A primeros de verano recibí una invitación por parte de César para realizar las travesías del Alba y de la Piedra de San Martín con amigos suyos del grupo de Geológicas de Madrid. A la del Alba no pude ir. La de la Piedra estaba proyectada para el puente de la Virgen de Agosto, del 12, viernes, al 15, lunes, que se prometía una riada de coches por todo el País. El viernes 12 por la mañana me puse en marcha. Antes de salir tuve que bregar varias horas para cambiar los viejos correajes de mi casco por otros nuevos. Los remaches estaban tan bien puestos que no tuve más remedio que serrar algunos. Con la mala hostia que se me levanto casi me corto un dedo. Por fin a las 12 estaba saliendo de casa. Me pasé por Raos para cargar el depósito a tope y tome rumbo a Bilbao. César me telefoneó cuando estaba avistando Laredo y les comenté la posibilidad de unirnos con Pep y un par de amigos suyos que ya habían hecho la travesía dos veces para ir más seguros en la ruta. Lo malo es que este grupo de Pep solo podía hacerla el domingo. Cuando estaba en el peaje de Murgia volvimos a hablar por teléfono: de lo de entrar el domingo nada, por el tema de volver descansados el lunes; de lo de alojarnos en Sta. Engracia no, por razones de dependencia de otros miembros del grupo; y de lo de dormir a la salida de la travesía en Sta Engracia que lo iba a mirar. En el embalse de Yesa me pare a refrescarme y a probar un flotador tortugita que me había comprado por 1€ en Pamplona. Pensaba utilizarlo en el paso acuático del Túnel del Viento. Durante la tarde, ya en el camping, me llamo Pep para intentar coordinar a los dos grupos pero no se concretó nada. Mientras Daniel y Juanvi instalaban la sima de la Tete Sauvage hasta –180, César fue a confirmar en Sta. Engracia nuestros planes y a buscar algún alojamiento. Todos los grupos que realizan algunas de las travesías de la Piedra de San Martín, a parte de pedir el permiso, dan la hora y fecha de entrada en el Sistema y fichan en el albergue de Sta. Engracia a la salida de la travesía para controlar que todo ha ido bien. Si a las xx horas de la entrada no han salido se debe poner en marcha un dispositivo de rescate.
El camping Asolaze, a unos 6 kms. de Isaba, esta en un bosque de pinos encantador, tiene bungalows de cuatro o seis personas, un hermoso alberge, rocódromo, bar-restaurante, una tiendecilla, una empresa de deportes de aventura y, lo más importante, está lleno de tías buenas. Elucubro sobre la causa de que casi todas las tías del camping estén buenas. Será porque casi todo el mundo que se hospeda aquí se dedica a deportes de aventura y eso da una media de edad joven y una media de gordura escasa.
Como a las nueve empieza a llegar gente del grupo de Geológicas. A César lo veo un rato después. Me comunica que no ha encontrado alojamiento en Sta. Engracia para quedarnos al salir de la travesía. Por tanto al salir habrá que conducir todo el Puerto de la Piedra de San Martín de vuelta. Nos presentamos todos; finalmente somos seis los participantes en la travesía: César, Dani, Suso, Juanvi, Cipri y yo. Hay mucha más gente del grupo que van a hacer otras actividades. Algunos descenso de barrancos, otros visitar la Sala Verna por el túnel de la EDF y unos pocos bajar alguna sima del Sistema, creo que la SC3 Beffroi. Nos dedicamos hasta las 12 de la noche a los preparativos. Comida, bolsas estancas para ropa y comida en las zonas acuáticas, neoprenos, guantes, carburo (tres morcillas grandes o dos grandes y una mediana?) y, cuestión principal, las cuerdas. Después de una larga charla sobre este tema llegamos al acuerdo de llevar dos cuerdas de 55 y una de 20. Más tarde llegan algunos miembros del grupo que nos van a ayudar con los coches. La idea es subir con los coches de César y Cipri hasta la estación de esquí de Arette donde se pueden dejar los coches a diez minutos de la sima; posteriormente irán tres conductores en otro coche a trasladar los coches hasta la pista que baja desde la Garganta de Arphidia hacia Sta. Engracia. Todo está organizado. OK. Nos vamos a dormir. El jaleo del bar de abajo no me deja dormir como yo quisiera y hay ruidos e inquietud por todas partes. Por fin me duermo. César tiene que huir de la habitación por los ruidos y se monta un vivac. Al cabo de un rato los ladridos de un perro en una tienda de campaña vecina le torturan de forma inexplicable. Poco después da un bote sobresaltado por una sombra que pasa a su lado: el puercoespín causante de los ladridos del perro.
Tras la desventurada noche llega el día. Después de desayunar montamos las sacas en los coches y partimos. Hace un día brillante y espléndido que invita a vivir. Subiendo por uno de los caminos de la estación de esquí de Arette aparcamos los coches en una pradera. Juanvi y yo nos adelantamos hasta la boca de la Tête Sauvage. Le cuesta encontrarla a pesar de haber estado la tarde anterior. De la chimenea de madera de la Tête Sauvage no queda nada. El agujero de entrada es ridículo teniendo en cuenta las dimensiones del Sistema que oculta debajo. En primer lugar entra Dani seguido por mi. En el segundo resalte la cuerda no corre en mi descensor, la saca se me traba entre la pared y las pértigas y me quedo atorado mentalmente. Maldiciendo y resoplando consigo ordenar todo y seguir hacia abajo. La instalación de cuerdas interfiere con las pértigas y teniendo en cuenta que los pozos no son anchos proporcionan una continua sensación de incomodidad. Las pértigas están constituidas por un grueso tubo central y tubos más finos cruzados al central formando peldaños. Se instalaron para agilizar el descenso de la sima. Actualmente están deteriorados los anclajes y los peldaños. Sin embargo si equipamos con cuerdas el descenso se complica por la interferencia de las pértigas. La única solución es bajar con paciencia. En cuanto acabamos la parte previamente instalada el día anterior comenzamos a equipar con cuerda en doble. Las fijaciones químicas con argollas de acero inoxidable son excelentes aunque se echan en falta cortos pasamanos de acceso a muchas de las instalaciones. Todo va sobre ruedas hasta el pozo de 92. Aquí casi damos alcance a 4 madrileños del grupo Katiuska. El pozo de 92 está instalado para tiradas de 25 metros. En la primera tirada la cantidad de salientes de roca hace problemática la recuperación. Los dos tinglados siguientes son insufribles para un grupo de 4 personas, con más para uno de 6 como el nuestro. El problema estriba en que todo el tinglado está montado verticalmente por lo que los espeleólogos colgados vienen a formar un racimo en que operar es difícil. Decidimos bajar de 3 en 3 utilizando cada grupo una cuerda de 55. Así César, Cipri y yo aterrizamos en la base del pozo de 92 poco antes que el resto de nuestros compañeros. Y nos enfrentamos a un problema psicológico: el Respiradero. Una bóveda baja obliga a agacharse sobre un charco profundo que canaliza una heladora corriente de aire. La manera de mojarse lo mínimo es pasar como un gato erizado con las patas tiesas. Una vez superado este desagradable paso te sientes mucho mejor. Se trata de una “puerta de entrada al Sistema”.
La Sala Cosyns es pequeña pero coqueta. Esta recorrida por un pequeño arroyo: el Bassaburuko Leizea. Junto a éste tomamos un refrigerio y actualizamos nuestros equipos. Desde aquí hasta la Sala Monique se suceden los pasos divertidos y decorados para eludir los sifones y las aguas profundas. Las dimensiones de la cavidad son cómodas aunque modestas. En la Sala Monique alcanzamos a los componentes del grupo anterior con los que charlamos un rato mientras nos ponemos los trajes de neopreno. Todos estamos de buen humor. El horario que llevamos es bueno. Y además comienza una zona divertida. Bajamos directamente hacia un lago por una estrecha fisura. El lago se elude por un pasamanos en que acabas mojándote hasta la cintura. El agua está más que fresca. Atravesamos la Sala Susse haciendo equilibrios y trepando sobre algunos bloques y desembocamos en el comienzo del Gran Cañón. Este tramo es bello y cómodo. Caminamos, chapoteando sobre gravas, en una galería que oscila de tres a diez metros de ancha y cuarenta de alta en gran parte del recorrido. Nos hacemos fotos en que el problema principal es la neblina que creamos a nuestro alrededor. Algunos caos de bloques obligan a pensar para proseguir y se pasa una zona de aguas más profundas, como por el pecho, en que el cañón tiene solo un metro de ancho. Así llegamos a un resalte, el Embarcadero, que marca el final del cañón y por el que se accede a una galería superior, Galería de las Marmitas. Juanvi se adelanta y se confunde en la continuación (hay dos cuerdas) aunque de inmediato rectificamos y seguimos hacia la Gran Cornisa, bonito paso que domina la Galería de las Marmitas inundada. Aquí hay un vivac no recomendable por la fuerte corriente de viento que barre esta repisa horizontal. Al poco alcanzamos el Shunt de la Hidalga. Es un paso raro, raro tanto por el nombre como en sí mismo. Se trata de una estrecha chimenea por la que nos elevamos, ayudados por una cuerda, a un nivel superior por el que se continua. Una fuerte cuesta abajo seguida de otra fuerte cuesta arriba indica que en el fondo del valle debe irse hacia un lago. Este lago tiene un pasamanos para librar una zona profunda pero en uno de sus tramos las cuerdas están jodidas. Juanvi y yo pasamos haciendo equilibrios y escalando en travesía para no colgarnos pero Cipri y Dani se caen de golpe sobre este tramo. En contra de nuestras expectativas la cuerda no se rompe. De nuevo todos reagrupados, contentos y divertidos alcanzamos la Sala Principe de Viana y por una gaterilla que sopla de forma endiablada el ramal más corto del Túnel del Viento. “Solo” 50 metros de inundación total. Cada uno saca su invento para navegar. Dani tiene un delfín verde. Yo tengo una tortugita negra. Y el resto tienen un bote hinchable playero. Pero nada más empezar a inflarlo el inflador sufre un desperfecto. Son dignos de verse los caretos del personal. A pesar de ello consiguen inflar el bote.
En cuanto llego al otro lado del Túnel del Viento busco una zona sin corrientes de aire y encuentro una en que hay varios vivacs. Me pongo a cambiarme de ropa. Al poco estoy seco y caliente. Como el sitio no es muy grande se forma un pequeño tumulto con todo extendido. Comida, ropa, equipos , inventos para navegar...Nos hacemos unos cuantos cafés con leche condensada para reanimarnos. Lo más difícil es colocarse de nuevo el mono exterior mojado. Creo que son como las 9 de la noche. Pero aquí nos pasamos un montón de tiempo. Y comenzamos de nuevo la marcha. La principal dificultad ahora son las continuas subidas y bajadas en las grandes salas que se avecinan. Particularmente recuerdo la Sala de la Navarra como una lucha a brazo partido trepando enormes bloques. Hay que tener en cuenta que el tamaño de estas salas es descomunal. Vienen a ser como la Olivier Guillaume de la Cañuela. Pero no hay una, sino seis salas seguidas a lo que hay que añadir las galerías que las unen, que también son descomunales. Como suplemento extra tenemos que en muchas zonas los bloques están recubiertos de un película que resbala como el jabón. Todo esto contribuye a hacer de esta zona la más cansada de la travesía a lo que debemos añadir el cansancio acumulado en las horas anteriores. Otro problema de esta zona, y muy serio, seria seguir la ruta correcta si no hubiera indicaciones. Gracias al destino la señalización es excelente. Así pasamos de la Sala de la Navarra a la Lepineux, en cuyo techo intuimos la desembocadura de la Sima de San Martín, y en cuyo fondo hay restos de antiguos vivacs, un casco partido y trozos de una camilla. Unas inscripciones recuerdan la muerte de Marcel Loubens el 14 de agosto de 1952 dos días después de la rotura del arnés que le unía al cable de un torno, en la sima de San Martín. Murió aquí, justamente en este vivac, y cuando nosotros pasábamos era su aniversario. “En este lugar paso Marcel Loubens las últimas horas de su valerosa vida entregada por la ciencia”. Nos deja una fuerte impresión todo esto.
De ésta sala pasamos a la Casteret y de ésta a la Loubens y de ésta a una maravillosa galería con formaciones y trozos cómodos llamada El Metro; de éste pasamos a la Sala Queffelec y de ésta a la Adelie y de ésta a la Chevalier. Esto se ha convertido en una prueba de resistencia; economizo energía. Algunos andan dormidos. A mitad de la Chevalier encontramos colgando del techo, en medio de la sala, una cuerda ¿de donde vendrá? Poco después, a unos 200 metros de la Verna, nos confundimos subiendo una cuesta a la derecha que tiene indicaciones y una cuerda pero que no conduce a ningún lado. Es la puntilla. Rectificamos y, siguiendo el río, desembocamos en la Sala Verna. Un último resalte, que equipamos con cuerda por el cansancio y que podríamos haber eludido por un agujero entre los bloques, nos ponen en las terrazas de la sala. Por fin encontramos un cómodo sendero que nos lleva a la entrada del túnel EDF. No es posible “ver” la sala con la iluminación que llevamos ni tampoco hacer fotos. Nos deslizamos por el embarrado túnel y olemos el bosque a las 3 de la mañana del domingo. Total: 17 horas. Para ser seis no esta mal.
Caminar por el bosque sería un placer y si lo comparamos con los caos de bloques de las salas es un alivio. Pero estamos cansados y dormidos y nos cuesta llegar hasta los coches. Los encontramos en una curva de la pista bien aparcados. Allí nos cambiamos de ropa, comemos algo e, incluso, César duerme un rato. En la puerta del albergue de Sta. Engracia paramos a dejar una nota. César no encuentra ni papel ni bolígrafo. La subida al puerto está con niebla pero al cruzar a España el cielo se preña de estrellas. Paramos un par de veces para que Juanvi vomite el aquarius y las barritas energéticas. Casi a las 6 de la mañana nos metemos en el camping. Me monto una cama en la parte de atrás del coche para no armar follón en los dormitorios. A las 10 de la mañana me despierta el calor. A lo largo del domingo me duermo dos siestas de 4 horas cada una.