Gándara SW
Ahora ya teníamos la sensibilidad adecuada para volver, aunque no la energía desbordante de otras veces. En esos días a menudo me mire en el espejo de las historias pasadas y vi alguien más despiadado que otros que me lo habían parecido a mí. Un poco más, comprendí la ley que nos devuelve lo que damos, pero eso me predispuso aún más a disfrutar del silencio.
Invité a Manu pero estaba reconcentrado en la labor de topografiar en Udías. Así las cosas, Miguel y yo nos encontramos en Ramales, había pasado cierto tiempo desde la última vez, para continuar juntos hacia La Gándara. Un viento salvaje, del Sur y frío se había adueñado del valle de Soba. Hasta que entré en la Cueva del Gándara -eran las diez y veinte-no me quité el anorak.
Note que Miguel estaba especialmente fuerte y motivado. Andábamos ya lejos cuando comprobamos una hora y media de cueva. Estuvimos, más o menos otra hora, muy entretenidos sudando el mono, para intentar localizar una continuación muy peculiar -que no encontramos- hacia el Sur. Me tomé un zumito para reponerme.
Íbamos camino de la zona SW. Quizás de forma inconsciente, o descuidada, sin valorar la belleza de lo intacto, alguien había decorado con huellas de botas de pocero el sendero hacia el SW. Habían roto la virginidad del paisaje subterráneo. No me queje, pues de nada iba a servirme, ni me dolió porque, de momento, había conseguido insensibilizarme. Además, pensé, la mirada también deja una huella, imperceptible pero real. Aunque lo más autentico sería encontrar un silencio sin huellas en la Gran Vía de Madrid a hora punta. Eso te haría más poderoso que Superman.
Más allá, las galerías que fuimos desgranando nos sorprendieron con hermosos regalos. Una red algo laberíntica, con ramificaciones y desfondes que duplicaban o triplicaban los caminos posibles, exhibía de vez en cuando paneles de flores de aragonito más delicadas de lo usual. O también flores de calcita en el suelo. Accedimos a una gran sala de la que nos escapamos por un hueco mínimo e improbable, a través de derrumbes al sur de la sala, yendo a dar a una amplia galería descendente hacia el este. Un brusco desnivel entre tierra y bloques nos elevó a un collado desde el que pudimos divisar la negrura de otra vasta sala. Posiblemente la Sala Muguet.
Después de comer nos movimos hacia la parte baja de la sala buscando la continuación. Casualmente encontramos el emplazamiento de un vivac. Los franceses habían dejado una mesa, fabricada con una gran losa plana, y los spits necesarios para colocar varias hamacas retiradas unos quince metros -más o menos- de la zona social. Lo que no pudimos localizar fue agua -ni trazas- en las cercanías.
Juntos en soledad continuamos dócilmente recorriendo la gran galería del vivac. Tuvimos que ascender un resalte instalado de forma ingeniosa con un empotrador y un lazo a un saliente. Se notaba que el escalador francés que ascendió por primera vez el resalte era bueno trepando. Algo más allá encontramos en el suelo antiestalactitas. Es decir, la forma que dejaría una estalactita si se hiciese penetrar punta abajo en la arena y se barnizara interiormente el hueco que deja al retirarla de calcita cristalizada quitando luego toda la arena que rodea el molde. El aspecto final era el de una rara seta de roca. Tras un giro neto a la izquierda la galería se despeñaba por una empinada rampa. Una evidente instalación a la derecha permitía descender a una zona muy espaciosa. Abajo se oía un río pero decidimos no bajar y, como alternativa, ascender hasta una galería colgada que nos había llamado la atención, situada justo antes del comienzo de las rampas.
De común acuerdo decidimos que tras un breve vistazo a la galería colgada, volveríamos hacia la salida. La cuerda de ascenso -menos de quince metros- pasaba por un ojal muy chulo, como el hilo de una caña de pescar en su extremo. Miguel se entusiasmo con la nueva galería. El rumbo marcaba directo hacia el SW. No se trataba de una galería con tránsito fácil. Tuvimos que efectuar varios pasos atléticos y algo expuestos. Sin embargo las dimensiones iban aumentando. A la altura de una bifurcación en dos galerías paralelas pusimos nuestro final y dimos media vuelta. Nos quedo clara la idea de volver a mirarlo todo despacio, pero nos dimos cuenta que será necesario un vivac para tener un rendimiento razonable entre el tiempo de i/v y el tiempo de reconocimiento en la zona SW.
A la venida Miguel había insistido en que bajase hasta un desfonde para verlas. Y al volver paramos para hacer fotos a las flores de aragonito. Cuando, una hora y media más tarde, reentré en la zona trillada me empecé a notar torpe y cansado. No tenía empuje, pero, de todas formas, no paramos nada -salvo la espera en el Pozo de las Hadas-. La cabecera del pozo es el lugar ideal para reflexionar sobre la vida y la muerte. Tiene unas piedras cómodas para sentarse y se puede apoyar la espalda sobre una lisa pared vertical. Me paré a pensar sobre las grandes diferencias que percibía en mi mismo. Unas veces sobrado de energía y otras arrastrado como un papelillo flotante. Y pensé también en el preocupante estado de deterioro de las cuerdas y anclajes en toda esta zona; y en particular las chapas del pasamanos de bajada a la Sala del Ángel. Salvo los honrosos recambios de las cuerdas en el pozo mismo, creo que nadie ha cambiado ni cuerdas, ni chapas, ni maillons. Un día se romperá algo… y alguien.
Unas nueve horas después de entrar, ya de noche, salimos al exterior. Calor no hacía pero tampoco sentíamos frío. Recogí casi todo el material, el mono y todos los talabartes a la entrada de la cueva. Luego me di cuenta que había olvidado los guantes. No me inquieto apenas.. es posible que todavía estén la próxima vez que vayamos. Nunca se sabe.
Coverón W
Había insistido desde un mes antes en ir de cuevas con José Miguel para aprender sus técnicas fotográficas. El estaba dispuesto, pero si la cueva era fácil. Para tomarnos las cosas con calma quedamos finalmente el domingo a las 10 y ½ pues el tiempo no animaba a darse madrugones. La sorpresa fue encontrar a los perdidos Pablo y Noelia acompañando a José Miguel en la gasolinera de Solares. Los tres esperaban a Marisa, una reciente inscripción en el SCC. Sugerí que fuéramos en un solo coche los cinco pero José Miguel quería ir cómodo. Me fui con Noelia y Pablo en su nuevo coche.
Mientras nos acercábamos a Colindres la conversación giro alrededor de lo que puede esperarse del aprendizaje universitario. A Noelia solo le queda aprobar el último examen de Estructuras para acabar su larga carrera de ingeniería. No se lo que sentirá ella por sus estudios pero yo tengo la enorme suerte de saber que volvería a estudiar lo que estudié, y que mi pasión no haya disminuido ni un ápice. Como tampoco mi pasión por la vida.
Al pasar por Colindres vi un par de minutos a mi amigo Pepe con dos compañeros –uno de ellos el propietario del gran local de escalada Espacio Acción de Madrid-. Los invité a unirse al grupo de espeleólogos pero estaban entregados en cuerpo y alma a la vida familiar.
El tiempo frío amenazaba pero se mantuvo sin lluvias. Preferí ir abrigado por el anorak. El sendero que lleva al Coverón atraviesa una pequeña parte de uno de las mayores manchas de bosque costero original de Cantabria. El encanto de este rincón no tiene precio. Un claro en el bosque da paso, algo antes de llegar a la cueva, a un bosque de grandes robles y castaños. Helechos enormes jalonan un pequeño descenso hasta el hall de la cueva. En fin se trata de un lugar mágico. Como la cueva en sí.
José Miguel comenzó a hacer fotos. Del hall, de la rampa, de la gran sala desde abajo hacia la entrada... Me quede con la tarea de fotografiar al fotógrafo. Los sensores de radio son mucho más funcionales que la células fotoeléctricas y, en principio, disparan bien a grandes distancias. Hubo algunos fallos pero seguramente fueron debidos a causas fortuitas. No hubo intentos de fotografiar las grandes salas góticas del Coverón. Este es un reto mayor de lo que puede asumirse sin grandes preparativos.
Todos estaban animados a subir el resalte para seguir visitando la cueva. La instalación -una cuerda y una escala- es particularmente incómoda. Apareces arriba por una gatera resbalosa que se abre a una pequeña sala con un lago. De aquí a la gatera de acceso a las nuevas extensiones de la cueva hay solo un minuto. No hubo duda tampoco. Se animaron todos, pasamos la gatera ventosa y accedimos a las pequeñas galerías coquetas recientemente descubiertas. Allí fue donde más fotos hicimos (ver http://misfotosdecantabria.blogspot.com/2009/11/cueva-el-coveron.html )
Desde esta muy peculiar zona comenzamos la vuelta poco a poco. Cuando salimos ya atardecía. La vuelta a Solares la hice con José Miguel y Marisa. Me pareció que MIguel se estaba animando de nuevo a hacer espeleología y quedamos para hacer más fotos -quizás en la red del Gándara- en un futuro próximo...
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