Foto: Espeleofoto
Todo está construido del mismo material que nuestros sueños. Esta afirmación no se me ha ocurrido a mí. Algunos Premios Nobel -como Schrödinger y Bhor-, algunos literatos -como Calderón o Shakespeare-, algunas tradiciones religiosas como el Budismo -y me quedo sólo con la punta del iceberg- hacen declaraciones similares. De una manera u otra todos afirman lo mismo: la mente y la realidad están construidas de la misma sustancia. Nada material.
En este paisaje -vacío de solidez- queda en relieve la irrelevancia de nuestros afanes. A la Naturaleza le da igual nuestras opiniones y nuestros deseos. El tiempo no significa nada. ¿Para qué sirven tantas preocupaciones? ¿Para que tanto esfuerzo? Todo surge y luego todo se desvanece. La Naturaleza tiene un tiempo ilimitado para crear… y para destruir. Como esos mándalas que fabrican -a base de arenas de colores variados- los monjes tibetanos, con un esfuerzo y una concentración sublimes, para luego destruirlos de inmediato. Ese es el camino de todo lo existente. Así pues podemos creer en el impulso de construir y también en el de destruir. Ambos son inseparables.
Solo nos queda una certeza: el misterio que habita en cada uno de nosotros, en cada ser vivo y también en cada piedra y en cada átomo. Por eso el misterio es lo único sagrado y, en la medida en que todo es habitado y sustentado por el misterio, todo es sagrado. Y es también por eso que elijo un camino: respetar las formas de existencia y realizar la mínima acción posible. Y en el mejor de los casos el camino de la no-acción. Aunque sé que todas mis elecciones y todos mis esfuerzos son irrelevantes.
1 comentario:
Interesante entrada, Antonio. La no acción, ¿hasta dónde podemos acomodar las palabras a los hechos?
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