I.
¡Hola, estamos subiendo a Lunada!. Mogollón de niebla. 11ºC. La carretera se estrecha hasta un pelín y conduzco con pies de uranio. Estoy harto de subida. 10ºC. Manu no para de tararear un esquema musical que a veces me recuerda a un conocido bolero. Son ya las diez y media. 8ºC. De porrazo aparecen entre la niebla un mogollón de coches aparcados a la derecha de la carretera. No queda apenas sitio para meter otro. Viene corriendo un tipo a preguntarnos si más abajo, en dirección a Cantabria, despeja la niebla. Le desilusionamos sin compasión. Aparcado, contemplo las pocas ganas de Manu. Cambiar de indumentaria y soplar viento del norte que te moja. Hacer frío y caer chirimiri. Le dejo que se explaye. Y después de escuchar varias premoniciones de desastre abandono la idea de ir hacia Bustalveinte arrastrando su falta de entusiasmo.
Con alivio Manu sigue tarareando la misma canción mientras descendemos hacia San Roque. Ya cerca del pueblo submergemos de la niebla y podemos ver el paisaje. Las morrenas se aclaran. Atrevesando un rebaño de cabras guapas nos creemos cerca del espíritu de la montaña. Luego se embarranca el Miera. Más cabras con pastores, pastorcillos y cabritillos. Paro. Por nuestra ladera desemboca un barranquito coqueto. En la otra ladera del valle hay un conjunto de agujeros llamativos. Ya los había mirado con interés en otras ocasiones. Pregunto a los pastores. Me encaminan a la Cueva de los Moros. Se la ve flotar por encima de unas cabañas cerca de Calseca. ¿No es la cueva que vinculan con Canto Encaramao?. Bajo un poco y aparco en un ensanche. Abajo el Río Miera forma unas pozas transparentes y golosas. Y nos colocamos encima los monos de espeleo.
II.
La pendiente es fuerte. Un par de fotos en las pozas de abajo. Como una promesa de venir a bañarme en tan guapo lugar. Como la aceptación completa. Mojarse. El río, abajo, ha tallado un enorme desplome dominado por paredes. Arriba, cornisas estrechas o menos estrechas. Montones de cagarrutas como señales de un camino practicable. La senda, por la cornisa, tiende a ser cómoda.
Nos colocamos encima de la enorme oquedad que exhibe la ladera. No hay bajada directa. Avanzamos un tanto más. Miramos veinte metros arriba de la canal. Descendemos hasta otra cornisa. Volvemos atrás. La oquedad es eso, solo una oquedad. La enorme galería que la forma esta perfectamente colmatada por sedimentos al fondo. Un estrato de varios palmos de grosor se extiende tapizando toda la cueva de mierda cabruna.
Retomamos la senda por la cornisa. Cien metros más. Llegamos al porche de otra cueva. Sale aire frío. Se avanza sin problemas hacia el interior. Encendemos los leds. Entramos hacia dentro de la tierra sintiendo el chorro de aire en la cara.
III.
Una cueva que se presenta a sí misma con un hito, un reloj parado y viento. Extraordinaria impresión. No miro la hora del reloj. La primera bifurcación. Nos vamos por la izquierda. Salita. Más bifurcaciones. Un meandro estrecho y ascendente, mas o menos, hacia el norte. Al cabo de unas decenas de metros se acaban todas las posibilidades de continuar por allí. Volvemos mirando pequeñas galerías. Pasamos de nuevo por el reloj. Nos metemos hacia lo que parecen anchas galerías meandrosas. Así es. La impresión es de todo grande, todo laberíntico.
La hermosa galería promete hacia el norte y hacia el sur. Nos vamos al norte. Saltamos un desfonde. Dejamos varios desvíos para mirar después. Bajamos por una amplia arenera hasta el cauce de un riachuelo. Ahora solo tiene humedad. Me pregunto el sentido de las aguas. Manu mira también sin decidirlo. Avanzamos rápido. Comienza una zona cuestosa. Una pequeña trepada y alcanzo una colmatación caída de una chimenea. No es posible seguir. Ya volviendo escalo un resalte y alcanzo una gran chimenea por la que no se puede avanzar. Poco más allá destrepo hasta un meandrillo que se sifona por un pequeño charco. Nada que hacer.
Un poco más atrás volvemos al enlace con la salida y nos metemos por debajo hacia un nivel inferior. Lo alcanzamos por un cordino que alguien dejo. Me sorprende la liada de galerías. Yendo hacia el sur la galería se simplifica. Termina convertida en un tubo de presión por el que se avanza sin dificultades. Luego aparecen un par de resaltes, subida y bajada, para volver a convertirse en tubo. Finalmente emergemos a una galería grandona por una gatera bastante justa.
Hacia la derecha la galería se va estrechando hasta que una colmatación por sedimentos arenosos nos dice que no. Hacia la izquierda hay varios niveles que parecen entrelazarse. Avanzamos hasta llegar a una zona de bifurcaciones múltiples, confusa, con señales en varias direcciones. Me siento un poco perdido. O liado. Decidimos volver hacia la gatera. Sin embargo tengo la impresión de que hemos pasado ya por aquí.
Manu mira el reloj del hito. No es un reloj. Un termómetro tampoco es. ¿Un higrómetro?. Marca, parece que funciona, la humedad ambiental al 90%. Perfecto. Nos damos unas vueltas por las galerías que rodean este punto y descubrimos que todas desembocan por balcones altos encima de la ancha galería del comienzo...
El sol ha salido y nos ha engañado tontamente. El día hubiera permitido ir hacia Bustalveinte...Pero quizás nunca habríamos conocido la cueva de los Chivos Muertos. Ni la posible apertura de un barranquito, enfrente de esta cueva, en la otra ladera del valle. De todas formas, por añadir razones, luego vuelve a nublarse y a lloviznar. No hay nada especial. Solo el flujo que pasa. Taladrándonos el cerebro (o el alma?).
Cuando vuelvo a casa miro el libro de Pepe León:
Cueva de los Chivos Muertos.
Curiosa. Parece que tiene otra entrada, travesía cortita.
Habrá que comprobar los flujos de aire.
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