Érase una vez una cueva llamada Hoyo Salcedillo. Érase una vez un grupo de tercos espeleólogos. Érase, una vez y otra vez, a los espeleólogos entrando y saliendo de la cueva para amarla y respetarla hasta que la muerte les separase. Y la cueva jodiendo una vez tras otra a los espeleólogos. Esta es una historia que muestra el alucinógeno paisaje mental y el psicodélico paisaje subterráneo de la trama entre cueva y hombre. La trama comienza largos años atrás cuando algunos de vosotros erais aun tiernos infantes y vuestras dúctiles mentes estaban empezando a ser deformadas por el pecado original.
Para llegar a la boca hay que subir un cuestón desde Valdició. La pista se toma justo al lado de la casa de Esteban. Esteban tiene varias hijas e hijos que trabajan con las vacas. También tiene nietos. Dos de ellos se llaman Oscar y Pedro. Tiene una mula , un burro, gallinas y perros. Esteban y su familia trabajan como mulas. Últimamente Esteban no se encuentra bien, parece ser que tiene algo de próstata y se encuentra jodido. Nuestra Seguridad Social le ha dado cita para el 20 de septiembre. Tiene tiempo de reventar placidamente. Nuestra Seguridad Social es extremadamente eficaz y segura. Mientras este puto País se entretiene en pelearse por ver quien y cuanto manda en cada puta Comunidad Autónoma, y mientras se gasta nuestros impuestos en alimentar a una bandada de parásitos y gilipollas llamados políticos y funcionarios autonómicos de alto nivel, lo que verdaderamente importa, como qué es lo que comemos, como es el bienestar social, como es la salud; todo eso, que es lo importante, se va al puto carajo. Hay que ser un esclavo de una entidad financiera toda la vida para conseguir un cuchitril pestoso en el que meter los huesos cuando acabas el curro. Yo he tenido mucha suerte. Ese cuestón es viejo conocido. Nos lleva también, sumando 300 o 400 metros más, al Carrio.
Esta actividad llama la atención de mucha gente. Hoyo Salcedillo. César, Moisés y varios cursillistas. Algunos solo podían el sábado, pero no el domingo, como Julio y Sergio. Otros no podían ni sábado ni domingo. Otros estuvieron pendientes de mil asuntos y me hicieron estar pendientes del teléfono toda la tarde del viernes. Otros, como el Cura, que hacía años que no veía y años que no hacía espeleo, vienen cuando menos te lo esperas. El móvil es una gran libertad y suele provocar que los planes sean inestables. Hay facilidad de intercomunicar en cualquier instante y cambiar de opción. Todos tendemos a tener abiertas muchas posibilidades para decidir con más libertad. En la práctica puede vivirse como un elemento estresante. Nada está fijo y los viernes por la tarde se convierten en un frenético ejercicio de encaje de opciones en que se entrecruzan mensajes, llamadas, emilios y citas.
Cura y yo nos volvemos a ver las caras en Solares. Esta delgado y con el pelo rapado. Parece en forma aunque fuma continuamente. Tiene una bonita furgoneta verde manzana de la marca Mercedes con cocina y motor turbo que va de pegada. Los asientos del copiloto son para institutrices victorianas. Vienen bien para mejorar la postura. El tiempo esta plomizo, lloviznoso y amenazador. Le he traído un paraguas al Cura por si nos diluvia en el cuestón. Poco después de Mirones paramos en un bar de pueblo a tomar un café. Cuando entramos parece desierto y la cafetera esta apagada. Me fijo en las mesas, de vieja madera maciza, en que se muestran los restos de la velada anterior formados por ceniceros, migas, alubias secas de distintos colores, mazos de naipes y algo de polvo. Al poco aparece un hombre mayor. Pregunta que deseamos. Nos ofrece hacernos un café de olla. Aceptamos aunque yo de entrada no me fío de los cafés de olla. Le veo comenzar los preparativos poniendo un par de cucharadillas de azúcar y otro par de nescafé instantáneo en un vaso. Me saltan las alarmas y promulgo que no voy a tomar café. El Cura se toma el suyo pero enseguida se arrepiente. Justo al aparcar la furgoneta sale corriendo con un rollo de papel higiénico y en el entreacto me da tiempo a prepararme y charlar un rato con Esteban y parte de su familia.
Cura llena una saca agujereada, en que he traído las bagas de carburo, con su material, que elige entre una amplia variedad de artilugios para trabajos verticales. Se pone el mono de nylon a pesar de las sudorosas premoniciones del cuestón. Por suerte no llueve, aunque al final casi da igual. La humedad tropical nos hace sudar hasta empaparnos. Los borregos se llaman con ansia unos a otros y no se calman hasta que no se reúnen en un rebaño compacto En la boca de Hoyo Salcedillo descansamos al fresco frío. Y nos preparamos para la corrida. El toro es bravo esta vez. Pretendemos llegar al Ibis Rojo y echar un vistazo a la zona. Llevamos dos sacas ultraligeras en vez de una saca para dos. Hay una vida para la intimidad y otra vida para la sociedad. Los gatos tienen 7 vidas sociales pero solo una íntima. Otros animales tienen varias vidas íntimas pero solo una social y los hay que combinan múltiples vidas sociales e íntimas. El cuestón nos ha dejado secuelas mentales.
Al entrar en la cueva dejamos de ver la luz del día. El suelo y las rocas del hall están secas y la corriente, poco húmeda, sopla hacia dentro. En dos minutos nos topamos con la cuerda que asciende salvando en aéreo un pozo que barre la galería. Han puesto trozos de plástico e hitos para marcar la ruta. Torcemos a la derecha, ascendemos un estrecho meandro hasta el techo y gateamos unos metros. Recorremos una galería rectilínea con abundantes contorsiones, gateras y cortas arrastradas entre bloques y alcanzamos un descansillo decorado con excéntricas. Bajamos con el dressler un resalte y aterrizamos en una encrucijada caótica. Enfrente y encaramado queda el acceso a la red Sarp. Continuamos por el camino menos evidente atravesando un laminador inclinado lateralmente hacia un pozo. Rectos, ascendemos por un puente y un resalte. Atravesamos una sala que invita a darse un batacazo. La sala es muy grande, quizás 150 metros. Buscamos, en donde la sala se convierte en galería, bajo un caos de bloques, el camino de descenso hacia el arroyo de la Dispendieuse. Seguimos el río durante un rato en montaña rusa. Nos deslizamos a la derecha por unos laminadores justos. Le hemos puesto las banderillas y hemos picado al toro.
Ahora seguimos hasta una laguna un meandro -de inicio fósil- con puentes y badinas. Haciendo equilibrios pasamos sin mojarnos. Bajamos una cascada y continuamos por el meandro. Hay badinas profundas de agua cristalina. Subimos un resalte para sortear un desprendimiento y utilizamos la misma cuerda para bajarlo por el otro lado. Otro resalte se escala sin más. Ascendemos a un nivel fósil superior por una rampa arenosa. Las galerías del Bosón Intermedio son grandes, con arena y bloques ortoédricos. El río Queue de Cheval ha quedado por abajo. Lo vemos por los desfondes. Varias galerías se bifurcan aunque no es fácil perderse. Llegamos por una ventana a una sala en que se observan dos galerías. Tomamos la de la derecha. Descendemos un desprendimiento entre boques y alcanzamos el río de la Javanaise. Al seguirlo volvemos a ponernos bajo la sala y con el rumbo de la otra galería. Amplio y con destrepes el río cae un par de metros por una estrecha cascada. Aparece un afluente por la derecha. Más ancho ya, con guijarros y con playas, el río suavemente baja. Una cuerda que pende a dos metros sobre nuestras cabezas es el camino hacia el Ibis Rojo. Trepamos tres metros en oposición y jumareamos dos tramos de cuerda -Passe Muraille- que sumaran treinta metros. Hemos toreado con gracia.
Estamos en una galería amplia, con el suelo formado por bloques medianos y grandes. Hay desfondes que podemos sortear. Los bloques son ahora de tamaño casa y están encajados en la galería. Hay desfondamientos de 10 a 20 metros por todos lados. Vemos un hito y tizne. Es peligroso. Cura se arriesga entre dos bloques que forman un vertical canalizo a bajar cuatro metros. Le sigo. No hay continuación sin riesgos. Me arrepiento. Volvemos a subir cagándonos en nuestra suerte, mala y buena. El Ibis Rojo esta a menos de treinta metros y a 1,7 km. de la entrada. ¿Cómo han pasado los franceses?. Puede que sean unos fieras que hacen equilibrios entre desfondamientos o puede que hayan puesto una cuerda en un natural para bajar de nuevo al nivel del río. Hemos pinchado en hueso en la suerte de matar.
Nos sentamos a comer unos metros atrás. Reflexionamos sobre el problema. Transitar con sacas grandes, si ningún seguro, esta zona, es muy arriesgado. Nos extraña que no se haya puesto nada. Pero ahora no hay nada puesto y nosotros no llevamos material. Tenemos que volver. Quiero llegar a ver la galería Leo y los arbustos de excéntricas. Terquedad. Cura no siente frustración. Es su primera vez en Hoyo Salcedillo y ha llegado lejos, a unas tres horas y media de la entrada.
Comenzamos la vuelta a las cuatro. De repente nos sentimos algo cansados. El camino es un poco cuesta arriba. Hacemos un descanso al final del Bosón Intermedio. La zona invita a tumbarse en la arena seca. Otro descanso tras los laminadores escuchando el murmullo del agua. Cura ha luchado duro en el punto clave del laminador. Un saliente de roca en que se sienta casca, quedando Cura tumbado estilo canapé. Se fuma un cigarrillo. Ya se ha fumado muchos. Me siento cansado. Calculo mentalmente las dificultades que nos quedan. Trato de economizar energía haciendo movimientos suaves y conscientes. Cámara lenta. Patino en la sala grande pero no caigo. Voy con cuidado. Otro descanso en las excéntricas. Nos queda una media hora. No hay camino cómodo en esta cueva. Lo más que se llega a andar sin dificultad alguna es un minuto. Descendemos el aéreo con placer. Una luz verdosa se filtra por la boca cuando alcanzamos el hall. Creo que son las siete y media.
La niebla y el viento están fuera. Hace frío. No nos quitamos el mono ni el arnés. Bajamos suavemente el cuestón. El aire frío del norte se siente en la cara y las manos. Al poco emergemos de la niebla. Y se pone a llover. Abro mi paraguas y Cura el suyo. El viento le revuelve el paraguas a Cura, pero ya estamos cerca. En una empinada ladera aún trabaja parte de la familia de Esteban. Alcanzamos la furgoneta. Me cambio de ropa con placer. El cura se fuma un cigarrillo. La abuela viene a charlar un rato y a mirarnos. Quizás siempre deseo entrar en una cueva y no lo hizo. Oscar también se acerca. Nos deslizamos valle abajo y charlamos relajados. Pasamos por delante del bar de los cafés de olla. El ambiente ha refrescado. Cura recibe llamadas y sms´s de Raquel. En Solares tomo mi coche y Cura me sigue hasta Setién. Le invito a entrar en casa. Al poco rato se marcha a buscar a su novia.
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