La meteo daba chubascos o lloviznas con cielo cubierto para el viernes y aún peor para el resto del puente de la Inmaculada. Pero yo no estaba dispuesto a diferir más tiempo la balización de la cueva que había visitado el fds pasado, en concreto el día 22 de noviembre. En un principio pensaba ir solo, pero el miércoles me llamó Juan (el joven) para ofrecerse a venir conmigo. Quedamos en hablar al día siguiente por la noche. El jueves fue demencial: todo el día en la mesa electoral de los representantes sindicales del gremio de la Educación. Además no paró de jarrear. A la postre Juan (el joven) no se animó a venir. El tiempo atmosférico había hecho su tarea pulverizando la moral del personal. Mismo yo, dudé por la mañana entre ir y hacer otras cosas.
Agarré un buen paraguas y un impermeable noruego y con todas las herramientas de balización me metí en el coche. En Alisas intuí que el tiempo me iba a sonreír. Y así fue: no me cayo ni una gota en toda la subida. El impermeable fue en la saca y el paraguas me sirvió de bastón en el resbaladizo sendero de subida. El peso y la incomodidad de ir con el mono exterior hasta la cintura se hizo sentir. Pero había conseguido tener la moral muy alta.
La entrada estaba embarrada y con varios charcos que pasé al estilo gato erizado. Me aposente en la primera sala, seca y arenosa, y dispuse el instrumental. Empecé intentando colocar el cartel de "Cueva Balizada" pero el sitio que elegí, muy cerca de la entrada, era incómodo e inadecuado para su lectura. Los suelos, muy frágiles en la galería de entrada, me aconsejaron modificar la idea inicial. Pondría el cartel algo más adentro. En total me debió llevar unas dos o tres horas el colocar las estacas y el hilo del primer sector. Además encontré un lugar excelente para colocar el cartel: Un gran bloque hincado en la base con una cara plana dando al sendero e inclinada levemente para facilitar su lectura. Después de todo esto comí. Al móvil se le había acabado la batería. No sabía la hora, pero calculé casi las tres -la última vez que lo miré era alrededor de la una-.
El segundo sector incluía desde la salida de un laminador cómodo, con suelo de guijarros, hasta las inmediaciones del pozo. Me di cuenta que iba a llevarme bastante esfuerzo y tiempo acabar aquello en el día. Pero tomé la determinación de hacerlo. La colocación de las estacas, sin ser penosa, me cansó los riñones. Las caperuzas de plástico eran largas y costaba meterlas en frío. De tanto apretar me hice una rozadura en el pulgar derecho. Tuve la repetida sensación de que era tarde . Recogí todo cuidadosamente y dejé un depósito de estacas para seguir con el trabajo más allá del pozo.
La gatera de entrada no sólo estaba embarrada y con charcos; corría un riachuelo por ella. Salí empapado y con barro por doquier. Afuera estaba lloviendo y era noche cerrada. Por suerte se trataba de bajar y no de subir. Pero a punto estuve de darme un buen batacazo varias veces. Aquello parecía una bañera untada de jabón. Dieron las siete en el reloj de la iglesia lejana.
Mal que bien, conseguí llegar a la carretera. Me encontré con una chica joven que había parado el coche preocupada de que a esas horas y con ese tiempo alguien estuviera en la senda. Me presto el móvil para hacer las llamadas de rigor. La tranquilicé y le agradecí su preocupación. Ella era un maravilloso ejemplo de que no todo está perdido en la sociedad española. Cuando pude arrancar el coche y poner la calefacción alcancé el relax. O casi. Mi jornada laboral había finalizado Pero aún tenía que llegar conduciendo a casa e ir a Santander.
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