El sábado 4/03/06 me acerqué con Marisa a la cantera de Escobedo donde estaban iniciando sus prácticas de vertical los aprendices del cursillo de espeleo. Soplo surada todo el sábado y al cabo de un rato de llegar a Escobedo la amenaza de lluvia se convirtió en realidad. Llovió un corto aguacero que hizo recoger todos los tinglados e instalaciones con rapidez: al poco nos reunimos en un bar cercano. Allí tratamos de organizar la salida del domingo a la Torca de la Luna Llena. César tuvo que posponer su decisión, acerca de ir a la torca, preocupado por el frente frío que se avecinaba. Moisés quería entrar muy temprano a la torca para salir pronto. A finales de la tarde Cesar nos mando un mensaje para decirnos que se iba a Madrid de inmediato. Yo quede con Moisés, Susana y el Cura en Monpía a las 8. De hecho para Moisés era una hora tardía.
La mañana del domingo se presento desapacible, muy fría y con nevadas locales por debajo de 400 metros. La temperatura rondaba los 5ºC. Recogí al Cura en Eroski y nos reunimos todos en Monpía. Nos fuimos en dos coches en previsión de que el Cura y yo nos quedásemos hasta más tarde explorando o topografiando en la cueva. En el aparcamiento nos cayo un aguacero con algo de granizo que nos obligo a refugiarnos en los coches durante unos minutos. Me desanimé. Seguramente fue el hecho de que siempre que he ido a la torca de la Luna Llena ha sido con frío, lluvia, nieve o similares. Pero gracias al ánimo -o locura- de los demás compañeros me deje arrastrar de nuevo hacia la torca.
Me puse sobre el mono interior dos forros polares y lleve el paraguas. Todos llevábamos paraguas. Andando tranquilos en una media hora a tres cuartos estábamos en la boca. Me sorprendió gratamente el aire relativamente caliente que salía. Terminando de prepararnos dejamos la ropa de abrigo en una saca colgada de un pasamanos y me metí para abajo. El Cura sería el segundo seguido de Moisés para supervisarle y de Susana para cerrar el grupo. “Los pasamanos que se instalaron hace poco evitan la rampa de entrada donde están las piedras sueltas. Así se puede entrar uno detrás de otro, en serie, sin problemas”. Al llegar a la plataforma del primer pozo recogí una cuerda de color fosforito de unos 40 mts. la metí en la saca y seguí para abajo. “Los desviadores y péndulos evitan las piedras, los goteos, los chorrillos y hacen muy amena la bajada. Se disfruta de los aéreos pozos”. Deje de oir las voces de mis compañeros. Al cabo de unos minutos llegue a la gatera sopladora. Trincada en largo deje deslizarse la saca por delante y me metí con los pies primero, boca abajo y con el Dressler sin mosquetón de frenado para agilizar la salida a la cabecera del pocete siguiente. Unos quince metros después alcancé el pozo Graff y poco después la estrechez. Pasé, como siempre, algo justo y el resto de la bajada la realicé sin problemas. Aterrizado en la Sala Triangular me dediqué a iniciar el carburero que durante toda la bajada había llevado guardado en la saca y a comer algunas chucherías.
Al cabo de una hora de espera oyendo los chorrillos de agua llenar un bidón de plástico escuché voces procedentes del pozo Graff. Media hora después Moisés, ya cerca de la Sala Triangular, me anunció a gritos que el Cura no había podido pasar la estrechez. Me sugirió que le pasara las llaves del coche y que se subiera el solo. Pero pensándolo bien no me pareció buena idea dejar a alguien subir casi toda la torca solo y andar por las pistas despistantes hasta el coche. Así que con cierta pena inicie el ascenso nada más llegar Susanna a la Sala Triangular.
El Cura había intentado dos veces pasar la estrechez y no lo había conseguido. En el segundo intento consiguió pasar el culo y las caderas pero se quedo atrapado por el pecho. Quizás expirando todo el aire hubiera pasado pero la situación vertical y el pensamiento de que luego tendría que subir por el mismo sitio le disuadió de hacerlo.
La subida se hizo amena y tranquila. “Los fraccionamientos y las limpias remontadas posibilitan el ir cerca de y poder hablar con los compañeros”. Al poco rato salíamos al fresco. Como llovía, aunque de forma ligera, nos dejamos todo el equipo puesto para que se fuera lavando. A base de divertidas charlas pudimos llegar a los coches en un momento. Solo nos interrumpió un cazador que había soltado a sus perros para que se entrenasen persiguiendo jabalíes. Como contrapartida de mi desilusión el Cura me invito a una comida en un bar cercano de nombre “La Gándara”. El ambiente, el calorcito y la comida eran acogedores. Cuando ya llevábamos un rato de sobremesa sonó el móvil. Moisés me comunico que habían conectado con la cueva de Udías y que habían salido por la mina de Udías. Al poco se presentaron resplandecientes, contentos a reventar y con manchas de barro por la cara Moisés y Susanna. Moisés nos contó sin aliento que al final de la galería explorada en la incursión anterior el desfonde que habían vislumbrado, de unos 40 metros, les condujo a un rellano casi acabada la cuerda en donde, después de mirar por varias continuaciones posibles pero difíciles, en el último momento se fijó en una apertura. En unos metros esta apertura les llevo a una descarburada. Y de inmediato se dio cuenta de que se trataba de una zona conocida por él de la cueva de Udías. En una hora, más o menos, estaban fuera. Al poco, con las llamadas de Moisés, lo sabían César, Juan, Vanesa y Julio. Vanesa y Julio se presentaron en el bar al cabo de unos minutos. Moisés siguió con su sonrisa y con sus manchas de barro en la cara como las señales de su total satisfacción y Susana fue a lavarse. Delicioso.
Esta claro que comienza una nueva etapa en las exploraciones de la torca de la Luna Llena. Ya no habrá necesidad de entrar por la torca. A Susanna le pareció que la anterior etapa era más divertida que la cómoda y nueva.
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