Esta
vez íbamos a realizar una sesión fotográfica con Adrián en su faceta de músico.
Había costado quedar con él, siempre tiene compromisos y obligaciones, pero la
previsión pintaba bien. Era imprescindible llevar una guitarra y la banqueta. La
cueva tenía que ser cómoda de andar y sin gateras ni laminadores. Además Adrián
tenía que estar después del mediodía en Torrelavega
para ensayar. Así que nos quedaban pocas opciones para escoger. Coventosa era una opción bastante buena. A menos de una
hora conduciendo desde Solares y a diez minutos del aparcamiento. Además en su
red de entrada se pueden encontrar rincones de gran belleza a los que se accede,
andando con un poco de cuidado, en unos diez minutos desde la boca.
Hacía
falta un ayudante/ayudanta para poder transportarlo todo entre tres y también
para ayudar con los flashes. Jara no podía venir. Me acordé de J. Ángel, quien
había mostrado su interés por la fotografía en ocasiones anteriores. Además, como
la última vez que hablé con él tenía un dedo malo y el hombro regular pensé que
lo de Coventosa era ideal para reencontrarse con la espeleo El miércoles le llamé a ver si podía venir y lo
arreglamos para estar a las nueve en Solares al día siguiente.
El jueves nos reunimos con Adrián en el
Bar Dogo de Solares e hice las presentaciones. Adrián y J. Ángel hicieron muy
buenas migas, ya que la música es una pasión compartida por ambos. La
conversación giro alrededor de equipos de música, cajas sonoras y música en
general. El día estaba muy hermoso. El coche se deslizaba con suavidad hacia
Arredondo. Pero yo tenía la cabeza llena de cosas relacionadas con la
iluminación y las tomas fotográficas, cosa que me ocurre siempre que me
enfrento a estos trabajos. Organizar a todos los que van a la sesión
fotográfica para que tengan el tiempo y las ganas, realizar el esfuerzo de
llegar hasta un punto de una cueva, conseguir que todo el equipo electrónico
funcione correctamente… sobre todo que los flashes se comporten dócilmente y
obedezcan… Son muchas cosas las que esperas que vayan bien.
La
caminata hasta la boca fue un placer. J. Ángel transportaba una saca, yo
transportaba otra (con la banqueta) y Adrián llevaba la guitarra y los trajes
enfundados. Uno de tuno y el otro negro con corbata blanca. Soplaba muy
fuerte el aire en la galería de entrada, aire que quizás venga del Valle del
Miera. Por unos instantes Adrián y yo fantaseamos con la posibilidad de una super-travesía entre los dos valles… Cien metros más
adelante nos desviamos a una galería lateral hacia la izquierda, pasamos un par
de salas y ascendimos mediante una trepada a una sala enmarcada por columnas.
Allí plantamos el campamento.
Mi
primer planteamiento de flashes y trípode no me pareció exitoso. No entraba
suficiente paisaje debido a que las distancias eran cortas y la altura de la
sala mucha. Adrián sugirió retirar la cámara hacia atrás unos metros,
peligrosamente cerca del borde de la sala, y traer el punto de la banqueta un
poco. La cosa mejoró sensiblemente. Colocar los flashes en sus posiciones llevo
poco tiempo pero tuvimos problemas con los disparos. Hubo que cambiar las pilas
a tres de ellos. Las compras de pilas baratas que he realizado me han llevado a
la conclusión de que lo barato sale caro. Merece la pena comprar buenas pilas y
buenas baterías. Sobre todo teniendo en cuenta el tremendo coste en esfuerzo
humano, y en equipos, de hacer fotos decentes en las cuevas. Sea como fuere los
aparatos empezaron a realizar su trabajo, incluido el flash que me dono en
herencia mi tío materno Benjamín (un flash Metz profesional excelente). Y
empezó el trabajo del modelo.
Se vistió primero de tuno. Llegaron
las pruebas iniciales y luego diferentes tomas que, por una u otra razón, no
fueron satisfactorias. Hasta que comenzaron a serlas. Mientras se hacían fotos Adrian tocaba. En un momento dado se puso a tocar un tema de Pink Floyd. Sonaba maravilloso en la cueva. El modelo se
puso de perfil hacia la izquierda, hacia la derecha, de frente, a 45º a la
derecha y a 45 º a la izquierda, sentado y de pie. Finalmente terminamos
saturados, es usual, de fotos con el traje de tuno y decidimos cambiar al traje negro. Con el traje negro
solo hicimos fotos de pie, sin banqueta, buscando la admiración ante la
belleza. J. Ángel estaba algo harto de recibir peticiones de mirar los flashes,
de moverlos o de controlarlos. Como la guitarra estaba libre se puso a tocarla
también. Supongo que también estaba un poco aburrido. Para ser ayudante de fotos espeleológicas
hay que tener mucha paciencia. Mejor si te gusta la fotografía o al menos si
tienes cierta inclinación.
Después
de repetir una decena de veces la toma del traje negro dimos por acabada la
sesión. Mejor salir tranquilos para que Adrián tuviese margen. Ni J. Ángel ni
yo teníamos prisa alguna. Me había gustado la sesión. Adrián posa bien. Le
sugerí posar esporádicamente, de forma profesional, para sacar un poco de
dinero. Por el camino se nos ocurrió hacer una sesión con seis u ocho personas
andando con sus trajes cotidianos y con paraguas. Y un video de un cuarteto
musical con una pieza adecuada en el mismo lugar de la sesión (con focos y toma
de sonido de calidad).
Dejé
a J. Ángel en su casa de Navajeda y a Adrián en
Solares. Y luego me precipité a casa para echar un vistazo a las tomas que
habíamos hecho. Me corroía la curiosidad.
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