Fotos: Miguel F. Liria
Después de varios meses sin explorar
en nuestra cueva predilecta hemos vuelto a la carga justo donde lo dejamos la
última vez. Miguel está a punto de irse de vacaciones y si no vamos este jueves
por la tarde solo Dios sabe cuando volveremos a poder ir juntos. El verano es
un anticipo del caos. Todas las rutinas y los planes deben posponerse en aras
de aprovechar las vacaciones para hacer todo eso que no podemos hacer en otras
épocas del año. Además Miguel el Joven
está disponible tras sus exámenes en la Universidad.
Nos reunimos cerca de La Gándara
pasadas las cuatro y media de la tarde. Las cosa es que hace mucho calor y
apetece muy poco ponerse el equipo de espeleo y subir
una cuesta. Medio en serio, medio en broma les propongo a los dos Migueles irnos a tomar cervezas en un
sitio fresco y sombreado. Pero no parece que tenga éxito. No cabe duda de que
nuestra vena disciplinada -la necesidad de sentirnos activos- es más fuerte que
nuestro espíritu lúdico. O que nos gusta jugar con cosas que duelen, como a los
masoquistas. De cualquier forma arrastramos nuestros cuerpos y nuestros bultos
ladera arriba. Poco antes de llegar a la boca el ambiente se refresca con una
potente corriente de aire helado que desciende monte abajo. Justo en ese momento
Miguel recuerda que se ha olvidado el casco en los coches. Mientras vuelve a
por su casco Miguel el Joven y yo
entramos.
La cueva, como era de esperar, está
cargada de neblina y las rocas totalmente húmedas y resbalosas. Una caminata a
ritmo muy suave, para dar tiempo a que Miguel nos alcance, nos coloca bajo el
primer resalte de El Pozo. Lo escalo, pongo una chapa y me arrastro como puedo
hasta ponerme en la base del amplio pozo. Voy a instalar una cabecera pero he
olvidado las baterías abajo. Creo que tengo la cabeza un poco hueca y no estoy
concentrado para llevar todos los cacharros que hay que llevar y con el orden
que hay que guardar. En poco tiempo estamos los tres in situ. Miro para arriba con evidente desánimo. Después de
marearme un rato pensando decido seguir las ideas de Miguel. Creo que lo tiene
muy claro y que lo ha pensado bien. Subiré por la parte rugosa de la chimenea y
luego montaremos un pasamanos a mitad de altura por donde parece haber más
cornisas. De esa forma evitaremos la placa lisa y resbalosa y podremos acceder
a una zona que puede tener continuación. Mientras tanto Miguel montará un
acceso cómodo y seguro a la base del pozo evitando la arrastrada. Miguel el Joven me asegurará con el dressler.
Decidir donde ponerme los trastos es una
tarea que debería estar automatizada pero no lo está: taladro, baterías, maza,
mosquetones, parabolts, llaves. Parte del éxito o fracaso reposa en una buena
gestión de los cacharros. Es una tarea pendiente. La escalada comienza con pasos fáciles
en chimenea. Todo va muy bien hasta el tercer seguro. Aquí comienzan a escasear
las presas donde agarrarse o posar el pie y, aun peor, la chimenea se
estrecha. Coloco otro seguro bastante cerca para apoyarme en él y me peleo
durante un buen rato hasta que consigo ir subiendo de forma penosa por la
estrecha chimenea. Por suerte esto se acaba pronto y salgo, por debajo de un
bloque empotrado, a una zona de repisillas por las
que me elevo de nuevo sin dificultad. Después de colocar otro seguro, finalmente,
alcanzo la altura en la debe comenzar el pasamanos. Allí decido montar una
cabecera, instalar la cuerda fija y bajarme. Por el camino desinstalo todos los
seguros de escalada salvo uno que servirá de fraccionamiento. Cuando llego a la
base son más de las ocho. Mientras vamos recogiendo Miguel sube a revisar la
instalación y echar un vistazo al paisaje de las posibles continuaciones. En
pocos minutos estamos los tres bajo el resalte de El Pozo.
El ambiente tropical me empaña las
gafas al salir (es una ventaja… así no veo la mierda
del gallinero español) La idea de las
cervezas sigue vigente. Comunicamos nuestra salida a la gente que nos espera y
nos bajamos a un bar en La Gándara. Hablamos de política ya que es inevitable
hacerlo. Mi pesimismo respecto a este país ha crecido. Me sale la mala hostia
que me envenena por dentro. Quizás es que no consigo identificarme ya con esta
manera de hacer las cosas tan nuestra. Aunque no puedo dejar de tener las
raíces donde las tengo y de haberme criado donde lo he hecho. En nuestro gallinero español.
No hay comentarios:
Publicar un comentario