Hay que pensar bien la travesía espeleológica Tibia-Fresca. Tiene dos pozos de 85 con reunión intermedia muy incómoda. De hecho ya es incómoda para dos personas y estresante para tres por la falta de espacio y la sensación de dependencia. Para más de tres es mejor olvidarlo. Había más de seis interesados en realizar la travesía. Llame a Alfredo para enterarme de cómo estaban las equipaciones de los pozos; sobre todo de los pozos largos. Me sugirió que para no tener que hacer las reuniones intermedias, en los pozos largos, pusiéramos en doble la primera tirada y en simple la segunda. El último en bajar, al recuperar las cuerdas de la primera tirada, deja ya en doble las de la segunda. Pusimos en marcha este sistema llevando tres cuerdas de unos 55 a 60 metros
Esta iba a ser una historia diferente. En ella tomamos el camino ¿cómo lo diría? ... de no excluir. El reto consistía en hacer la travesía Tibia-Fresca con un grupo numeroso. Numeroso pero no multitudinario. Pusimos el límite en 6. En principio iban a venir Julio, Manu, Miguel (Balmaseda), Pepe, Hugo y yo. Pero a última hora Hugo no pudo venir y se apunto Miguel (nuevo). El sábado anterior me di un paseo bien acompañado y verifiqué que la senda que sube desde el Asón a las cabañas de Albeo esta perdida en muchos puntos. Con dificultad localicé la boca de la Tibia -a pesar de haber estado 2 veces anteriormente-. Pensando en la pesada subida entre helechos gigantes, tojos y tábanos probamos a volver por la senda que baja al Albeo desde la de Saco y que enlaza con la nueva pista de Brenavinto. Resulto ser la ruta de acceso ideal.
El sábado 21 tras reunirnos con Julio, Manu y Miguel-n en Solares y con Miguel-B en Arredondo dejamos un coche en la cantera que hay en la carretera Asón-Soba, algo más arriba y enfrente de la boca de la Fresca. Metidos los seis en dos coches subimos por la pista de Brenavinto hasta la desviación a Saco. El día estaba soleado y cálido pero el vientecillo fresco y seco nos ayudo a subir. Los modelos que utilizamos en este desfile incluían pantalón corto, torso desnudo o con breve camiseta y botas de pocero o similares. Incluyendo una paradita para refrescarnos y coger agua en una de las cabañas del Albeo -que esta rodeada de fresnos- tardamos apenas una hora en alcanzar la boca de la Tibia.
Abriendo ruta instalé los dos primeros pozos, de menos de 20 metros cada uno, y esperé a tener todas las cuerdas para el pozo de 85. Pepe me ayudo a lanzar las dos cuerdas en doble de la primera tirada. La cabecera de este gran pozo esta mal. Un solo spit roñoso asegura el pasamanos hasta una instalación de rapel con cadena que consiste en otro spit roñoso y una placa long-life que gira loca. Con el culo algo encogido descendí buscando la reunión. Tras un trozo de bajada que me pareció larguísimo me inquieté por si me la había saltado. Unos metros más abajo la encontré en plena pared resbalosa, lisa y vertical. Dos chapas long-life y cadena, todo de acero inoxidable. No esta mal pero desde luego no hay espacio para colgarse tres personas. Instalé la tercera cuerda enlazada con la que venía de arriba para que no hubiera errores y terminé de bajar el pozo sin novedades. Magnífica reverberación. Miguel-B hizo la recuperación de las cuerdas sin problemas.
El meandro que enlaza la base del pozo de 85 con el siguiente se nos hizo largo, pesado y, en algún momento, inquietante por las posibilidades de ir a diferentes alturas. Recordaba que la primera vez que hice la Tibia-Fresca nos confundimos aquí y perdimos una gran cantidad de energía y tiempo. El pozo en que desemboca el meandro y el siguiente no tienen ninguna dificultad especial. Las instalaciones son correctas aunque la mayoría de los spits están roñosos. Nos reunimos de nuevo todos ante la gatera que conduce al pozo del péndulo. La recomendación es pasar con el mínimo de equipo vertical encima. Sobre todo si se es una persona voluminosa. Los delgados no suelen tener problema alguno. Y desde luego llevar la saca, por delante, controlada con un cordino para que no se escurra por la grieta que desfonda la gatera. Así pasamos con la ayuda de diferentes tipos de blasfemias, improperios y tacos. Poco más allá de la gatera nos encontramos con la cabecera del pozo del péndulo de la que partían dos cuerdas fijas. Con esto pudimos prescindir de usar las nuestras. Lo que desde luego hay que hacer es ir revisando la cuerdas según se va bajando. Descubrí que la que estaba utilizando en el descenso tenía una importante flor cerca del fraccionamiento. Por suerte pude resolver el tema utilizando un cabo de anclaje de seguro a la otra. De esta forma los seis tardamos un mínimo en bajar este famoso pozo. Los pocitos que vienen a continuación y que te llevan a la gran galería fósil estaban todos instalados en fijo. Cómodamente recorrimos la galería con algunos pasamanos quitamiedos instalados de forma conveniente hasta llegar a la cabecera del segundo pozo de 85 metros. Allí nos paramos a comer.
Todos pensaban que faltaba poco y yo no aclare tampoco gran cosa. Mirando de reojo vi cuerdas que bajaban y pensé que este pozo también estaba instalado en fijo. Algo eufórico me acerqué a comenzar el descenso y descubrí que solo estaba instalado el acceso a la cabecera del rapel. Así que de nuevo volvimos a utilizar el mismo sistema que en el anterior pozo largo. La cosa es que la reunión intermedia de éste está más cerca, unos 25 metros como mucho, y además permitiría reunirse cómodamente a un buen grupo. Salvo un pequeño forcejeo en la primera tirada por parte de Miguel-B, hasta que cedió la cuerda de recuperación, no hubo problemas en el descenso. Esto nos puso en el comienzo del río de la Tibia. A estas alturas muchos empezaban a preguntarse que cuanto quedaba.
El río de la Tibia es largo, como un kilómetro o más, y esta lleno de pequeñas dificultades que hacen divertido su descenso. Hay pequeños resaltes, equipados con cuerdas de nudos o destrepables, pasamanos, marmitas a sortear hábilmente y estrechos meandros donde hay que ir de perfil. El grupo se estiraba y contraía como una oruga en esta zona. Hasta que llegamos al pozo de unión con la Fresca. Allí hubo un apelotonamiento debido a la lentitud del ascenso. En realidad los pozos son cortos pero los hacen muy pesados las estrecheces. Después de subir los dos primeros pozos -que van enlazados- me fui a buscar el último. En el entreacto todos pensaron que estaba enzarzado en la estrechez de salida y empezaron a asustarse. Por suerte todo quedo en un bulo. Las estrecheces no son tan complicadas.
Mis compañeros creían que las dificultades se habían acabando. No estaban preparados para la pesada red de los Parisinos. Enseguida se dieron cuenta que había que gatear, reptar, contorsionarse, subir, bajar y un poco de todo para recorrer la red de los Parisinos. Por suerte estaba perfectamente balizada para no dudar del camino en momento alguno. Si esto no fuera así las posibilidades de despistarse serían muy elevadas. Después de esta zona modesta -y a veces estrecha- la llegada al Cañón Rojo deja boquiabierto a todo el mundo. Más si luego de un corto tramo el Cañón Rojo desemboca a su vez en la Sala Rabelais. A partir de aquí nos lo tomamos como un paseo, pero el cansancio empezaba a notarse. Sobre todo cuando teníamos que subir cuestas arriba.
Eran pasadas las 9 cuando salimos de la cavidad. En total habíamos tardado algo más de 10 horas. Acababa de caer una tormenta tropical tremenda. El cálido ambiente cargado de agua, las gotitas en la vegetación y los charcos habían vuelto locas a las plantas que lanzaban sus aromas a destajo. Creo que lo que más nos costo, al menos a mi, fue subir el sendero hasta el coche. Cuando estuvimos listos para presentarnos en público, y habiendo pasado a recoger los coches por la pista de Brenavinto, decidimos ir al restaurante más cercano a ponernos moraos. En el Coventosa de Asón nos prometieron darnos de cenar. Mientras tanto empezamos a tomar cervezas. Llevábamos unas cuantas y eran las doce de la noche cuando apareció el primer plato de fritos sobre la mesa. Calculo que duro menos de 30 segundos en ser devorado entre furiosos rugidos de todos los leones presentes. Luego vinieron las ensaladas que sufrieron el mismo trato para continuar con los solomillos, chuletillas, escalopes, huevos con jamón y similares. Finalmente nos atiborramos a postres, chupitos y cafés. En fin una cena ligerita que dicen. Después de todo esto nos fuimos con cierto esfuerzo a nuestras respectivas casas. A las 2 de la mañana estábamos encamados.
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