I
Después de casi tres semanas pasadas en Murcia y Granada he vuelto al fresco norte. El Mediterráneo y La Alpujarra llenaron de azul mi alma y mis pasos se fundieron con el polvo de los campos sureños.
El campamento del SECJA comenzó el viernes 13 de julio y se prolongo hasta el domingo 22. Me apetecía colaborar en las exploraciones y conocer más a la gente de ese grupo. Hablé con J. Manuel del SECJA para quedar el sábado 21 por la mañana en San Roque. Sus previsiones de que vinieran el fin de semana Alfredo y Josechu, que son los que más conozco del grupo, no se cumplieron. Por contra me uní al grupo formado por Pedro, Juancho y Lobato cuyo objetivo era bajar a la CA 32 para mirar las incógnitas pendientes tras la topo de hacía pocos días. La CA 32 tiene el interés de haber pinchado un conjunto de amplias galerías fósiles a un nivel de -160 que puede empezar a rellenar el vacío que se percibe entre las redes de la torca de Bernallán y el Canto Encaramao. Cuando llegué al camping, pasadas las 9 de la mañana, el campamento espeleológico se desperezaba lentamente. Mujeres, niños y niños grandes charlaban, intercambiaban información, organizaban o preparaban excursiones y actividades. De inmediato se me hizo fácil la charla con J.Manuel, Lobato -la encarnación del hombre decidido y echao pa’alante-, Juancho y Pedro. Juancho y Pedro habían descubierto las nuevas galerías de la CA 32 hacía poco. Para Juancho y Pedro se trataba de su primera exploración exitosa. Juancho lleva poco tiempo haciendo espeleo y tiene la ilusión intacta; Pedro tiene un entusiasmo total que le hace perderse en los mil detalles de una cavidad.
Los preparativos se prolongaron hasta las 11. Entre otras cosas tuvimos que preparar tres trozos de cuerda de un mazo nuevo de 100. Cortamos un 50, un 30 y un 20 y elegimos para llevar el 20 y el 30. Además un equipo de instalar y el taladro con una batería que se estuvo cargando con el motor del coche a través del mechero. Y comida en abundancia ya que la previsión era estar bastantes horas. Unos instantes antes de comenzar la marcha de aproximación Pedro nos invitó a una tortilla hecha por su madre. Fue un almuerzo delicioso.
II
Valle abajo a unos dos kilómetros de San Roque hay un cómodo aparcamiento y una pista hormigonada que asciende por la ladera. Andando unos centenares de metros por esa pista se encuentra una senda a mano derecha que se introduce en el denso bosque de carrascas. La senda asciende fuerte hacia un paso en el cortado en el que se encajona. Juancho y Lobato no se ponían de acuerdo acerca del mejor sendero. Pedro fue todo el rato con el GPS en la mano marcando puntos por si acaso a la vuelta -quizás de noche y con niebla- hiciera falta utilizarlo. El camino hacia Bordillas atraviesa praderías para acabar introduciéndose en un profundo bosque de hayas bordeado de agujas de lapiaz y sembrado de cabañas escondidas. Me recordaba un sitio -que conocí hace varios años- en la senda que conduce a la cabañas de Saco. Un bosque de hadas y elfos. Un haya caída cubierta de musgo y un laberinto de callejones marcan la apoteosis de este bosque encantado.
En una hora y cuarto, o algo más, llegamos por la senda que recorre el fondo del valle de Bordillas a un prado que abandonamos en fuerte ascenso hacia la izquierda. Otros cinco minutos de senda nos condujeron a la boca de la CA 32 (y algo más abajo a la CA 33). Poco antes nos cruzamos con Miguel Ángel que buscaba un deposito de material y que había subido con un grupo -integrado por belgas y españoles- a seguir explorando otra torca. Sin embargo ellos bajaban de un collado bastante arriba donde habían subido con coches. El problema de esa ruta alternativa era que exigía combinación de coches y/o subir un buen desnivel después de salir de las simas.
III
Mientras nos vestíamos de romanos aprovechamos para seguir charlando. El sistema de arnés de pecho que utilizan Lobato, Pedro y Juancho se parece a unos tirantes de pantalón y es sumamente cómodo aunque difícil de poner sin ayuda. Como fui el primero en estar listo y las tiradas de cuerda no tenían pérdida comencé a bajar de inmediato. Me siguieron en orden Juancho, Pedro y Lobato. De vez en cuando tenía que reflexionar para saber si el mote era Lobato o Lobezno. De cualquier forma ambos posibilidades me gustaban. Muy a menudo me quede esperando a Juancho, con la luz apagada para ahorrar baterías, centrado en las sensaciones que surgían.
El primer pozo -con tres fraccionamientos- te conduce limpiamente a un fondo de piedras medianas. Inmediatamente se asciende un resalte de unos diez metros con un desviador y se alcanza una ventana que continúa en un corto pasamanos. Aparece un pozo paralelo, de unos veinte metros, que se baja sin problemas, pero antes de llegar al fondo y mediante un péndulo guiado se accede al comienzo de un meandro cuya entrada es algo estrecha. Siguiendo este entretenido meandro durante un ratito (pequeños resaltes y desfondes) llegamos a un paso sumamente angosto que los primeros exploradores no pudieron pasar. El viento era tan fuerte que lo confundieron en la lejanía con el ruido de una cascada. Una vez desobstruido -creo que por Alfredo- el paso fue bautizado como “Cortafríos”. Aún así es bastante jodido y me da la impresión de que se tendrá que trabajar más en la desobstrucción. A la gatera se entra de cabeza y te tienes que restablecer al otro lado con las manos sobre pequeñas presas para no caerte de morros un par de metros. Si seguimos el meandro algo más llegaremos a la cabecera de un gran pozo de 106 metros. Al comienzo el pozo es de anchura reducida y no se perciben sus verdaderas dimensiones. Pero después de tres o cuatro fraccionamientos se alcanza una tirada de bastantes metros seguida de la última de más de 50. Esta última tirada es problemática ya que las paredes tienen una gruesa capa de barro tipo plastelina que hacen casi imposible colocar fraccionamientos. La cuerda roza en varios sitios haciendo profundos surcos y aunque mosquea bastante no detecté ningún deterioro en la cuerda. El chicleo en el aterrizaje es muy acusado.
Al fondo del pozo hay varios desfondes pero la continuación es por una corta bajada seguida de una trepada que nos lleva a una salita. Desde aquí Juancho y Pedro escalaron un pequeño resalte arenoso, actualmente equipado con unos metros de cuerda, y atravesaron una estrechez de roca cortante que rasga los monos a la menor distracción. Este paso les permitió desembocar en las nuevas y amplias galerías de la CA 32. La impresión que tenía en ese momento era que estaba en una sima bastante técnica y entretenida.
IV
La topografía que manejábamos estaba francamente bien realizada y mostraba todas las incógnitas que se habían detectado con una descripción detallada de las mismas. Llevábamos varias copias. De entrada la idea consistía en barrer sistemáticamente todas las incógnitas salvo las escaladas que conllevasen mucho trabajo. Unos metros más allá de la estrechez se llega a un resalte equipado con cuerda. En la base de dicho resalte un pequeño desfonde conducía a la primera incógnita. Mientras Lobato y yo tomábamos algo Juancho y Pedro se pusieron a hurgar ya. Una gatera arenosa y el comienzo de un meandrillo eran uno y lo mismo. Juancho salió al cabo de unos minutos comentando lo estrecho que se ponía aquello. Pedro y yo nos metimos de nuevo para el meandrillo -que a mi me olía bien- y encontramos un bloque empotrado a partir del cual era conveniente utilizar cuerda. Aunque era estrecho se podía trabajar cómodamente. Tomamos el 30 y bajé a través de una ventana y contraventana bastante incómodas hasta un rellano. Mientras tanto Juancho se había ido con Lobato a mirar otras incógnitas. Pedro se reunió conmigo en el rellano y fraccionamos en una gorda estalagmita. Por una estrechez de roca friable alcanzamos el riachuelo que se vislumbraba abajo. Río arriba Pedro encontró más agua y arrastradas. Eso se quedo pendiente. Río abajo pudo avanzar por el estrecho meandro hasta un desfondamiento sobre un pozo. Me pareció con más posibilidades el meandro a la altura del rellano. Por allí avancé cómodamente hasta el desfondamiento, visto por Pedro, sobre un pozo de unos 20 metros. Aunque estábamos realmente excitados por las perspectivas de continuación hacia abajo Pedro prefirió mirar de forma sistemática el resto de las incógnitas. De cualquier forma estábamos muy contentos.
Ya en la galería principal Pedro me fue mostrando lo conocido y las incógnitas hasta llegar a la sala final y a un gran pozo ascendente. Me pareció todo de una rara belleza. Destacaban un conjunto de sierras de doble filo en una zona reducida y unos pequeños lagos llenos de hermosas cristalizaciones blancas. Poco después nos reunimos con nuestros otros dos compañeros. La suerte no les había sonreído en la galería que miraron pues no pudieron pasar más allá de lo conocido. Era también la hora de reponer fuerzas.
Para continuar el trabajo decidimos realizar unas escaladas fáciles algo más allá de donde nos encontrábamos. En la primera escalada subió Lobato hasta un punto algo peligroso y allí puso un spit con el taladro. Entonces subí yo para darme el paso en libre y así alcanzar una pequeña galería ascendente. Según iba subiendo la decoración de las paredes se iba haciendo más delicada. Los últimos metros hasta una pequeña capilla me obligaron al asombro. Excéntricas de calcita de todas las formas y tamaños desde pelillos retorcidos hasta gruesas como un plátano se agolpaban en la capilla final que cerraba la galería en un amasijo fascinante. Algo más adentro encontramos otra capilla imposible de alcanzar sin desobstrucción y una gatera igualmente abarrotada de excéntricas. Nuestro asombro no tenía límites. Dejamos un cordino de acceso a esta pequeña maravilla -Sala del Maestro- para facilitar la visita. A continuación nos movimos hasta otra escalada algo más comprometida. Lobato metió de nuevo un spit -tuvimos que cantarle las cuarenta sobre seguridad- en la zona más comprometida y Pedro se curro el paso de escalada. Como la cosa se alargaba y Pedro quería que Lobato subiera a mirar una posible continuación Juancho y yo comenzamos la vuelta para evitar aglomeraciones y esperas en el pozo de 106.
V
La subida de la primera tirada fue lo peor. Pero luego tomé ritmo y todo fue sobre ruedas. La salida de los cuatro espeleologos fue escalonada en una hora y media más o menos. Entre las 9 y las 10 y media. Mientras esperaba me dediqué a disfrutar del atardecer en ese mágico valle, húmedo por la lluvia que acababa de caer. Escuche el canto de algún cárabo. Pedro y Lobato percibieron en el pozo de 106 el chaparrón del atardecer. Cuando ya estaba teniendo frío comenzamos a movernos. La intuición de Lobato nos permitió bajar sin pérdidas.
A las 12 menos cuarto estábamos en el camping pidiendo que nos dieran cena. Por suerte para nosotros en ese camping están acostumbrados a las movidas de los espeleólogos y no nos pusieron ningún impedimento para darnos de cenar. A Lobato le pusieron un chuletón que no pudo acabarse. Después de cenar nos dedicamos a mirar las fotos y videos que Pedro había hecho durante la actividad. Incluso me había filmado dando explicaciones sobre lo explorado. Y a contar en tres o cuatro versiones toda la actividad. Poco después tome la carretera hacia Liérganes. Conducir era un placer exquisito con aquella noche fresca y estrellada. A las dos de la madrugada estaba placidamente en mi casita campestre disfrutando del silencio nocturno.
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