El sábado 15/1/2005 Moises , su hermano Luis, César y yo nos movemos desde Solares hasta Asón en el coche de César. Desde luego hay que reconocer que César tiene ganas de conducir y buena actitud ya que, cuando salgamos de La Fresca, el se va con su nuevo carrito a Madrid para llegar la misma noche del sábado (seguramente tiene una poderosa razón que le espera en Madrid). Yo suelo bromear con César acerca de la capital preguntándole como le va en el infierno; pero hay que reconocer que su adaptación a Madrid es excelente. Posiblemente mejor que la que yo pude lograr en los 26 años que viví allí. En realidad César ya tiene cara de madrileño y razona como un madrileño; pero, ¿cómo razona un madrileño?. Bien, si lo deseais os pondré ejemplos de cómo funciona la mente de un madriles típico: cuando un madriles anda por las calles de su ciudad siempre va calculando como avanzar entre la circulación esperando lo mínimo en los semáforos; si hace falta se hecha una carrerita y hace frenar a algún coche pa no tener que esperar un par de minutos. Los movimientos en los transbordos de metro son rápidos para no perder un posible convoy y si esta llegando alguno se corre y se entra lanzado antes de que se cierren las puertas. Todo lleva un periodo mental de planeamiento. Es muy ilustrativo: si piensas que ir al cine en Madrid consiste en acercarte al cine, sacar una entrada y ver la peli estas soñando. Madrid requiere un proceso para ver una peli y debes dedicar varias horas a ello. A consecuencia de todo esto las personas que viven en Madrid se transforman con rapidez. César ha completado su transformación. Quizás el no lo sabe aún pero es así. Por otra parte está Moisés. Y su hermano Luis. A Luis no le gusta estudiar y ahora esta aprendiendo fontanería en Cabezón de la Sal. La fontanería está muy relacionada con la espeleología. En ambas se trata el tema de desatascar y desobstruir. Además en las cañerías se forman depósitos de cal similares a los que se forman en las cavernas. y de vez en cuando entran en carga los sifones y no dan abasto. Para cualquier espeleólogo la fontanería de su carburero es esencial y conlleva profundos estudios que no siempre acaban con éxito.
Como os estaba contando nos dejamos caer por Asón con cierto ambiente de sur y los colores nítidos. Por la Iglesia no había nadie, pero cuando estábamos acabando de prepararnos paso una pareja de excursionistas con su hijo adolescente. Hacía un año que no transitaba por el camino del valle y los tubos de PVC siguen todavía donde los dejaron. En principio los tubos estaban destinados a la captación de agua potable desde el Alto Asón pero, no sabemos si por desidia o porque no han terminado las obras aún, los tubos están allí tirados. Subimos entre bosque de carrascas hasta la doble boca de la Fresca (observo que a pesar de la experiencia los espeleólogos siguen poniéndose el mono de nylon para subir cuestas; se trata de sufrir en plan morbo). Me quedo el último y dejo que me esperen pues el cuerpo me pide hacer todo con calma. La Fresca te regala con un par de arrastradas para abrir boca pero en un momento salimos a galerías agradablemente altas y amplias. Nos maravillamos de lo hermosonas que son las galerías de la Fresca; alguien comenta –no sé si César o Moisés- que se formaron en épocas de lluvias tropicales. No sé cuando se formaron pero son magníficas. El pasamanos del Bloque 56 y del Tracastín están bien equipados. La zona fangosa está con tanto fango como siempre pero las huellas hacen que no sea tan complicado pasar los charcos más profundos. Aún recuerdo algún caso de espeleólogo que ha perdido la bota metiendo la pata en el fango. La Vira de la Araña esta muy bien equipada también, aunque las cuerdas resbalan que da gusto, y la zona del Gran Atajo nos lleva con la lengua fuera hasta el Cañón Rojo.
El tránsito por el Cañón Rojo no es precisamente sencillo y a pesar de que ya he estado cuatro veces por la zona intermedia tengo que pensar por donde hay que seguir. Al cabo de un rato llegamos al pozo que hay que instalar para cambiar de nivel en el Cañón. Rodeo un bloque con un lazo de cuerda del tamaño de un búfalo y desciendo unos diez metros en rampa y desplome hasta la cabecera, equipada con dos spits, de un pequeño pozo. La cuerda roza en una zona arcillosa y húmeda pero como las distancias son escasas el roce es despreciable. Durante el descenso de mis compañeros caen abundantes piedras que se acercan hasta donde estoy refugiado. Una piedra más atrevida me obliga a dar un salto y me pego un golpe genial en la espinilla. Veo todas las constelaciones y galaxias y llego a pensar que no voy a poder caminar. Al poco tiempo se me pasa y llegamos a un final aparente del Cañón Rojo en que techo y suelo arenoso se juntan. A mano izquierda encontramos el comienzo de una gatera que se convierte en un perfecto laminador entre grandes lajas planas que nos acaba vomitando por las fauces de un cocodrilo repleto de pequeñas estalactitas como dientes. Cargamos agua de un pequeño charco y, caminando un poco más, alcanzamos una gran sala que marca el final del Cañón.
El motor que ha movido esta incursión es la ambición, sobre todo de César y Moisés, de encontrar continuaciones donde otros (los franceses) se han estrellado reiteradamente. Digamos que nos mueve una ambición espeleológica sin medida. Hay tres asuntos pendientes, aquí, en el final del Cañón Rojo: la tolva, la desobstrucción entre boques y las galerías colgadas. Nos sentamos a comer a mano izquierda según se llega a la sala y nos damos cuenta de que hay pelos de cristal en el suelo entre las piedras. No son tan largos como los de la Rubicera pero sí muy abundantes. Solo los he visto en estas dos cuevas. Nos dedicamos a hacer un murito de cantos para indicar su presencia y protegerlos. Primero subimos a la tolva por la pedrera. El paso estrecho inicial ya ha sido ensanchado dando seguridad; da acceso a una salita dominada por una chimenea llena de bloque empotrados. Seguir por aquí es trabajo estilo titanes. Luego le lanzamos un vistazo a las galerías colgadas; hay una muy evidente y fácil de alcanzar con una sencilla escalada: es objetivo claro. Y luego esta la desobstrucción en proceso; aquí sopla un ciclón y hay algo gordo al otro lado. Merece la pena hacer el esfuerzo de intentarlo. Creo que volveremos, pero no hay que olvidar que todo esto solo puede hacerse con un amplio equipo de piraos. Donde encontrar los piraos es otro asunto diferente, ya que en nuestro club solo abunda la gente cuerda y hedonista. Pero la historia esta llena de ejemplos de piraos solitarios que han arrastrado a un gran masa humana cuerda al abismo. Quizás todavía quede alguno de esos en el SCC y consiga contagiar a los demás.
Volvemos como aviones hacia la salida. Solo que en el pocito yo me duermo una siesta de gavilán mientras espero el grito de libre para ascender. La versión de Moisés es que dio el grito pero según los que estábamos abajo no lo dio. César quiere empezar su vuelta a Madrid a una hora razonable: la de las lechuzas. Anochece cuando llegamos a Asón. La estrellas están fuera y los búhos nos observan. Pasa un avión a diez kilómetros de altura. La mayoría de los pájaros ya duermen. El Puerto de Alisas se queda atrás y hay campos de nubes hacia la costa. En Solares el ambiente es festivo y cada mochuelo se va a su olivo.
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