Texto: Antonio G. Corbalán
Fotos: Nacho
El planing lo diseñamos entre Julio y yo. La primera iba a ser Cuevamur. Fácil pero divertida. Y muy bonita. Entre los cursillistas se animaron Adriana, Esther, Mari y Miguel. Y entre los veteranos Nacho, Julio, A. Subiñas y yo mismo. Para mi era una ocasión única de balizar una cueva que lo necesita de forma urgente. Y también de mostrar a unos principiantes el trabajo de balización y su importancia.
Quedamos en Solares a las nueve y media. Nos repartimos en dos coches. El lema: economizar. En el mío se montaron Nacho, Adriana, Esther y Miguel. Los otros tres lo hicieron en el de Julio. Durante el viaje me enteré de las conexiones entre Miguel, Mari y yo mismo. Universidad, intereses comunes, lugares: el destino juega con nosotros de formas inesperadas. En la cafetería de Ramales seguimos conociéndonos mientras algunos desayunaban unos pinchos excelentes y otros sólo tomaban café. Era una salida de espeleo tranquila y perezosa que ya no recordaba después de una cantidad abrumadora de incursiones largas y duras en las que el tiempo se te va amontonando como una carga a tus espaladas.
En el aparcamiento de las Covalanas no quedaba apenas sitio. Dejé el coche justo en la desviación antes del puente sobre el Calera. Julio aparco en un hueco de la cuesta. Allí estaban sentados mirando el panorama Carlos y Alicia del ADEMCO. Mientras nos preparábamos vinieron a charlar un rato. Fue un encuentro muy agradable. Cuando terminé de colocarme el equipo no iba bien la cosa en la furgoneta. Los equipos verticales de los cursillistas estaban incompletos debido a un malentendido. Entre los préstamos de unos y otros se fueron completando y finalmente se pudo iniciar la marcha.
Me adelante un poco para colocar el cartel oficial de cueva balizada en la entrada de Cuevamur. Mari y Nacho me alcanzaron y continuamos la marcha con el objetivo claro de no amontonarnos en los cortos tramos de cuerdas que hay que recorrer. Para cuando llegamos -muy tranquilamente- al final del Segundo Pasamanos ni se les oía. Después de media hora de espera aparecieron en el balcón de la Gran Sima. Mari tenía un dilema: o se quedaba esperando al grueso del grupo -y continuaba hacia el fondo de la Gran Sima- o se venía con nosotros a balizar la Sala de los Cristales. Después de unos segundos de indecisión optó por quedarse esperando. Seguramente pesó en su decisión el hecho de llevar la comida de Miguel en su saca.
Nacho y yo aterrizamos directamente en la Sala de los Cristales y nos repartimos la tarea de la forma usual: uno tendiendo hilo y el otro colocando las varillas. Nos cruzamos con tres espeleos vascos. El trabajo continuaba avanzando de forma segura. Lo bueno era que teníamos un suelo perfecto para clavar las varillas: tierra compactada en la que entraban suave pero firmemente. Lo malo fue que mis estimaciones de hilo habían sido demasiado optimistas. Los tres carretes que llevábamos (parcialmente gastados los tres) se acabaron cuando llevábamos un tercio balizado. Yo acabé de colocar las varillas y algunos carteles ZB y me fui a reposar. Nacho se preparó una supersesión de fotografía. Pasaron las horas. Y Nacho comenzó una segunda supersesión de fotos. Yo continué reposando. Tres espeleos de visita en la Sala de los Cristales se encontraron fugazmente conmigo. Nacho seguía perdido en sus fotos. Yo reposaba el reposo.
Unas horas después escuche a Nacho y al resto del grupo acercarse. Habían estado extraviados buscando el Paso de los Retales. Por una parte estaba A. Subiñas, quien visito Cuevamur por última vez hace más de diez años. Por otra parte estaba Julio, quien sólo había estado tres veces en Cuevamur pero hace bastante y guiado. Sea como fuere consiguieron dar con el paso dichoso. Mari llevaba una topografía de la cavidad pero eso tampoco ayudo gran cosa.
Una vez reunidos proseguimos hacia la salida. En el Segundo Pasamanos nos pidieron paso tres espeleos. Fue un error: sólo llevaban un croll y un descensor y tardaron una eternidad en recorrer los pasos. Cuando nos vinimos a dar cuenta ya era de noche en el exterior. Llegamos a los coches casi a las diez. Allí tardamos otra eternidad en cambiarnos y recoger (incluido devolver los materiales prestados) Propuse parar en Ramales a cenar algo para que no se hiciera demasiado tarde. Pedimos varias raciones de patatas y de chopitos y tomamos cerveza a discreción. De vuelta hacia Solares trabajaron a discreción las redes sociales.
Dos días después, el lunes, decidí volver a terminar el trabajo. Me preocupaba una gran afluencia de espeleos encontrándose con una balización realizada a medias: una imagen confusa y un posible efecto negativo. Nacho no podía venir así que me encontré entrando en Cuevamur, sin compañía, a las dos y media de la tarde. Hacía mucho calor. Cuando llegué al balcón sobre la Gran Sima me di cuenta que faltaba un tramo de cuerda. Intente bajar usando un trozo de reaseguro de unos seis metros pero no llegaba. Decidí volver a las rampas y tomar prestada una cuerda. Funciono correctamente aunque me llevo un rato ir, desmontarla volver y montarla (al salir tendría que hacer el proceso inverso)
Por fin llegue a los laminadores y las salitas que preceden a la Sala de los Cristales. Instalé la primera tanda de hilo y corregí algunas varillas. Para la Sala de los Cristales añadí algunas más. Acabé un carrete y comencé otro. Trabajar sin nadie que te espere, sin ningún ruido. Sólo la oscuridad y el silencio. Sólo tu ruido interior. Y bien que había ruido en mi mente. Pero al final terminé el trabajo, una satisfacción. Salí a las ocho de la tarde. De bajada me crucé con dos escaladores y una perra pesada. Mientras conducía hacia el oeste disfrute de un atardecer de hermosos colores. Una cueva más estaba balizada (parcialmente)
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