Pensábamos ir a la Red del Gándara pero todo se puso en contra de nuestros deseos. Ni los amigos de Madrid podían venir, ni Chechu, ni Julio, ni los nuevos, ni nadie. Solo Miguel y yo. Y dos es una sensación de soledad para pasar varios días en una cueva. Eso solo lo resiste Mavil. Así que montamos un plan alternativo consistente en visitar “el otro lado” de la Cueva del Torno, es decir la parte de Cueva Riaño que se acerca a “nada” de las galerías de la Cueva del Torno. Para eso busque la topo en la pagina de Matienzo del MUSS e imprimí la parte correspondiente. No quedo muy bien, -se veía borrosa y disjunta- pero era suficiente para tirar pa’lante. Aparte de Miguel se apunto Manu, el sábado mismo por la noche, después de ir a prospectar en la zona de Udías. Nos contó de las salidas con tres teutonas -una alemana y dos austriacas- que estudian con una beca Erasmus en Santander durante este año. Una de ellas es escaladora y tiene ganas de hacer espeleo de simas y cuerdas.
El domingo nos vimos los tres en el área de Adelma. Paramos en un bar-tienda de Entrambasaguas para comprar pan y agua. La furgoneta verde manzana de Manu tiene la puerta derecha crujiente y parece que va a partirse cuando se cierra. Desde la carretera que va de Riaño hacia Matienzo sale a la derecha una pista asfaltada -justo al empezar la cuesta de verdad- y luego una pista de tierra que en un minuto nos lleva delante de una pequeña depresión. En ésta se encuentra el agujero del Hoyo de la Reñada (Cueva de Riaño) que está disimulado abajo a la izquierda entre follaje. Un horno de gas, tirado delante por un paisano sin escrúpulos que desea tapar el agujero de entrada, nos indica su posición. Entramos reptando desde el primer momento por una cuesta abajo terrosa. Un bajo laminador seguido de una curva a la derecha y una arrastrada entre un talud de tierra y la roca nos dejan en un pequeño ensanche, en que es posible restablecerse un poco, para continuar reptando por una zona con agüilla en la que, con habilidad, puedes eludir la mojadura. Sigue una zona de arroyito con abundantes niphargus blanquecinos y laminadores que cortocircuitan ciertos pasos. La galería va creciendo paulatinamente y llega un momento en que los techos son altos. En un pequeño caos de bloques tomamos un camino entre éstos, bajando a la izquierda, y desembocamos en un resalte de unos cuatro metros que se destrepa. Todo este comienzo de la cavidad sugiere la eterna broma de espeleologos en la que se invita a todos los conocidos o conocidas a visitar una bonita y cómoda cueva. En concreto quedamos en invitar a todas las chicas del cursillo, incluidas las teutonas, a recorrer ésta.
El arroyuelo de la red de entrada desemboca en un río de medianas dimensiones. Si seguimos hacia la derecha -aguas arriba- encontraremos la conexión con La Hoyuca. Hacia la izquierda, es decir aguas abajo, pronto llegamos a una zona de hermosas coladas que se descuelgan hasta el nivel del río. La zona es divertida de transitar, exigiendo hacer pasos entre las paredes y posándose sobre bloques sumergidos en plena corriente. Al cabo de unos doscientos metros se llega a una zona de bonitas cascadas saltarinas que se descienden destrepando, aunque conviene poner una cuerda en una de ellas. Un poco más allá nos encontramos con una zona inundada en la que para pasar habría que mojarse (mucho o poco según las habilidades del espeleólogo) Basándonos en las expectativas creadas tras mirar los planos que llevábamos, se tomaría justo en estas cascadas Torno Inlet para ir hacia la zona de la conexión con la Cueva del Torno. Pero allí no vimos nada de nada a pesar de las miradas exhaustivas que, ayudados con nuestros potentes Stenlights y Scurions, fuimos echando a todos los rincones, incluidos los techos. Después de revisar toda la zona con el plano delante llegamos a la conclusión que estas cascadas no eran las de Torno Inlet sino que eran otras -algo más adelante- y que con seguridad ahí estaba la solución. Dicho y hecho: avanzamos hasta esa zona en la que tuvimos que mojarnos un poco y continuando aguas abajo llegamos al segundo grupo de cascadas -mas amplio que el anterior- en el que encontramos el cruce que buscábamos. El agua saltaba a un nivel inferior formando una gran piscina pero, a la izquierda, pudimos seguir una bonita galería con concreciones hasta que se hizo excesivamente reducida. Por la derecha -mediante un destrepe- alcanzamos la desembocadura de Torno Inlet.
Al principio Torno Inlet es un meandro de un metro de anchura, en T invertida o entrecruzado que hace divertido, pero no penoso, el avance. Pero el meandro se va estrechando progresivamente y haciéndose alto (hasta 10 metros o más) Finalmente solo puede avanzarse de perfil con la saca por delante o por detrás y sorteando algunos salientes que exigen contorsiones. Se trata del lugar bautizado por los ingleses Crabwalk (literalmente paseo de cangrejos) pero que nosotros preferiríamos llamar meandro egipcio. De cualquier forma tras largo rato en este plan se llega a un reducido ensanche en que la galería tuerce 90º hacia la derecha (este) y en el que, para seguir, sería necesario agacharse o reptar. Entonces se puede ascender a un nivel fósil superior unos 10 o 15 metros por encima del río. Una galería fósil que es en realidad la parte alta del meandro se separa bruscamente en este punto del rumbo del meandro inferior. Aquí descansamos y comemos. Al principio la galería fósil no tuvo ninguna dificultad hasta que llegamos a un recodo en que comenzaba una gatera. La gatera -de barro semihúmedo y pegajoso en el suelo- llevaba a muy corta distancia el techo, siendo cóncava y descendente. Decidí meterme boca arriba y de cabeza. Descubrí que en realidad se trataba de la primera de una sucesión de tres gateras, con dificultad progresiva, que me exigieron un forcejeo importante. Manu me siguió pero Miguel no lo vio claro y nos espero. Desembocamos en una salita deliciosamente decorada que fotografiamos varias veces. La continuación era otra gatera del mismo pelaje que las anteriores. Inicialmente me pareció más corta y más fácil. Pero cual fue mi sorpresa cuando metiéndome en ella me di cuenta que me quedaba atorado. Nuestro empeño en pasarla estaba basado en la evidencia que el plano arrojaba: éste era el camino hacia Torno Road. Y claramente los ingleses habían pasado por allí. Me di por vencido y le dije a Manu que probara. Manu pasó escarbando un poco y contorsionándose. Lo intente de nuevo y conseguí pasar todo el cuerpo pero las piernas se me quedaron atrancadas en la concavidad. Por mucho que lo intente no pude. Bastante reventado comencé la vuelta con Manu. En el entreacto Miguel estuvo visitando una galería fósil que se desviaba de la parte alta del meandro. Nos contó que le había parecido interesante y que continuaba por una escalada. Luego volvimos por arriba hasta que la parte alta del meandro se puso muy incómoda y nos obligo a bajar mediante un destrepe. Afortunadamente constatamos que habíamos cortocircuitado gran parte de la zona estrecha. Teníamos los monos mojados y llenos de barro. Lo peor era que con el cierre lleno de barro el pesado mono mojado se abría, enganchándose por todos lados. Esto contribuyo en gran medida a que llegásemos hartos y cansados a la red de salida en donde nos dieron la puntilla. Con las últimas arrastradas nos empezó a dar una risa creciente. Y siguió la carcajada al vernos en el exterior, bajo el sol, con el mayor embarre que hemos sacado de una cueva. La culpa, sin embargo, es de las gateras... bueno, nos fuimos a tomar unas cervezas.
No se si conseguiré que mis compañeros de correría firmen por volver a entrar, con un azadilla y una pala, para poder pasar por las gateras y alcanzar Torno Road.
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