12/5/12

Lagrange’s RapS



Estábamos en un plácido intermedio, entre dos raciones de manicomio de nuestro amado instituto, cuando un compañero de trabajo me pregunto acerca de las helictitas, más comúnmente llamadas excéntricas. Le conté que sabemos como se forman la mayoría de los espeleotemas (gours, estalagmitas y estalactitas, coladas, banderas, pisolitas, sierras, nidos de cristales, etc) Decir que sabemos significa que tenemos un modelo químico-físico-matemático que explica su crecimiento, al menos a nivel cualitativo. Sin embargo las helictitas tienen una explicación más compleja y todavía quedan puntos por aclarar. Si buscamos en la web helictitas o excéntricas, en inglés o español, solo recogeremos un conjunto de generalidades, algunos artículos desperdigados y unos pocos libros que tocan el tema.
A lo largo de años hemos observado una gran variedad de formas en las helictitas y, en muchos casos, su asombroso parecido a formas vegetales y/o animales. Actualmente existe un concepto en genética llamado “gen compartido”. Algunas especies muy diferentes, por ejemplo un árbol y un insecto, comparten un parte del código genético que modula parcialmente la forma de ambos. Por ejemplo un insecto hoja y las hojas de ciertos árboles. No es creíble que sea casual el asombroso parecido de algunas helictitas con una anémona. El proceso de crecimiento de ambas cosas, cristalización y anémona, deben tener algo en común. La anémona crece  gobernada por un código genético + algo más que estamos empezando a comprender (en el caso de las plantas más que en el de los animales) La excéntrica con forma de anémona crece gobernada por una combinación de las leyes del crecimiento cristalino + algo de lo que tenemos una vaga idea. Capilaridad, ionización crecimientos diferenciales por distintas causas… Es posible que la tarea de investigar como se forman las excéntricas tenga repercusiones inesperadas.
Me encontré con Manu a las nueve y media en Solares. A las diez recogimos a Fonso, Adrian y Jara en Liérganes. Conduje a ritmo rapero. A mi lado Manu se movía siguiendo el compás.
 Desde el jueves pasado -el día del calorazo, a 38ºC en Santander- hacía un tiempo similar: muy nublado, con niebla y fina llovizna. Durante parte del viernes llego a estar cerrado el aeropuerto. Mientras nos cambiábamos junto a la casa de Esteban en Valdició no me olvidé de preparar un paraguas por lo que pudiera pasar. La visibilidad no superaba los veinte metros.
A Esteban le habían realizado últimamente dos operaciones en la cadera y no se encontraba muy bien. Su mujer tampoco andaba muy allá por lo visto. Un día de invierno, hace dos años, la cabaña que tiene en la cabecera de la Sota, en un lugar lleno de magia y arándanos, había ardido. No pudo averiguar ni cómo ni por qué. Le prometí llevarle un BCE en el que se le ve arreando su mula durante los porteos para el campamento del Carrio. La mula todavía vive y tiene más de 30 años. La vimos atada a escasos metros paciendo con calma.
La subida al Hoyo Salcedillo estuvo condimentada por el sudor. La espesa sopa gris combinada con los repechos hicieron su efecto sobre nosotros. Tuvimos que hacer un alto, para despejarnos un poco, cuando llevábamos unos tres cuartos del desnivel. Antes de entrar intentamos secarnos pero la humedad ambiental no permitía secaduras veloces.


Las fijaciones y cuerdas llevan en la cueva más de veinte años y la corrosión hace su tarea. La idea era cambiar los elementos esenciales por otros más nuevos. En el primer pozo, ascendente, subí el primero y sustituí la cuerda por otra más nueva y el anclaje corroído por otro de acero inoxidable. Quedo impecable. Por la incómoda galería, continuación de la cueva, llegamos hasta un pozo corto. Reaseguramos todo el tinglado de cabecera con una cuerda adicional a un anclaje natural en forma de puente de roca. Mientras tanto tomé algunas fotos del conjunto de excéntricas que dominaba el lugar.
Nuestra incursión nos llevo bajo una ventana colgada, que en otras ocasiones me había llamado la atención. Pronto descubrimos señales de que hace veinticuatro años los franceses habían escalado hasta la galería colgada. Me pareció que lo mejor era reasegurar la escalada con algunos parabolts. No me costo mucho trepar, aunque tuve que poner mucha atención con las piedras inestables. Esperé a que todos nos reuniéramos haciendo algunas fotos. Un poco más allá encontramos una pared recamada de cristalillos de aragonito. Un paso incómodo y estrecho nos dio acceso a unas galerías amplias.
En las paredes de la galería abundantes grupos de excéntricas, algunos notables, crecían alimentados de paciencia, calcita y aragonito. Mientras nos dedicábamos a hacer fotos -y a admirar el conjunto de formaciones- Adrián desapareció un buen rato. Después de visitar la mayoría de los recovecos volvimos a encontrarnos con él. Me llevó hasta una gatera a la que había  echado un vistazo. Nos metimos los dos pero no tenía continuación. Por el lado opuesto de las galerías había unas grandes repisas con arena que no nos atrevimos a pisar. Un laminador a la altura del techo quedo sin ser mirado a fondo.
Todos bajaran por las cuerdas fijas y yo destrepé, asegurado por Adrian, recuperando todo el material. Se nos había hecho bastante tarde y teníamos hambre. Allí mismo, sobre un barrizal, nos comimos las provisiones. Aunque había muchas cosas que ver en la Galería de Utrillo comenzamos la vuelta hacia la salida. No queríamos realizar una incursión prolongada, ni dura.
Afuera seguía la niebla. No nos abandono tampoco en el descenso hacia Valdició. Tampoco mientras escuchábamos a la Mala María en el coche pudimos desprendernos de ella. Pero en Linto todo se aclaro. Entramos en la antigua tasca, regentada ahora por un joven. Nos recibió una pantalla gigante con un videoclip  y Pink Floyd como música ambiental. Curioso cambio. La última vez que entre a este bar el panorama consistía en una mesa llena de migas y un café de puchero que le produjo diarrea al Cura. Algo genial.     



1 comentario:

J.C.Alonso dijo...

Bonita cueva. A ver cuando nos llevas a conocerla. Saludos.