Desde hacia meses mi objetivo era visitar, conocer, los Mocos Verdes. Pero en el entreacto habían sido descubiertos, en otra mina, una Sala Verde y muchos más “mocos verdes”. Una de los centenares -o miles?- de minas anónimas que existen en la Sierra Minera. Llamémosla, por usar algún nombre, la Mina Verde. Nos fuimos hacia allá en sólo dos coches, el de Conchi y el de Juan, una gran furgoneta.
El sol de justicia aconsejaba con fuerza permanecer siempre a la sombra. Pero la marcha de aproximación hasta la pequeña, y casi oculta boca, no fue demasiado larga por suerte. Una rampa-pasillo bastante empinada nos llevo hasta una galería amplia pero incómoda y con muchos bloques en el suelo. Es obvio que los mineros no usaron esta entrada para transportar mineral al exterior, ni tampoco como acceso cómodo. Es posible que lo usaran para drenar el agua mediante tubos y bombas. Al cabo de un rato fuimos a desembocar en una amplia sala, confluencia de varias galerías mineras. El agua que rezumaba, tal vez de un acuífero o de las filtraciones, se acumulaba en algunas zonas. Los minerales saturaban tanto estos laguillos que los cristales de minerales metálicos flotaban.
Las sesiones fotográficas empezaron a dominar el desarrollo de la excursión subterránea. La estrella que posaba era principalmente Rosi y en mucha menor medida todos los demás también salían en las fotos. Lo que sí es cierto es que había tres fotógrafos… las cosas son así. Nuestro enrevesado camino camino estuvo jalonado por objetos mineros, puertas, tolvas, rampas, pasarelas, ventanas, bancos, herramientas, vagonetas, estacas de hierro y otras cosas similares cuyas utilidades eran bastante evidentes o bastante oscuras dependiendo del caso. Luego llegamos a unos mocos verdes sobre el suelo. Allí estuvimos mucho tiempo dándole al gatillo de las cámaras y los móviles. También había abundante epsomita por paredes, suelo y techo.
Las dos horas siguientes nos las pasamos dando vueltas, volviendo a los mismos lugares una y otra vez buscando en el laberinto minero la salita verde que Conchi había descubierto hace poco. El problema consistía en que Antonio, Rosi y Conchi habían estado en esa sala y cada cual tenía recuerdos y perspectivas diferentes. Yo no tenía nada que aportar a esa búsqueda y Juan, el malagueño, tampoco, pero el hecho de que tres personas tuvieran recuerdos selectivos diferentes no ayudaba en nada. Con la confusión no había manera. Finalmente conseguimos calmar el torbellino, y quedarnos todos quietos. Entonces Conchi se fue, ella sola, a buscar o, mejor dicho, reproducir la ruta de sus recuerdos sin interferencias. Al cabo de un buen rato volvió con la buena noticia de que la había encontrado. Con alegría fuimos todos hacia allá, pero, para simplificar la vuelta a nuestra segura posición actual, decidimos ir poniendo señales catadióptricas bien claras.
A las seis, más o menos, andábamos buscando un bar en Portman para tomar unas raciones. Era domingo por la tarde y todo estaba cerrado. Nos fuimos a La Unión, donde sí encontramos un bar abierto. Nos sentamos disfrutando de la sensación de haber visitado lugares tan increíbles como un sueño infantil. Y además de la comida y la bebida, tuvimos charla. Hablamos de temas tan divertidos como las mujeres en la espeleología, las relaciones entre hombres y mujeres que comparten aficiones deportivas o de naturaleza, la dinámica de las familias modernas, el estar solo, acompañado o absolutamente en soledad… y cosas similarmente jugosas y/o jocosas. Allí mismo nos despedimos esperando vernos en otras aventuras subterráneas.
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