Ellos no sabían lo que eran y ellos no sabían que lo eran, pero poseían un daimonion animal. Todos tenían aspecto de humanos y la mayor parte del tiempo actuaban como tales. Pero una animalesca subida de tono, siseante andaba encerrada bajo siete llaves en su interior. Solo su mirada les delataba débilmente en contadas ocasiones. Todo lo que hacía falta para que se manifestase estaba en el ambiente. Todos los requisitos se podían dar por casualidad sin problema. Los humanos podían dejar paso a la fuerza animal que albergaban. Iban a ser anulados temporalmente.
Manu, yo y Julio habíamos estado tonteando con la posibilidad de hacer la travesía Torca Fría- Lobo sin una determinación clara. El viernes por la tarde me vi con Manu en tristes circunstancias. Por otra parte parecía que se perfilaba la posibilidad de ir a la travesía. Estuvimos a punto de cruzarnos con César que había venido ex profeso desde Madrid esa tarde y se volvía a ir. Me hubiera gustado verle.
El sábado me levante extrañado de lo pronto que me había despertado. La noche anterior había intentado convencer a Julio de quedar a las ocho, al final ni uno ni otro: quedamos a las ocho y media, pero a última hora me llamo para decirme que había dificultades con los que venían de Solares y que mejor a las nueve. Le volví a convencer de que a las ocho y media mejor pero como me conocía la puntualidad de Julio al final me lo tome con laxitud y llegué a las nueve menos cuarto. Casualmente llegué tarde, pero me escude en otras citas con Julio. Por fin íbamos a ser nada más que cuatro y no seis como pensábamos al principio (Miguel y Eva se rajaron a última hora) No las tenía todas conmigo por el tiempo y también por cómo íbamos a encontrar el estado de los equipamientos en la travesía. Hacía cuatro años por lo menos que no la realizaba y las cuerdas y fijaciones podían estar bastante mal. Además no estaba seguro de si iba a estar puesto el largo pasamanos de salida hacia la Sala de la Cabra.
El tiempo parecía que nos iba a respetar. Sol al principio de la subida para luego ir adensándose progresivamente las oscuras nubes. Julio, Manu, Inés y yo pasando por las cabañas del Carrascal y siguiendo hacia el W a lo largo del bosque hasta un suave collado en que se empieza a divisar el Hondojón y el Picón del Fraile. Inés, joven prehistoriadora, rápida al principio para cansarse al final de la subida por el encantado bosque de grandes hayas frondosas y sombrías. El Pasillín de las Escalerucas nos planta en la amplía meseta, poblada de caballos, al norte de la Lusa y diez minutos más llaneando hacia el E nos colocan en la entrada de la Torca Fría.
La Torca Fría es un elemento disuasor de la travesía. Tétrica y helada, con neveros en la base de sus pozos, nos invita a irnos a pasar la mañana del sábado tomando cervezas con rabas en Laredo. Pero las cuerdas están puestas y en buen estado. Mi grado de inseguridad disminuye pero todavía no estoy animado en modo alguno. La chica es una principiante con tres cuevas horizontales en su historial y en el primer fraccionamiento se hace un pequeño lío. Además la comba de llegada a la base del primer pozo enlaza con la cabecera del segundo con un nudo dejando un margen sumamente escaso para poder liberar el dressler. Bueno, renqueando y poco a poco conseguimos salir por la ventana del segundo pozo hacia la estrechez vertical. Cuando llego al meandro de la Carpeta Verde el frío y la corriente hacen mella en mí y luego en Manu, que me sigue. Por fin conseguimos comenzar a andar por el dichoso meandro. El frío comienza a remitir y el desánimo a evaporarse. Me doy cuenta enseguida que la balización de los pasos ha mejorado sustancialmente; mejor dicho ha pasado de ser casi nula a ser a prueba de idiotas. Apenas tienes que pensártelo un segundo y ya tienes otra indicación delante de las narices. Además hay cuerdas en donde no recordaba que las hubiera, asegurando desfondamientos que antes se pasaban a las bravas. Nos paramos muy a menudo a hacer fotos pero con el flash de la cámara o con exposición a pulso los resultados son mediocres.
Al final del meandro de la Carpeta Verde torcemos a la izquierda y con júbilo descubro que han puesto un largo pasamanos para acceder a la importante galería colgada que continua la travesía. Esto evita un expuesto flanqueo o tener que bajar al fondo del meandro para luego escalarlo de nuevo unos cuarenta metros más allá. Mi confianza en que todo este correctamente equipado y sobre todo que lo este el meandro de salida hacia la Sala de la Cabra ha crecido y empiezo a ver la travesía con ojos optimistas. Con los ánimos subidos continuamos sin dificultades hasta el pequeño pozo de unos diez metros en que comprobamos el mal estado de las fijaciones y la cuerda. Decidimos dejar un cuerda mejor y retirar la vieja. Dejando a mano izquierda el acceso hacia el meandro Maxim’s nos introducimos en una larga galería con amplios zigzags en donde disfrutamos de la arena blanca que tapiza el suelo. Mis compañeros Julio y Manu se están poniendo pesaditos con el hambre desde hace un buen rato. Paramos en el cruce con la galería de los Torreros y el final del meandro Maxim’s. Allí devoramos en silencio las provisiones.
Los animales se habían despertado y no había manera de acallarlos. Algunos depredadores merodeaban, acercándose demasiado para nuestro gusto. Si uno no se andaba con cuidado podía acabar en la panza de un cocodrilo o un leopardo. Las sombras se resolvieron con cuidado y no acabo todo ahí pero tampoco siguió en el primer plano de nuestra mente.
Al cabo de un trecho acogedor y decorado con cristales blancos y más arena blanca en el suelo llegamos a un pasamanos corto pero muy aéreo seguido de un zona estrecha que desciende a base de pequeños resaltes. Así, sin pensarlo ni buscarlo, nos vamos encontrando en plena Galería de los Minusválidos. Esta galería se va haciendo más amplia de forma progresiva hasta desembocar en la Sala del Carbón, muy negra, y el meandro Negro, más negro aún. Los compañeros llevan tonteando con el ¿cuánto falta? o el ¿falta mucho? desde hace largo rato. Demasiado. Pero no doy esperanza. Siempre queda una fracción importante del total. Finalmente a la llegada de la Sala del Balcón les anuncio que andamos cerca de la salida. Inés descansa a menudo. La balización aumenta de nivel. Sobre todo al acercarnos al paso clave cerca de la gatera. Por un instante me despisto a pesar de la balización pero alcanzamos sin novedad el buzón que da acceso al largo pasamanos.
Como ya esperaba esta perfectamente equipado. Poco a poco lo vamos atravesando mientras consigo hacer tres o cuatro fotos poco claras. Me ha quedado la impresión de que Wolf se ha transformado en Wolfi. Pero hemos quedado contentos, satisfechos, encantados. Inés lanza una saca al salir de la última gatera y sale despedida cayendo por un pequeño pocete. En su cansancio nos dice que la dejemos allí y que nos compra otra. Julio baja a por la saquita y en menos de un minuto la saca ha sido rescatada.
Las instalaciones y pasamanos siguen más allá de la Sala de la Cabra facilitando el tránsito hacia la Galería del Flysch y la Galería de los Osos. La salida esta a la vista pero no se ve la luz. Pero sí cuando nos metemos en la galería Ojo de Cerradura que nos despide de la Cueva del Lobo. Tapizada de hojas de haya que continúan en las pendientes del exterior invita a revolcarse y tumbarse disfrutando del mágico bosque.
El tiempo nos volvía a respetar pues aunque había estado lloviendo pudimos bajar y cambiarnos sin más que alguna gotita despistada. Sin embargo no más comenzar a circular empezó a caer de nuevo la dulce lluvia primaveral. Paramos en Arredondo a tomar una ronda de vinos y echamos una bonoloto. Inés nos invito por su cumpleaños. Luego paramos en Solares a echar otra ronda de vinos esta vez con patatitas bravas. Teníamos un hambre letal. De nuevo rondaban los animales.
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