A veces me pregunto si es posible encontrar un escape a la mirada establecida por la costumbre. Creo en ello por periodos de tiempo cortitos. Menos del 5% del tiempo de vigilia. Y en sueños creo que más, aunque no puedo garantizar nada. Solo puedo afirmar que tengo una vaga sensación de ser más libre en los sueños. Luego vuelvo a actuar como si no creyese. Veinte veces habré pasado por el sitio y las veinte seguí siempre el mismo camino. A lo más me entretuve dos veces echando un vistazo a las grandes losas planas que ocupan la parte alta izquierda en la Sala del Ángel. Tuvo que venir Mavil para descubrir lo obvio. Casi siempre podemos elegir entre ir hacia delante, hacia la derecha o hacia la izquierda. Yo siempre iba hacia delante por el camino trillado. Pero a la derecha también existía un camino olvidado.
Como todo el mes de Mayo y parte del mes de Abril las lluvias primaverales seguían ocupando la mayor parte de la actividad atmosférica. Y por supuesto todos los fines de semana habían sido pasados por agua. En previsión de que éste fuera de la misma raza que los anteriores pensé, como primera medida de prevención, en la Red del Gándara –boca a 10 minutos del coche-. Llame a Miguel, que se apunto con su hermano Pablo, y a Manu que decidió venir protestando débilmente de la repetición. En la reunión del club estuvieron Julio, Javier, J.Miguel, Inés y Miguel&Eva. Los tres últimos se animaron a venir. Quedamos a las 8 ½ en Solares y a las 9 en Ramales para juntarnos con los hermanos. En total siete, quizás algo excesivo para los objetivos que nos proponíamos (seguir hurgando)
Aunque el sábado a las 9 no llovía aún como lo hizo más tarde, a lo largo de todo el fin de semana, los jirones de niebla y las nubes densas y oscuras -cargadas de humedad- ocupaban todo el espacio que llenaba nuestra mirada. Algunas se arrastraban, pesadas, grises, a media altura del Pico San Vicente. Otras flotaban como nada a más de un kilómetro de altura cargadas de miles de toneladas de agua. Pablo tenía hambre. En esta sensación de Pablo no encontré ninguna relación con las nubes. Solo el madrugón y haberse saltado el desayuno. Los hermanos se quedaron en Ramales comprando algo comestible en la tienda que hay enfrente del local del AER. Luego, al subir por Arredondo, quedaron retenidos por las vacas que habían invadido la ruta. Seguramente conducidas por sus dueños que les arreaban palos en el lomo con flexibles varas de avellano mientras gritaban sonoros juramentos pasiegos.
Cuando estábamos enredados en los penosos preparativos para entrar en la cueva pasaron unos espeleólogos preguntando cosas. Su intención era realizar la travesía Tibia-Fresca. Les recomendé un inteligente cambio de planes por las lluvias. Poco ha un grupo había quedado retenido en el río de la Tibia. Se realizo un rescate sin consecuencias ya que el río bajo de nivel en pocas horas.
Finalmente tras múltiples inconvenientes e imprevistos pudimos iniciar el camino hacia la boca. Unos minutos después nos reunimos a montonijo en la entrada. Por suerte no nos llovió durante este pesado proceso. El espíritu que imperaba en el grupo ese día era pacífico y calmado. Así que nos entretuvimos tanto como nos dio la gana. En la Galería de las Alizes tomamos una desviación poco trillada a la derecha para usarla algo más. Me encaramé a un resalte y eché un vistazo a un pequeño meandro colgado. Luego de varias paradas para hacer fotos en el Delator llegamos a un recodo con un hundimiento. Bajé un curioso destrepe con Miguel y estuvimos mirando unas encantadoras galerías algunas de las cuales aún no estaban explotadas. El resto del grupo se quedo platicando sin prisas.
Llevábamos material para instalar el Pozo de la Hadas pero nos lo encontramos equipado con cuerdas relativamente nuevas. Así que dejamos arriba la cuerda de 50 que habíamos preparado para este tema. Mientras bajaban exploré las posibilidades del nuevo flash con número guía 40. Inés y Eva todavía no se sentían del todo seguras con las verticales, pero -no tengo duda de ello- en poco tiempo alcanzaran la maestría. Entretanto acababa el rosario de descensos me adelante en los tres resaltes que seguían, desemboqué en la Sala del Ángel y me dispuse a encontrar nuevas cosas que ver. Nos dedicamos a ir a nivel por la derecha. En una ocasión anterior Miguel ya había estado por la derecha de la sala pero se retiro por la inseguridad de las pendientes inestables. Manu me auguraba que la galería de la cascada estaría sifonada por las últimas lluvias. Pero yo me acordaba de lo que me contó Mavil cuando estuvo -el verano pasado- en este sector de la cavidad. Al cabo de un rato encontramos un hito y una cuerda ascendente hacia las alturas de la sala.
El ambiente lleno de niebla y el estruendo de la cascada no invitaban a ascender. Un poco rabicorta y con fraccionamientos en roca poco fiable. Subí el primero por ser el promotor. Además creo en mi buena suerte. Tras pasar un fraccionamiento se alcanzaba un amplio rellano o sala en el que verifiqué las posibles continuaciones. Nada. Siguiendo el ascenso había un desviador y se desembocaba en una galería colgada. La cabecera -formada por dos parabolts- tenía aspecto sólido. Tuvimos claro que un hábil escalador francés se curro esta subida con evidentes riesgos de batacazo. Siguiendo en avance por la única zona posible me metí en una sucesión de gateras con violenta corriente de aire. En la última no pude pasar así sin más. Tuve que despojarme de los aparatos y forzar a presión. Me quede allí para ir animando, ayudando a pasar y vacilando todo lo posible. Fueron una serie de partos sumamente originales. Cada uno salió como pudo del atolladero. Algunos dijeron, sin pleno fundamento, que no iban a caber. Pero al final todos pudimos alcanzar el comienzo de la amplia galería meandrosa que nos esperaba al otro lado.
A la derecha una zona de laminadores enormes se agotaba en pequeñas ratoneras abarrotadas. Continuando la galería pronto tuvimos que sortear múltiples colapsos de bloques y desfondamientos. Así llegamos a una zona en que las dificultades aumentaban. Tire una piedra a un desfonde y después de varios golpes sonó un contundente choff. Sabiamente deduje que al fondo discurría un río y pensé, por la cercanía, que sería el de la cascada. Después de dar varias vueltas pudimos destrepar hasta un nivel intermedio y desde allí montar en un natural un pozo de unos 12 metros que me depositó junto a una marmita en el río. El caudal era mucho menor que el de la cascada. En cuanto avanzamos unos metros descubrimos que había que meterse en el agua por completo para seguir. Así que nos retiramos. Después de comer Miguel y su hermano destreparon por otro punto al río y lo siguieron penosamente, aguas arriba, un tramo.
Ya de vuelta me adelante para investigar más a fondo la Sala del Ángel pues no me cuadraban del todo los datos. Al poco rato de andar entre bloques resbaladizos al borde del precipicio localicé un largo pasamanos que nos llevo a un resalte descendente. La niebla hacía que pareciese una altura enorme. Pero solo eran unos 10 metros. Más allá varias galerías paralelas, una de ellas ocupada por el río de la cascada y otra pequeña cascada. Hice algunas fotos y me volví para reunirme con los compañeros. Mientras tanto en la otra vertiente de la Sala del Ángel divisé a Miguel y su hermano Pablo que me hacían señales. Bajaban hacia las excéntricas.
En el Pozo de las Hadas hubo una buena retención. Pude dormir una siesta y charlar con tranquilidad. Cuando ya había perdido la noción del tiempo me toco subir. Detrás de mi Pablo y cerrando el grupo Miguel. Nos movimos en grupo hasta el Delator. Allí el grupo se estiro. A la salida encontramos a unos espeleos del Niphargus que se habían metido en la Red del Gándara como recurso final. Los continuos chubascos habían jodido la actividad de prospección que pensaban desarrollar el sábado. Realmente había sido un día de aguaceros continuos. Pero nosotros no lo habíamos notado. Llevábamos casi 11 horas dentro de la cavidad. Cuando salimos caía una lluvia fina pero al llegar a los coches fue arreciando hasta ponerse a jarrear. Nos fuimos directos a Ramales, luego a Solares y luego a casa sin dudarlo ni un momento. Solo que tenía un hambre letal. Hubiera parado en cualquier sitio a cenarme un cocido montañés y un chuletón a la brasa. Aunque esto es ya una historia diferente.
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