Adrián convocó
una salida a la Cueva de las Montosas. La cita era a las diez, el sábado día
uno de Octubre, en el camping de San Roque. Cuando llegué, algo después de las
nueve y media, una gran multitud estaba ya en el aparcamiento. Varios coches,
una furgoneta y dos autocaravanas habían dejado el
lugar como un mercado de frutas y verduras en hora punta. Allí había de todo:
niños, bebes, jóvenes y jóvenas, hombres y mujeres
fuertes, gente madura e incluso algunos mayores. Y seguían llegando. Algo en el
ambiente me decía que todos habían venido para hacer una bonita excursión a una
bonita cueva. Al menos casi todos. Otros habían venido para explorar. Y algunos
para hacer fotos.
Sea como
fuere los preparativos continuaron. Yo tarde un minuto en ponerme las botas y
estar listo. Así que me dediqué a mirar a los excursionistas y a fotografiarlos.
Mientras tomaba fotos me hacía una buena pregunta: ¿les habían contado Adrián y
Joserra a los participantes la clase de camino que
lleva hasta la cueva? Por la alegría colectiva se notaba que la mayoría creía
que había una cómoda senda hasta la boca.
Nada más lejos de la realidad. Ya al comienzo, la bajada hasta el puente,
es un poco como caminar en la jungla. Aunque desde el puente comienza un camino
de verdad, eso sí embarrado por las pezuñas de las cabras, el camino dura bien
poco. A unos doscientos metros, nada más cruzar una vaguada que afluye al Miera,
el camino se convierte en una senda de cabras entre helechos y altas hierbas. La
anchura de la senda nunca sobrepasa un palmo. Generalmente es más estrecha,
diez o quince cm., está levemente inclinada hacia la pendiente y, si tienes la
mala suerte con el tiempo y la lluvia, es de barrillo patinoso.
Era el caso. En muchos puntos la
senda bordea pendientes muy fuertes, o pequeños cortados, lo que constituye un
motivo para ir en tensión. Finalmente la senda de cabras desaparece por
completo y uno tiene que gestionarse
el acceso a la boca trepando por las pendientes herbosas. Podríamos decir que la
hierba viene bien para agarrarse un poco.
Por el
trayecto la multitud inicial se fracciono al menos en tres grupos: el grupo
formados por los de cabeza, llamémosles mont-osos, los que
venían bastante cerca y los retrasados. Para mi sorpresa en el segundo grupo
venía un bebe de pocos meses porteado por su papá en una mochila delantera. Dentro
de la cueva ya, y a unos veinte metros de la boca, nos fuimos reuniendo todos,
salvo el grupo de retrasados, para vestirnos de cueva. Me dio tiempo a montar
el trípode y disparar algunas fotos. La multitud se dividió por intereses: los
que iban a buscar una continuación en la Sala de los Gansos, los que iban a
darse un paseo, los que iban a hacer fotos y los que no sabían que iban a
hacer. Por otra parte aun no había llegado el grupo de retrasados.
A menos de
200 metros de la entrada Joserra comenzó a hacer
fotos con su cámara réflex y un trípode. Tenía dos ayudantes: uno para iluminar
y una chica, creo que Raquel de nombre, para posar. Yo me arrimé para aprovechar
sus iluminaciones y su modelo. Aparte de hacer fotos iluminadas en una sola
toma pretendía también volver a estudiar las posibilidades de la fusión de
varias imágenes. Hice dos fotos de la gran galería con ellos. Luego me dediqué
a hacer varias “series de tomas” con la cámara fija. Con las tomas de cada
serie se trataba de construir una sola imagen. En cada toma se iluminaba una
zona distinta de la imagen con una potente linterna. El problema es que la iluminación la
proyectaba desde un punto muy
cercano a la cámara. Sabía que eso daría imágenes un tanto planas. Mientras trabajaba pasaron el grupo de retrasados que
formaban tres personas. Iban lentos por los caos de bloques de la gran galería.
Desde luego los mont-osos habían vendido bien la cueva a todo el mundo…
Después de
tres o cuatro series de tomas habrían pasado, más o menos, un par de horas.
Veía cierta iluminación proveniente de las lejanías de la galería adelante.
Pensando en volver a trabajar junto a Joserra avance
un poco hasta darme de bruces con un grupo que volvía. Realmente Joserra estaba bastante más lejos. Así que decidí volverme
con tranquilidad. El grupo que volvía estaba formado por el bebe y sus
padres y por dos o tres personas más. Habían llegado a un punto en que los destrepes y complicaciones de la cueva les aconsejaron
volver. Bastante lejos de la Sala de los Gansos. Aproveche el encuentro para
documentar con tres fotos la presencia del bebe en la Cueva de las
Montosas. Unos padres muy echaos palante
que me recordaron mis propias locuras en las montañas con mis hijos aún pequeños.
El
descenso fue más fácil que la subida. Al fin y al cabo era bajar. Primero a rastraculo y luego siguiendo las trazas hasta donde se
podía volver a ver la senda cabruna. Como no había llovido el estado de la
senda era algo mejor que por la mañana. Baje cerca de los padres y del bebe. Este
dormía plácidamente ajeno a cualquier peligro. Ya en los coches charle un
minutos con los padres y con una pareja de gente mayor. Estaban indecisos de
que hacer hasta la cena y les aconsejé que fueran a ver el camino desde Valdició hasta las Montosas. No se lo que harían porque yo me baje de
inmediato aunque paré unos minutos un poco antes de entrar en San Roque. Cuando
llegué a casa me toco preparar un par de ensaladas, deshacer los equipajes de
la cueva y comenzar a pensar en los equipajes del domingo. Un buen lío…
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