Linda es
una perrita simpática, tranquila y de apariencia frágil. Más que otra cosa
evoca ternura en quien se acerca a ella. Su dueño es un joven sumamente
ocupado. Apenas tiene tiempo para poder llevar a cabo todos los asuntos,
proyectos y negocios en los que anda enredado. Vistas así las cosas, fue casi
una proeza por mi parte que sólo me costase un par de meses ajustar fecha para
hacerle una sesión fotográfica a Linda con su dueño. En los días inminentes a
la sesión hubo varios cambios de fecha debidos a los compromisos y ocupaciones
de Sergio y, por fin, la sesión quedo concretada para el domingo 23 de Octubre por la mañana.
Tuve infinidad
de dudas a la hora de escoger la cueva donde meter a Linda. La idea inicial era conseguir reunir las siguientes
condiciones: salita coqueta (con formaciones atractivas), no muy grande, para
que iluminarla fuera fácil, cercana a la entrada y sin complicaciones, para
poder transportar a la perrita en una saca, y, finalmente, con un suelo limpio de
barro, para que las patitas de la perra no se convirtieran en una fuente de
problemas junto al traje. Decidí que fuéramos a La Hoyuca
para hacer las fotos en la sala más cercana a la entrada.
En el
parking de la estación de Solares casi nos cruzamos con los otros integrantes,
Eugenia y Carlos, de una excursión organizada por Marisa, pero el pequeño
retraso de Sergio no lo permitió. Un instante después de que aparcara su cutre, pero muy amado, coche mire a
Sergio y no hizo falta que me contase nada especial: estaba un poco resacoso de
la pasada noche del sábado. Sin embargo lo llevaba bien y con mucha dignidad. Casi podríamos decir que ese estado,
levemente decadente, claramente le favorecía. Quizás fuese un aire misterioso e
interesante a los ojos de un espectador fugaz y anónimo, quizás la
diferencia con los otros, y las otras, modelos que habían posado en anteriores
sesiones. Metimos todos los trastos en mi coche y nos fuimos muy contentos, al
menos yo, a Riaño. El día estaba tropicalmente genial.
Fue sorprendente
que Sergio no conociese La Hoyuca, a pesar de conocer
el Panda Gigante y el remoto Astradome. No sabía en
qué dirección ir para llegar a la entrada desde el punto de aparcamiento, ni
tampoco que estaba a poco más de un minuto. Pero todo eso era una anécdota sin la
menor importancia comparado con el hecho de que íbamos a meter a Linda por la
gatera de entrada a La Hoyuca. Cruzamos el prado alegremente y justo
donde empezaba la rampa terrosa hacia las estrecheces Sergio introdujo a Linda
en su saca dejando fuera solo su cabecita. En el desfonde cruzamos las sacas en
vilo para posarlas en el laminador. Allí Linda salió con prisas de la saca y
exploro el entorno husmeando por todos lados. Unas decenas de metros más allá
desembocamos en nuestro destino.
La sala
estaba bastante seca aunque persistían zonas de barro, no demasiado pringoso, y
goteos debajo de algunas formaciones. Esos goteos íban
a ser un aliciente más en la composición de las fotos definitivas. Extendí los
trastos donde me pareció más cómodo y estudié el encuadre más prometedor. Tras
algunas vacilaciones fije la posición del trípode. Después de tantas sesiones
tenía claro una cosa: el modelo
debe ser iluminado por cuatro flashes en X con el eje de simetría cruzando la
posición de encuadre. Los demás flashes conviene que iluminen el paisaje a
resaltar, no toda la escena, a contraluz. Si es necesario se pueden pintar/flashear varias tomas del paisaje para luego integrarlas
con la fundamental toma del modelo en una fusión por capas. De cualquier modo
fueron necesarias unas cuantas pruebas para conseguir la cantidad de luz
correcta. Y también la posición de los flashes.
Hicimos
una larga sesión, primero con el gran angular y luego con el 55mm. Me
sorprendieron la expresividad emocional de Linda y los cambios de estado de
Sergio. Unos resultados bastante sorprendentes. Hubo varios momentos de tensión;
sobre todo cuando Linda, estando ya con las patitas concienzudamente limpias,
se asusto y saltó de los brazos de Sergio al suelo. Nos vimos obligados a
montárnoslo de nuevo para limpiarle las patas y situarnos otra vez en la
posición previa.
Me
ayudaron mucho las sugerencias de Sergio en cuanto a posicionamiento y
encuadre. Finalmente era él el más interesado en continuar haciendo fotos y no
yo, que andaba a estas alturas de la sesión un poco saturado. Cierto que los
modelos tardan en asumir su difícil trabajo y cuando lo hacen es el fotógrafo
el que ya anda harto de currar. Todo el mundo piensa que es muy fácil posar.
Hasta que lo intenta y le piden que exprese esto o lo otro. Entonces empiezan
las dificultades. De cualquier forma la sesión había llegado a su fin.
Recogimos cuidadosamente y un minuto después estábamos en el laminador.
En vez de
introducir nuevamente a la perra dentro de la saca Sergio la dejó ir a su aire
por el laminador, la llevó en vilo al otro lado del desfonde y la poso en una
repisa de la estrechez. En este último punto debió de ponerse muy nerviosa, porque
cuando, finalmente, la depositó en la base de la pendiente terrosa que lleva al
exterior la perra salió zumbando por una gatera que no llevaba a ningún lado.
Sergio la llamo a voces desaforadas y la perra reculó y comenzó a ascender por
el camino correcto. Sin embargo la perra no espero a su dueño en la salida sino
que inició una huida sin freno, de la terrorífica cueva a ojos caninos, en
dirección a ninguna parte. Cruzando el prado a toda pastilla enfiló hacia las últimas
casas del Barrio de la Iglesia. A estas alturas Sergio había pasado del enfado
a la histeria total persiguiendo a la perra, dando voces que podía oírse en el
fondo de La Hoyuca y con el corazón saliéndosele por
la boca. Corría cuesta arriba detrás del animalito que se aproximaba a una zona
llena de perracos que podían merendársela de un
bocado y de coches que podían aplastarla como un cacahuete. Además la novia de
Sergio había avisado a éste de que si le ocurría algo a la perra le echaba de
casa. La cosa no era una broma. En fin, por suerte el primer perro que se
encontró Linda era pacífico y después de olisquear unos segundos por la zona la
perrita comprendió que lo mejor era volver atrás a la seguridad de los brazos
de su dueño.
Nos
reencontramos en el coche y mientras Sergio se iba calmando yo deje la saca en
el suelo. Para cuando quise abrir el maletero me di cuenta que las llaves no
estaban en su sitio. Se me habían caído del bolsillo del mono. Un poco aterrorizado por la situación
comencé la vuelta a la cueva. Si se habían caído al atravesar el prado las
posibilidades de encontrarlas eran ínfimas. También habían podido caer por el desfonde
o en el laminador. Me di cuenta de lo desagradable que podría llegar a ser una
situación así si te ocurre en una cueva mastadóntica
y llena de dificultades. No quedaría otra que abrir a la fuerza la ventanilla y
llamar a casa, si hay cobertura, para que te traigan otras llaves. Sin embargo
esta vez hubo suerte: las llaves se habían caído del bolsillo al arrastrarse
por el laminador. Creo recordar que hubo un momento en que saqué los guantes
del bolsillo para ponérmelos y casi seguro que fue en ese instante cuando se
cayeron.
Nos
debatimos un buen rato entre varias posibilidades, distintos restaurantes o mi
casa, pero al final disfrutamos de una excelente comida en el tranquilo y vacío
restaurante de La Estación. Teníamos mucho que comentar acerca de los sucesos
del día. Pasamos el resto de la tarde mirando fotos. Las ya procesadas de otras
sesiones, las de los viajes del verano y las tomas que habíamos realizado en la
mañana. Incluso procesamos, como ejemplo, alguna de esas tomas y las repasamos
todas estableciendo su valoración, de cero a cinco estrellas, para el posterior
procesado. Tanto para mí tanto como para Sergio muchos proyectos se perfilaban
en el horizonte próximo aunque ninguno excesivamente nítido. El destino
dictaría los caminos a seguir en el momento propicio…
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