Fotos: Miguel F. Liria
Texto: A. González-Corbalán
Las ganas de explorar se despiertan de nuevo en los exploradores cuando el viento de la inspiración desea soplar vientos favorables. Hacía poco tiempo que Miguel había estado reconociendo, con el joven Mikel, unas viejas conocidas, más poco transitadas, galerías que él suele llamar “de las Zetas”. Y de nuevo se puso, no lejos del balcón que cae de El Patio, muy cerca de unas grietas que se abren en el techo de una gran galería. El deseo de explorarlas creció y se fortaleció. Y el tiempo de reunirnos para ir a hacerlo se hizo huidizo, escaso, parco, o quizás simplemente esquivo. Así pues en vista de la situación que se nos estaba planteando tomamos la decisión de expandir el tiempo. Si el tiempo se hacía escaso nosotros lo íbamos a “expandir”. El método que seguimos fue simplemente añadir un día laboral entresemana a nuestros quehaceres espeleológicos. Eso sí por la tarde, para evitar el incumplimiento de las tareas y compromisos establecidos contractualmente para con la sociedad.
El jueves por la tarde, a las cuatro y pico, me reuní con Miguel y Mikel el Joven en Ramales de la Victoria. Siempre me he preguntado a que victoria se refiere el nombre de ese simpático y acogedor pueblo. Y hace bien poco me ocupe de enterarme. Previa operación de buceo en internet averigüé, seguramente lo supe cuando estudiaba historia en el bachillerato y más tarde lo olvidé, que dicho nombre se debe a la que se considera batalla decisiva de las Guerras Carlistas, entre liberales y carlistas, sucedida en 1839 en Ramales y en la que vencieron los liberales. El general Esparteros sobre el general Rafael Maroto. Es decir las fuerzas progresistas sobre las fuerzas que defendían los viejos derechos, fueros y prerrogativas.
A pesar de ese loable resultado constato que no se hicieron las suficientes reformas en España después de la victoria liberal. No se barrieron, de una vez por todas, las diferencias, los fueros y los nacionalismos. O dicho de otra forma: esas guerras no consiguieron liberarnos (bien entendido, en el sentido de no dependencia y no en el de borrar nuestras raíces) de nuestro pasado medieval. Quizás ahora, con este revoltijo político que estamos viviendo, estemos de nuevo a las puertas de una nueva posibilidad de conseguirlo. Los nacionalismos, que campan por todo el territorio español sin que nadie les pare los pies, llevan con astucia durante las últimas décadas una labor de intoxicación para imponernos un feudalismo estilo XXI. Sería paradójico, y sobre todo trágico, para esas retrógradas facciones que todo su pugna acabase con el resultado contrario al que ansían, es decir con su desaparición absoluta y definitiva por hartazgo generalizado de los españoles. Aquí es necesario decir claramente, nadie debe pensar lo contrario, que sería mucho mejor para todos los españoles que no hiciese falta más guerras para acabar lo que empezaron nuestros tatarabuelos hace tantos años a costa de sus vidas mismas. Mejor que sea el bien de todos, guiado por la razón, quien dicte la trayectoria.
De cualquier forma Mikel, Miguel y yo volvimos a la cueva a mirar la grieta en el techo de la gran galería escalándola con diligencia y empeño. En poco tiempo pasamos del coche a la boca, y en algo más de tiempo de la boca a nuestra zona de exploración, y en bastante más tiempo de la base de la grieta a su término practicable por humanos. La tarea de escalar dicha grieta fue asumida por Antonio. Se trataba de una escalada bastante sencilla con abundancia de presas grandes y rugosas, casi pinchosas: “Pude poner cuatro seguros sin ninguna dificultad gracias a la ligera taladradora. Por el camino eche un vistazo a un laminador que subía en diagonal. No había nada. Luego seguí escalando en chimenea hasta un pequeño resalte que escalé en placa. Arriba monté una reunión y enseguida subió Miguel. Mientras Miguel aseguraba a Mikel yo me despoje de todos los elementos de equipo, salvo el mono rojo lleno de remiendos, e intente avanzar por la estrecha galería. Pero solo conseguí ir cinco metros más allá de la reunión. Sin desobstrucción no era posible seguir. No soplaba nada de aire. Y tampoco parecía ensancharse”.
Mikel fue recogiendo todos los seguros al subir. Y Miguel monto un tinglado muy económico para rapelar desde nuestro balcón encaramado. Un parabolt con chapa y maillón y otro parabolt con un cordino unido al primero. Funcionó perfecto. Una vez aterrizados volvimos a la carga. Miguel era de la opinión, en contra de la mía, de que el otro ramal de la grieta, en dirección opuesta al que habíamos escalado, tenía muchas más posibilidades de dar continuación. Y tenía toda la razón. Usando el primer parabolt de la escalada anterior Miguel escaló unos metros y flanqueo hacia la izquierda. Se encontró con la base de un pozo reverberante de dimensiones notables, unos 30-40 metros según sus estimaciones. Y lo mejor de todo: con galerías colgadas que se asomaban al pozo a través de ventanas. Nuevos lugares que explorar, nuevos mundos por descubrir.
Fuera de la caverna la temperatura se había despeñado a unos meros 4ºC sobre el punto de congelación del agua. Hacía frío, pero en el coche pudimos calentarnos en breves instantes. A lo largo de la serpenteante bajada nos apeteció dedicarnos a charlar. Le lancé a Miguel, otra vez más, insistentemente, la idea de esquiar en el paraíso de los esquiadores: el norte de Noruega. Pero la charla escoró rápidamente hacia una singladura a las Islas Cabo Verde en un barquito de seis metros. Y hacia la agotadora y estresante atención que deben desplegar los tripulantes de los trimaranes de diseño avanzado. Esos que baten todos los records de velocidad en navegación a vela.
Cuando llegamos a Ramales de la Victoria el pueblo estaba iluminado y feliz. Poco después nos despidió a los tres con una breve y enigmática sonrisa casi imperceptible. Tal vez fuera una mera proyección de que dicho signo se había producido en nosotros mismos, tal vez un pálido reflejo de su fugaz paso por nuestros rostros o quizás un espejismo de nuestras mentes. Nunca lo sabremos con certeza.
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