A principios de verano estuve viendo a los amigos de Liébana. A José (Chechu) le vi en el mismo Pechón, donde vive. Nos llevó a visitar la boca de una cueva llamada Gilgueruca que desbordaba aire frío. Eso me llamó la atención. También visitamos una zona con potencial de equipación de vías. Alguien había dejado una nota con un número de móvil para que el que quisiera equipar se pusiera en contacto. Resultaba sospechoso. Para acabar el paseo circular volvimos por delante de la hoya en la que está la entrada a la Cueva del Cueto. José y yo quedamos en visitar la Cueva de la Gilgueruca en otoño.
A las diez de la mañana del lunes 30 nos encontramos en Pechón cerca del bar-tienda Casa Ceto. El calor veraniego había dado paso a un fresco y brillante tiempo otoñal. Aparqué cerca de la casa de José y preparamos el escaso material necesario para la cueva. Una cuerda de unos 15 metros para el pocete de entrada. Había traído además algunas chapas de 10, de 8 y mosquetones. Como tema aparte repartimos el abundante material fotográfico: maleta de flashes y controladores, bolsa de de trípodes pequeños, trípode principal y cámara Sony. Un verdadero muerto. La aproximación nos llevo cinco minutos.
El montaje del pozo consistió en un árbol y una chapa de 10. La cuerda rozaba un poco al borde de la vertical pero no era nada para preocuparse: la fijación estaba a un metro y el pocete tenía cinco. En dos minuto estuvimos abajo con todos los trastos. Como ya no iba a haber más verticales dejamos allí mismo todo el material de verticales. Para visitar la gran sala de entrada también dejamos las sacas. José me contó que habían hecho una importante limpieza de la zona bajo la boca a cargo del ayuntamiento: muebles, electrodómesticos y basurilla en general. Fuera de la vertical de la boca la cueva estaba limpia pero se notaba muy transitada en las zonas concrecionadas. Anduvimos por el borde de la sala y por todos los rincones contemplando abundantes formaciones, colonias de murciélagos y la obstrucción terrosa que marcaba una posible continuación. Todo esto ya lo había recorrido José en su visita anterior.
En la esquina suroeste de la sala accedimos a un caos de bloques entre los cuales se podía seguir con relativa facilidad la continuación de la cueva. Había varias rutas, más o menos cómodas, pero todas acababan convergiendo a una salita con un hito en donde la cueva cambiaba de aspecto. Mientras reconocíamos esta zona vimos una posible continuación. Bajo unos bloques "fáciles de desalojar" se vislumbraba un pozo. Los ensayos con piedras nos devolvieron golpes y rodadas y estimamos unos 15 metros de desnivel al menos. Concluimos que sería interesante mirarlo con más detenimiento en un futuro cercano.
Poco más allá accedimos a una sala bellamente decorada con coladas, estalactitas, estalagmitas, columnas, banderas, gours, y corales. Muy característica es una gran columna partida -muy evidente- y otra más pequeña, también partida, unos metros a su derecha. No estaba clara la continuación, así que para evitar arrastrar inútilmente las pesadas sacas las dejamos en un rellano de tierra oscura compactada. Por una pendiente suave, guiada por un cordino, accedimos a otra sala que al principio supusimos la que en la topo marca con gours en su extremo. Pero las cosas no cuadraban. Mirando con más atención comprobamos que era la sala más al suroeste de la cueva. Recorrimos el río seco del que habla la descripción y verificamos los detalles. Por un balcón elevado era posible conectar con la otra sala, pero no recomendable sin cuerda. Para llegar a esta sala del noroeste volvimos a la sala bellamente decorada y por un conducto entre formaciones muy transitado pudimos acceder cómodamente.
El tránsito de esta sala era cómodo y enseguida llegamos a lo que se describe como gours seco y con agua. Pude continuar un poco más de lo topografiado sorteando unas formaciones a la izquierda de los gours pero solo avancé unos veinte metros más. Volvimos a donde teníamos las sacas y comimos un poco.
Mi intención era hacer unas fotos bien iluminadas. Una en la sala bellamente decorada, otra en la columna partida y la tercera en la sala de entrada. Los preparativos se pusieron pesados: había olvidado el anclaje pentagonal cámara-trípode, las pilas de controlador se habían sulfatado y derramado, algunos minitrípodes no andaban bien y en general era todo un poco desbarajuste. Pero las cosas se fueron resolviendo y pudimos hacer las sesiones. La distribución de flashes es siempre la parte más difícil, aunque también es difícil acertar con la toma y el encuadre óptimos y colocar al sujeto o sujetos que dan la medida de todo. Los resultados no fueron obras maestras pero tampoco estuvieron mal.
A la salida estaba cayendo la tarde y cambiando el tiempo a peor. Después de adecentarnos, y de comprobar que Casa Ceto estaba cerrada, fuimos, con la hija de Chechu, a tomar una merienda en en la Casa Azul. El arco iris resplandecía contra el cielo cargado de nubes de lluvia. Caían aguaceros pero todo era bello. Había sido un hermoso día para una cueva interesante y disfrutona. José y yo quedamos emplazados en el futuro cercano para ir a cuevas, escalar o hacer excursiones.
Fotos (Antonio)
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