Aeropuerto de Santander: nadie se dio un ostión de puto milagro. Alguien se había dedicado a comer plátanos a discreción y a dejar las cáscaras en lugares estratégicos. Como si fueran bombas de la ETA, las cáscaras de plátano en el lugar adecuado puede producir una catástrofe sin precedentes. Conozco a un tipo que cascó por un resbalón sobre una de ellas. Su familia interpuso una demanda por homicidio. Me encantan los plátanos machacados con una galleta y un poco de zumo de limón. Mi mama me los daba para merendar (y para desayunar) muy a menudo. Y me enseñaba a no tirar las cáscaras de plátano en las calles de Madrid.
El avión llegaba a la hora prevista. Las nubes me apretaban demasiado la sandalia y tuve que despojarme de la gorra. Cuando lo sopesé, el enorme petate -sobrecogedor y bestial-, casi me aplasta pero el azafato de facturación trago de forma encantadora con Mavil y no le cobró el sobrepeso. Esos azafatos y azafatas encantadores escasean en la mayoría de líneas aéreas. En general se trata de gente que esta hasta los huevos de inflar los chalecos salvavidas para entretener a los pasajeros durante el despegue y de pasear carritos llenos de bebidas y golosinas por el estrecho pasillo del avión. Y que no se tengan que cruzar cuando empujan el carrito, lleno hasta los topes de objetos inestables, con una gorda a la que le ha dado un apretón y corre con urgencia hacia el lavabo de la parte trasera del avión. Se trata de una situación patética y muy corriente, joder.
ocho
Mavil venía a hacer espeleo desde Murcia. Era miércoles y había que hacer honores al invitado, así que elegimos la cueva del Gándara. Ahora me vais a disculpar, pero de esa cueva siempre saco un gran revoltijo mental que a duras penas puedo sacudirme de encima. Como una borrachera cósmica. Puede que sea la puerta de entrada a un mundo cuyas constantes físicas son diferentes a las de éste. Por ejemplo: la molécula de agua -que debe gran parte de sus propiedades disolventes a su fuerte polarización- en ese otro mundo del Gándara se convierte en una molécula lineal con los centros de cargas superpuestos. Así nada puede seguir encajando en su sitio usual. Los recuerdos vienen a ráfagas como una película que hace tiempo vi -creo que se titulaba “Memento”-; no sabes si un recuerdo precede a otro o viceversa. Con las ubicaciones sucede lo mismo, lo mismo te da estar en la Sala del Ángel que en cualquier otra, colgado de una cuerda que arrastrándote por una gatera arenosa, en un reducido laminador que en un meandro desfondao. No hay manera de hilvanar un relato. Los colores cambian y las paredes se ven azules donde deberían verse amarillas y rojas donde deberían verse negras. La dulce voz de una damisela se parece a un aullido electrizante y los susurros reverberan en las gateras.
Finalmente, después de unas doce horas de tiempo estándar medido en un reloj, salimos de nuevo a este mundo de interpretaciones comunes y empezamos la marcha hacia casa. Como era demasiado tarde para esperarse a una incierta cena casera paramos en el restaurante del bar Coventosa y nos pusimos moraos. treinta y uno
De nuevo fuimos a la Red del Gándara pero esta vez éramos tres y no dos: Miguel, Mavil y yo. Quedamos muy temprano. Optamos por otra entrada varios kilómetros al oeste de la anterior. El día era fresco y nuboso. Las nubes se pegaban a las cumbres del Valnera y el Veinte. El paisaje, impresionante, fantasmagórico y misterioso me hacia conducir con mucha cautela las revueltas del Puerto de Lunada.
El objetivo era conocer más la cavidad pero lo único que pude sacar en limpio fueron ambiguas sensaciones. Posiblemente conocimos algunos lugares nuevos pero de nada me sirve sin recuerdos mensurables. Solo puedo reportar sensaciones:
Había un lugar que producía una claustrofobia nefasta.
Hubo varios sitios en los que estuvimos a punto de perdernos.
Más tarde estuvimos en otro lugar en el que no sabíamos hacia donde ir.
Y otro en el que no había manera de descender a un río que veíamos en un nivel inferior.
Creo que también localizamos un punto característico y determinable.
Al salir, unas diez horas más tarde, había más nubes y estábamos mucho más cansados que al entrar. Hacían menos de 10ºC. No entraba en mis cálculos el mogollón mental de la Red del Gándara. Me da que podría ser de efectos retardados como el Triángulo de las Bermudas. Miguel, por precaución para arrancar, había dejado el coche mirando cuesta abajo. Incombustible e insaciable se fue a preparar más actividades deportivas al aire libre para el día siguiente. Mavil se vino a mi casa y se tiro durmiendo mas de la mitad del domingo.ocho
Por tercera vez nos vimos en la Red del Gándara; esta vez los compañeros que se acompañaban fueron Mavil, José, Manu y yo -en total éramos cuatro como podéis observar- y la entrada utilizada fue la única cómoda que se conoce. Nuestro interés era el de siempre. Como se trata de una cueva con más de 80 kilómetros de desarrollo conocido si te esfuerzas lo suficiente siempre puedes descubrir algo nuevo. Sin embargo también sacamos la misma empanada mental que las veces anteriores. En la cueva alcanzas un estado alterado de conciencia en el que se funciona mentalmente de una forma distinta -la forma particular y peculiar de la Red del Gándara- pero al salir de la cueva se pierde ese modo de estar. Sin ese estado mental los recuerdos son inaccesibles, como los recuerdos del nacimiento: todos los tenemos y sabemos que están ahí pero, usualmente, no podemos recordarlos.
Visitamos un lugar al que bautizamos en nuestro argot privado como La Joya. Me dedique a hacer todas las fotos que me dio la gana ya que mis compañeros se dejaban engatusar con suma facilidad. Como tonto de pueblo, para cada foto tenía que pararme a pensar la manera de utilizar a los actores y la forma de usar los flashes. A veces alguno se hartaba de tanto rollo y salía huyendo o le entraban las prisas. Pero en general se portaron como es debido.
Unas diez horas después de entrar a la cueva volvimos a salir al mundo mundial. Me sentía cansado pero, si lo pienso bien, podría haber sido bastante peor. Cada uno se fue a su casa casita.
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