Los
horarios se relajaron un tanto en la mañana del sábado. Íbamos a hacer, sin
plan de hacer fotos, el recorrido largo de aventura de Ojo Guareña
que dura entre tres y cuatro horas. La entrada y salida al complejo es por la
Cueva Palomera. La organización de la visita era así:
primera
tanda: todos los alojados en las habitaciones de la 1 a la 13; salida en
autobús a las nueve y vuelta en autobús como a las dos de la tarde.
segunda
tanda: todos los alojados en las habitaciones de la 13 a la última; salida en
autobús a las dos y vuelta en autobús como a las siete de la tarde.
A
mi me tocó en la primera tanda. Muy conveniente para mis obligaciones, pues
debía estar en Santander cuanto antes por la tarde-noche. Me hacía muchísima
ilusión conocer, aunque fuera un poquito nada más, el Complejo subterráneo de
Ojo Guareña.
El
día se presentaba feliz y primaveral. El autobús llego en hora, más de 70
plazas, y la gente se fue colocando donde más le apetecía. Yo en la zona
delantera y sin compañero para poder ensoñar conmigo mismo. Pero al cabo de
unos minutos se me unió Lorenzo para charlar un poco. Él actuaba como
organizador responsable. En una media hora estábamos en la carreterilla de
subida al aparcamiento superior que pasa junto a la ermita de San Bernabé. Lorenzo
dijo que íbamos a intentar subir con
el autobús al aparcamiento de arriba, el conductor paro para preguntarle a un lugareño que tal estaba la subida.
Cruzamos el puente estrecho,
principal dificultad según el lugareño, y comenzamos las revueltas. La primera,
giro a la derecha, se paso sin ningún contratiempo. En la segunda, giro a la
izquierda, el conductor se cerró bastante en previsión de no rozar las ramas de
una encina. Sin embargo fue un error
importante. De pronto el autobús se quedo atrancado y sin tracción. El
conductor bajo, miro y se echó las manos a la cabeza. Luego bajamos dos o tres
más. La parte trasera había rozado, de hecho estaba contra el asfalto, y la
rueda delantera derecha estaba en
el aire.
Después
del desconcierto inicial se desalojó todo el autobús y se subió a unos cuantos
individuos pesados en la parte delantera. A continuación el conductor dejo que
el autobús fuera marcha atrás hasta liberar bien la parte trasera. Finalmente
tomo la curva con un radio mucho mayor abriéndose claramente. Y el autobús paso
sin problemas. Aunque algunos optaron por montarse la mayoría, para no tentar a
la suerte, decidimos terminar el corto tramo que nos quedaba hasta el
aparcamiento dando un paseo. La mañana animaba a hacerlo.
Mientras
nos preparábamos se formaron dos grupos que debían estar equilibrados, uno con
el guía, en realidad la guía, en inglés y otro en castellano. Me apunte al de inglés
porque el ruido humano siempre es más reducido en grupos de no hispanos y también
por practicar la audición en inglés. De cualquier forma en ese grupo estaban
los franceses y los rumanos con los que me apetecía hablar un poco. Además
conocí a Raquel, una medio catalana medio andaluza, geóloga y la mar de
interesante que actuaba como ayudante de la guía con el inglés. Ahora no tenía
trabajo. Le hablé de los trabajos antropológicos en Sudáfrica para los que
habían requerido espeleólogos formados en excavaciones.
Durante
el paseo entre encinas hasta la Cueva Palomera tuve ocasión de hablar con Iulian, el rumano. Le hice partícipe de mi opinión sobre
las fotos de su equipo: me gustaban mucho porque no solo colocaban al humano
como una medida del paisaje subterráneo. Muy al contrario, en sus fotos se
trataba de ver la reacciones y emociones del humano en el medio subterráneo.
Coincidió plenamente conmigo.
Llegamos
a la verja que protege la boca en un paraje maravilloso. Mientras la guía
comenzaba a explicarnos cosas variadas y a hacernos las advertencias oficiales
me alejé un poco e hice algunas fotos. Enseguida comenzamos el descenso por un
sendero cementado y embaldosado. Después de una zona de escalones desembocamos,
previo paso de otra puerta bien cerrada, en una hermosa galería. Nuestro recorrido, de unos dos kilómetros
y medio, discurría primero por la Galería Principal pasando por la Sala
Edelweiss. Las lucecitas de todos los visitantes formaban una bonita fila en la
oscuridad de la amplia galería. La gente, yo mismo, iba haciendo todas las
fotos que podía, siempre a mano alzada.
A
la altura de una confluencia de dos galerías grandes tomamos el comienzo del
circuito cerrado a mano derecha (la ruta está balizada con catadióptricos para
que en una emergencia, si al guía le ocurre algo, los visitantes puedan salir
solos). A menos de 200 metros la
luz cenital de la Sima Dolencias empezó a iluminar la galería con una riqueza
de formas muy atractiva. Los fotógrafos se entusiasmaron sacando fotos en ese
lugar. Aún con la escasez de medios se hicieron muchas tomas.
Luego
continuamos por la Galería del Teléfono, en la que hay abundancia de bichos,
hasta desembocar en una amplia sala llamada Sala del Cacique. Cuando la guía
observaba un bichito colocaba un triangulito blanco en el suelo para avisar. El
último en pasar recogía el triangulito. En general la conservación de la cueva
es muy buena. Incluso impecable. No hay vandalismo de formaciones, ni grafitis
en las paredes, ni basura en el suelo. Los senderos están bastante marcados y
fuera de ellos no se nota demasiado la huella. La impresión que me iba dejando
la visita era muy buena.
De
vuelta de la Sala del Cacique al circuito principal comprobamos que el horario
era bueno y que podíamos completar la visita yendo al Museo de Cera. Como su
nombre indica hay gran profusión de formaciones clásicas siendo el sitio de
mayor abundancia en todo el recorrido. Sobre todo de estalagmitas. Después de
hacer algunas fotos en este último lugar volvimos al circuito principal por una
galería en que la roca presentaba unas inclusiones clásticas oscuras y muy
peculiares. Después de escuchar varias opiniones la guía se quedo un rato con
Raquel observando y hablando. Mientras tanto la mitad del grupo se adelanto y
se perdió en la oscuridad camino de la salida. Yo me junte con Jean Françoise y
fuimos caminando un buen rato solos. Ni los ansiosos, que iban delante, ni los
que se habían quedado hablando de los clastos. Fue un momento mágico. La cueva
en silencio para nosotros dos. Poco después nos alcanzaron la guía y Raquel con
el resto del grupo. Raquel me dijo que eran las conchas de moluscos fósiles que
vivían en la arena o el limo y que había quedado atrapados.
El
sol estaba demasiado radiante en el exterior y tuvimos que refugiarnos a la
sombra de una encina y una furgoneta para cambiarnos y esperar al autobús.
Mientras tanto algunos, Rémi y Michel entre otros, fuimos
a hacer algunas fotos desde un mirador cercano. El conductor eligió otra ruta
más adecuada para un aun autobús tan largo. Durante la vuelta me entro un
soñera especial y fui dando cabezazos.
Cuando
llegamos al albergue casi todos teníamos hambre acumulada. Cogí el picnic que
tenía guardado en la habitación 11 y me fui a comer a la mesa donde estaban Sergio
y Roberto. Comimos muy tranquilos bajo las benéficas sombras de los árboles. Después
charlé un buen rato con Roberto acerca de las dificultades y de los eventos de
estos días. Se le notaba bastante cansado. A él, a Sergio, que andaba editando
un video a contrareloj, y a Lorenzo también. Me
despedí de ellos con algún medio proyecto en ciernes para octubre y me embarque
en el coche con música y aire acondicionado. Disfruté mucho de la conducción al
bajar desde el Puerto del Escudo a la costa. Salirse de las carreteras buenas y
de las autovías para disfrutar del paisaje se ha convertido en un raro lujo porque siempre vamos sin
tiempo a todas partes… Ver todas las fotos
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