Poco después de una excursión de escalada, en el otoño pasado, con Mavil a la Peñas Blancas de Cartagena -justo a la base de la vía Tiempos Modernos- comencé a barruntar la idea de visitar las abundantes bocas de mina que hay en la zona. Se trata de un macizo calcáreo con algunas pequeñas cavidades conocidas pero que, en potencia, puede albergar un cavernamiento abundante. La probabilidad de que tal cavernamiento sea interceptado por una galería minera es relativamente alta.
A primeros de Enero una primera visita con Joaquín a las bocaminas más altas nos proporciono un primer soplao en una de las galerías que visitamos. El cavernamiento era pequeño pero bien decorado. Una galería descendente con alguna posibilidad de continuación estaba colmatada de escombros mineros. En esa misma bocamina dejamos sin bajar un gran pozo de ascensor abandonado.
Durante el carnaval pasado conseguí que me acompañasen en una pequeña expedición Joaquín, Mavil, Miguel Ángel, Dani y Onofre. El objetivo era la zona principal de las minas de Colon sita al lado de los edificios administrativos.
El día se mostraba sonriente y, a pesar de estar a primeros de febrero, podía transitarse en manga corta. Para acercarnos a las minas aparcamos los coches frente a la desviación hacia Campillo de Adentro. Durante los preparativos se acerco un guardia rural que nos proporciono información adicional. Los mineros contaban de una cueva que interceptaron -bastante grande- y que llamaban del “Caballo”. Tanto el guardia como los espeleólogos de Cartagena la buscaron infructuosamente. Por otra parte el guardia si que encontró en sus incursiones algunas pequeñas fisuras que se prolongaban en otro sector de las minas.
Tardamos una media hora en llegar a las minas. Una línea de teleférico sin los cables nos acompaño paralela a la pista de acceso. De pasada echamos un vistazo al antiguo depósito de explosivos y a un aljibe todavía repleto de agua. Elegimos la bocamina más cercana para comenzar. Una ancha pista horizontal nos acerco en dos minutos hasta la entrada.
En realidad había dos bocas juntas. La de la izquierda, ancha y cómoda, llevaba a un pozo de ascensor perfectamente construido que sondeamos en unos 50 metros. Luego la galería se acababa bruscamente después de un recorrido total de unos 100 metros. La otra era el acceso a un largo pasillo descendente que, dejando a la derecha un pozo minero de unos 20 metros, se prolongaba luego unos 200 metros por una galería de laboreo. Decidimos bajar el pozo de 20 por la fuerte corriente que se percibía sumiéndose en él.
Metimos un spit de cabecera y anclamos en dos estacas de acero clavadas en el suelo. Para evitar el roce con el borde del pozo colocamos una saca. Luego con un solo fraccionamiento completamos la bajada. El pozo se abría a una galería que por la izquierda llevaba a una ventana a mitad del otro pozo. Por la derecha dejamos primero un pasillo descendente a la izquierda y luego desembocamos en una gran sala de laboreo con otro pozo en su fondo. Instalamos un pasamanos quitamiedos y echamos un vistazo exhaustivo. La única continuación era bajar el pozo.
Tras una reflexión detenida instalamos un spit de cabecera que repartía el esfuerzo con un puente de roca. Una rampa en curva necesito un desviador. Finalmente un salto de unos 15 metros se resolvió con un spit. La cuerda nos depositó en una enorme sala de laboreo con decenas de galerías irradiando desde allí. Primero visitamos una que aspiraba viento. Un recorrido de 100 metros nos puso en la base del pozo de 50. Arriba se veía la luz del día. En la base del pozo encontramos abundantes bichos despeñados y una serpiente, quizás una víbora, con poca energía. Otra serpiente, más grande, se había alejado bastante de la base del pozo pero tenía menos energía que la primera. Ambas tenían toda la pinta de estar muriéndose de hambre pero, por lo que pudiera pasar, no nos acercamos mucho.
Continuamos la exploración detenida de todos las galerías. Resultaba un poco laberíntico pero con algo de cuidado se podían seguir rutas sistemáticas. Llegamos a una zona de abundantes cantos que al desescamarse en un finísimo polvo plateado llenaba todo el aire. Lo respirábamos sin darnos cuenta. Creo que ese polvo era de galena, sulfuro de plomo, no muy recomendable para la salud. Observamos un nivel inferior a unos 10 metros por debajo, pero no encontrábamos un lugar por donde descender sin cuerdas (habíamos acabado consumiéndolas todas). Finalmente siguiendo unos hitos, puestos a propósito por algún visitante anterior, pudimos bajar a ese nivel y reconocerlo. Llegamos a varios pozos ascendentes y a diversas ramificaciones que fuimos mirando. La vuelta a la gran sala la hicimos por varios sitios a la vez.
Desde el extremo opuesto de la gran sala Mavil nos grito. Había encontrado una cueva. Nos emociono el éxito. La cueva era pequeña. Consistía en tres salitas interconectadas por gateras. Sin embargo la decoración era grandiosa. Excéntricas de varios tipos, incluyendo agujas de aragonito, estalagmitas, estalactitas, banderas y columnas blancas. Y recubriéndolo todo de forma parcial un finísimo polvo gris plateado, producto de las explosiones en galena. Nos dimos cuenta de que aparte de los mineros posiblemente éramos los únicos que habíamos visitado este lugar. Desde luego los espeleologos de la zona no sabían, o no habían dicho, nada de la existencia de esta pequeña cavidad.
Realmente estábamos muy contentos del hallazgo. Si en la primera bocamina habíamos encontrado esto seguramente debe haber mucho más. Durante la salida descubrimos un pasillo escalonado que permitía bajar del segundo al tercer nivel sin necesidad de utilizar el pozo ramposo. Atardecía sin prisa y volvimos a los coches caminando con placer. Para celebrar nuestra suerte fuimos a un bar de pescadores en Isla Plana y nos bebimos unas cervezas con mejillones. Mavil se quedo con Dani a vivaquear en la cercana Cueva del Agua para entrar al día siguiente en la Sima Destapada. Los demás volvimos a casa.
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