Esther y
sus amigos almorzaban ya. Y nosotros les imitamos antes de iniciar la entrada.
Perico, Reche y yo entramos
los primeros para ir por la ruta más directa a la Sala de las Espadas. Era
importante colocar todo cuanto antes para cuando llegasen todos los modelos. Mavil entro con Esther y sus amigos para guiarles por una
ruta alternativa. El recorrido por la Cueva es fácil y muy gratificante debido al
encanto de sus galerías. Una corta gatera es la única dificultad que tiene la
ruta. Hice algunas fotos sin pretensiones con la Olympus Tough. Al
entrar en la Sala no lo teníamos claro. Me fui demasiado adentro, donde hay
formaciones pero no amplitud para colocar los elementos de la foto en el
encuadre. Por suerte Perico salió en mi ayuda y se dio cuenta de que la mejor
zona de la Sala está justo a su entrada.
Comencé colocando los flashes en posición pero sin
los trípodes (los traía alguien en el grupo de Esther). Para cuando acabé ya
llegaban los trípodes y tras su rápida sujeción pudimos encenderlos. Después de
encuadrar hice unos disparos de prueba pero el flash Metz no me obedeció. Me lo
traje para dispararlo manualmente. Como no me gustó el resultado opté por
recolocar uno de los Yongnuos en posición frontal. Y
aquí la cosa empezó a mejorar. Mientras tanto Reche y
Perico habían colocado la mesa y las silletas y una vez que llego el último
modelo, y se pusieron los cuatro ropa aseada, pudimos empezar a hacer pruebas
de iluminación. Hubo que corregir casi todo. Mucha luz frontal y poca de
contraluz. Pero después de cierta cantidad de pruebas me sentí satisfecho con
los resultados. La botella de champan y las copas hacían un efecto maravilloso
en la escena. Aunque algunos amigos de Esther se habían ido a visitar otras
galerías en las últimas tres fotos integramos a una amiga de Esther, previa
copa en la mano, como recuerdo del evento.
Mientras recogíamos la multitud de trastos algunos
fueron saliendo. En pocos minutos estábamos todos fuera salvo Esther y sus
amigos. Tomamos un refrigerio y partimos hacia la Cañada de los Mojones. La
vuelta se me hizo un poco más larga, quizás porque el sol daba fuerte y por la
débil pendiente -que ahora tocaba cuesta arriba-. Ya habíamos ordenado el
equipaje y tomado unas cervezas -invitados por Perico- cuando encendimos los
motores para bajar. Mavil venía conmigo y el resto
iba con Perico. Había empezado a rodar mi coche cuando los del otro nos
gritaron para que paráramos. Una raíz sobresaliente les había rozado los bajos
y había dañado el conducto de alimentación. Todo el gasóleo se estaba
derramando. Perico y un amigo
intentaron arreglarlo con los medios disponibles pero todo fue inútil. Llamamos
al seguro que nos confirmó una grúa desde Riópar en
media hora. Debido a la noticia subieron desde Riópar
dos coches con más amigos. Al final Perico se quedo esperando a la grúa, que ya
estaba de camino, y todos los demás partimos hacia Riópar.
Nos reunimos en Los Bronces Mavil,
Perico, yo y Esther con sus amigos (el resto se marchó directamente). Tomamos
algo y hablamos mucho. Sobre todo de cosas trascendentes que, sin saber cómo ni
cuando, se habían colado en nuestra conversación. De espeleología
esquizofrénica, de religiones con Dios y sin Dios y de cómo parar el carro.
Cuando me despedí de ellos puse rumbo hacia Alguazas. Por el camino comí sangre
encebollada, esas son cosas del sur, y tome más cerveza…
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