La idea
inicial para el fin de semana era hacer un par de desobstrucciones pendientes,
pero finalmente los compromisos de los compañeros exploradores no permitieron
realizarlas. Por el contrario pude quedar para hacer fotos en la Torca de Llaneces con Nano, María, Luci,
Fernando y Ainara. La pre-cita era a las once y media (¡!) en Arredondo aunque
la verdadera cita era a las doce con
Juan David. En el entreacto pudimos desayunar dos o tres veces según la gula de
cada cual. J. David nos informó que
por su parte venían más gente, del orden de doce o más. Eso significaba que en
total rondaríamos los veinte participantes. Teniendo en cuenta que ellos se
pusieron a desayunar a las doce de la mañana la cosa no pintaba bien. La Torca
conlleva varios pocitos cortos pero en total, por muy cortos que sean, se
trataba de casi veinte personas. Y queríamos salir antes de las siete de la
tarde.
Reunidos
en pequeño conciliábulo les dije que bien cerca teníamos cuevas como las de La
Carrera, de la Fuente del Molino, de La Puntida e
incluso del Escalón (esta no la nombré pero la tenía en mente por si acaso).
Decidimos ir a la de la Fuente del Molino. Trasladamos los tres o cuatro coches
a Bustablado, aparcamos junto al mesón y nos
preparamos para la cueva allí mismo. Bajamos por la carretera dando un paseíllo,
subimos a la boca, unos trepando y otros por la pisteja,
y entramos a la cueva con mucha alegría. Atrás quedó el mundo de los ingratos
humanos. Nos concedimos una pausa al margen del infierno social.
Posé la
funda de la cámara en una roca y metí la cámara en su maleta. Nano llevó la
maleta de la cámara y Ainara la bolsa de los trípodes-pulpo. La cueva se nos
mostró coqueta, con cierto encanto, y a todos nos sedujo desde el principio. Me
acordaba vagamente de ella. Pasamos junto a una zona que se hundía hacia el río
y alcanzamos la divertida escalera metálica. Luego visitamos varias salas que implicaban
una desviación de la ruta hacia el sifón (a la derecha y ascendiendo). Para subir a una de ellas había que
trepar. Usamos una cuerda de 20 metros que traía Fernando para asegurar un
poco. Había un pequeño conjunto de formaciones, bastante atractivo, y decidimos
hacer unas fotos con las tres chicas posando. Entre colocar la cámara y los
flashes, hacer las pruebas y repetir la toma se nos fue una hora. De vuelta
hacia la ruta principal algún@s empezaron a decir que
tenían hambre. Visitamos algunos divertículos interesantes que, forzando,
quizás podrían dar lugar a una continuación.
Algo más
allá visitamos una sala con los suelos cuajados de gours
bastante pisoteados. Por suerte la zona es semiactiva
y de vez en cuando se inunda, ayudando a la conservación del paisaje. Una corta
zona de laminadores y suelos bajos nos condujo a varias bifurcaciones previas a
la zona del sifón. En la bajada más cómoda hacia éste había una cuerda para
tender neoprenos. Nos desperdigamos un poco para conocer la sala donde está el
sifón. Me fui hacia enfrente y, subiendo un fuerte pendiente, alcancé un lugar
donde comenzaban una serie de tubos de presión diversificados que se
prolongaron más y más. Como iba solo decidí volverme pero, desde luego, no
recordaba que en ninguna visita anterior hubiera recorrido esas galerías. Las
dejé, y regresé, con intención de probarlas más adelante. De vuelta observé una
escena que me inspiró una foto: María con su mono blanco de pintor se asomaba
al río que discurría más abajo mientras las iluminaciones rasantes llenaban de
sombras y luces mágicas toda la sala.
Decidimos
comer en un arenal cercano al sifón y luego hacer la foto. En esta expedición
la gente no pensaba más que en comer. Mientras comíamos intenté vacilarles un
poco con la idea de comer poco y de aguantar sin comer. Pero enseguida se
rebelaron: la cosa era comer mucho y muchas veces… Dado que yo no llevaba nada
de comer piqué un poco de todo lo que llevaban ellas y ellos.
La foto
fue más fácil de lo que esperaba ya que los cinco flashes fueron portados a
mano por los compañeros. Pero dado el tamaño de la sala, y lo oscuro del tono
de las rocas, dominaban las sombras sobre las luces. De cualquier forma el
resultado fue interesante ya que el blanco del mono de la espeleóloga contrastaba
con la oscuridad del entorno.
Recogimos
en muy poco tiempo y de vuelta paramos a realizar otra foto en la Sala de los Gours pisoteados. Aquí también hicimos el disparo de los flashes
desde la mano (pero no manualmente). Es realmente mucho más rápido que hacerlo
con trípodes pero requiere muchos pacientes colaboradores. Entre tanto pensamos
que podríamos llevar adelante un proyecto de reportaje en la Rubicera-Mortero
si cada uno se encargara de un flash y yo llevara la cámara en bandolera. Eso
sería posible en una gran parte del recorrido. Podrían salir fotos interesantes.
Ya era de
noche cuando volvimos a Bustablado. Entre cambiarnos
y entrar al bar se nos hicieron las siete. Al poco fueron apareciendo el resto
de los comensales. Yo tenia un hambre canina y quería sentarme a la mesa ya.
Pero durante un rato tuve que conformarme con una jarra de cerveza. La espera
no duro mucho y pudimos sentarnos a devorar nuestra merecida merienda-cena (¡!)
en un sitio acogedor y agradable. Fuera el frío nocturno se hacía por momentos más
intenso pero la comida hizo que lo viéramos todo de forma optimista. Es lo que
suele ocurrir. Con el estomago lleno y varias botellas de vino todo parece que
va bien…