Tomé la decisión con falta de entusiasmo. Hice los preparativos en el último momento. Engancharme otra vez a balizar y trabajar bajo tierra no me acababa de seducir. Ir a hacer fotos me atraía mucho más. Pero reducir al idiota que vive con cada uno de nosotros forma parte de la existencia. Es parte de su encanto. El idiota y el genio conviven a la greña.
Nacho llego con un poco de retraso por los embotellamientos de la Marga a primeras horas de la mañana. En España pocos dirían que las nueve es hora punta. Al menos en la mayoría de las ciudades. Pero, que nadie se ofenda, Santander se pone en marcha a ritmo de pensionistas. Pase los bultos al portaequipajes y me monte en su coche. Dimos un par de vueltas por Solares para ir a la gasolinera y al Lupa. A pesar de que hacía buen día, estaba nublado. Mejor eso que el sol directo. Durante la subida a Alisas me relaje lo suficiente como para vacilarle a Nacho con su viaje relámpago a Granada. Subir la Norte del Mulhacén. Había tres factores que iban a impedir su ascensión: las ampollas en el pié, el cansancio acumulado por el viaje (hora prevista de salida: el sábado a las 4 de la mañana) Y la aleatoriedad del tiempo. Un solo día para poder subir: el domingo. Y la vuelta el lunes.
Justo cuando aparcábamos se me hizo la luz; ¡me cago en… que mierda de jodida suerte! La cosa no tenía remedio ya. Había olvidado las botas de espeleo. Nacho tenía sus botas y unas zapatillas de montaña. Las botas eran un 47 y las zapatillas un 46 2/3. Imposible usarlas. Me agarré a la posibilidad de cambiar de planes. Pero eso significaba un montón de coche por segunda vez. O volver a por mis botas. Más coche todavía. Desanimado me probé las botas. La sensación que me produjeron fue horrible. Con desesperación avanzada, casi angustia, probé las zapatillas Salomon con tres calcetines y apretando los cordones a tope. Bueno! Podía caminar, no estaba tan mal. Era como usar unos zapatos de payaso. Pero funcionaba.
A la subida se me hicieron evidentes la humedad y el calor. El imperio de una explosiva y tropical primavera. Sudé un poco. Pero tardamos menos que otras veces: entre media y tres cuartos de hora. A nuestros pies iba quedando el valle. Contemple el paisaje con placer. A vista de pájaro podíamos estudiar a los habitantes. Controlar sus idas y venidas. Humanos y bestias. En donde entraban, cuánto tiempo se quedaban, a quien miraban ellos mismos… un entretenimiento de dioses del Olimpo. Luego entramos en la oscura cueva.
La idea era localizar algunas zonas interesantes, mirar más detenidamente algunas desviaciones y balizar lo que fuera necesario. En quince minutos estábamos en los pozos de bajada al nivel inferior. Mientras mirábamos algunos bonitos flecos me iban cuadrando mejor todos los detalles de las visitas anteriores. Entre otros un decorado meandro ascendente. Finalmente llegamos a donde terminamos la última vez. Fue fácil bajar a donde me había parecido imposible aquel día. Unas bonitas coladas decoraban la zona con precisión. Tampoco nos resulto difícil escalar un resalte. Conducía a un cul du sac. La continuación resulto evidente también. Se necesitaban varias chapas con tornillo y una cuerda. Como no los teníamos allí decidimos irnos a la zona opuesta de la galería “ancha” con el objetivo de balizar algunos detalles. En una hora habíamos acabado el trabajo en el tramo principal. Comprobé con creciente rabia que el taladro me estaba dando el coñazo. Al apretar el gatillo se ponía en marcha de forma aleatoria según le daba…
Cuando terminamos de comer pasamos a recorrer con un poco más de detalle la zona terminal de la galería “ancha”. Era digna de protegerse. Apenas unas ligeras pisadas estropeaban el hermoso panorama. Me puse a ello y Nacho a seguir poniendo hilo. Poco más pudimos hacer. El caprichoso taladro se negó a ayudarnos. Estaba furioso con el cacharro. Faltaron pues varios trabajos por terminar. Recogimos todo y en menos de media hora estábamos fuera.
La bajada se me hizo más pesada que la subida por el bochorno que se adueñaba de la tarde. Quitarse la ropa de espeleo fue un gran descanso. Como era temprano paramos en Casa Enrique a tomar unas hermosas cervezas. Bueno hermosas aquí, pero para la República Checa serían unas ridículas cervezas. Incluso la que yo me bebí en vaso de sidra sería considerada por un checo como una broma. Sea como fuere el tema de charla fue la filosofía de las desobstrucciones. Nacho es mucho más purista que yo en ese sentido. Ni siquiera admite una rotura de formaciones. Para mí la desobstrucción esta justificada si existe una conexión física entre dos zonas, sea aérea o acuática, que no permite el paso de un humano. No está justificado unir dos zonas mediante un túnel artificial. En esto último Nacho y yo coincidíamos plenamente. Un rato después, cuando la charla decaía, cada uno se fue a su casa para seguir disfrutando del atardecer.
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