En una de las minas cercanas a la Azohía hay una gran sala, con galena visible, en cuya bóveda se vislumbra la luz del día través de un pozo (o chimenea) minero. Tanto LLamusí como yo conocíamos ese lugar. Podía ser interesante alcanzar el nivel base horizontal de la mina y reconocer los niveles intermedios accesibles desde el pozo. Teniendo en cuenta el recorrido de las galerías base hasta llegar a la Sala podíamos inferir una estimación de la posición en superficie del pozo.
A las nueve nos vimos en un aparcamiento cercano a la Azohía y recorrimos el paseo que hay hasta las minas. Desde las construcciones de la mina principal ascendimos gracias a las restos de senderos y pistas mineras por terreno muy confuso e incómodo hasta ponernos a unos metros bajo una torreta importante. Algo más abajo una caseta, numerada con 792, daba acceso a un pozo con escaleras de hierro oxidado del que salieron huyendo unas cuantas palomas asustadas. La torreta no daba acceso a ningún pozo pero algo más abajo hacia el este vimos desaparecer las palomas. Con buen criterio, Llamusí se acerco y localizó un pozo grande donde se habían metido. Considerando las circunstancias y el material que teníamos J.L. decidió acertadamente instalar el pozo 792.
Para la instalación J.L. usó un ingenioso sistema de fijaciones recuperable y muy seguro. Luego la cuerda de 80 pasaba por encima del murete del pozo, con un protector para evitar roces, y caía limpiamente por la vertical. Debido al peso del taladro y las cuerdas optó por bajar sólo un tramo sin fraccionamientos. Mientras bajaba me refugié bajo un arbusto para evitar el sol castigador. Había olvidado el agua y tenía sed.Al cabo de un rato escuché una voz que salía de lo profundo. A unos 25 metros había acceso a galerías horizontales decía J.L. El comienzo de la bajada resultaba un poco incómodo debido al murete pero se resolvía sin más con algo de precaución. Abajo un pequeño péndulo te depositaba sobre el comienzo de una galería polvorienta por el paso de las décadas. En mi descenso algunas palomas escaparon hacia la luz del día que penetraba por la boca superior del pozo.
Avanzamos por la galería cómodamente hasta un pequeño destrepe. Un poco más allá, en plena oscuridad, una paloma se había refugiado huyendo del ser humano. A la vuelta veríamos que se hacía con ella. La galería avanzaba con rumbo mantenido más o menos. Algunos pozos y galerías laterales los dejamos para mirarlos al volver. Desembocamos en un ensanchamiento que daba acceso a desniveles, pisos inferiores, pozos y galerías que se cortaban en verticales profundas. Algunos murciélagos pasaron volando procedentes de algún lugar remoto en la mina. Previsiblemente alguno de esos cortados debía dar a la Sala de la luz cenital que estábamos buscando. Comencé a poner reflectores para evitar despistes al volver. Pero bien poco duró nuestro avance. Todas las posibilidades de seguir hacia arriba, abajo, derecha o izquierda acababan necesitando cuerdas, en pasamanos o pozos, de una manera u otra. Ciertamente arriesgando tal vez se podría seguir algo más pero no era opción aconsejable.
De vuelta visitamos una galería a la izquierda con una capa de polvo de varios centímetros sobre el suelo. En ese exótico entorno pudimos ver la mayor colonia de escarabajos cavernícolas negros que haya visto nunca. Correteaban por decenas o cientos en todas direcciones. A unos metros de este universo de coleópteros encontramos un nido de paloma con dos huevos y justo al lado un pozo minero por el bajaba la luz del día. A su lado unas escaleras descendían a niveles inferiores pero enseguida se hacían impracticables. El paso del tiempo las había derruido convirtiendo el pasaje en un pozo que hacía necesario el uso de cuerdas.El ascenso de cuerda era cómodo salvo la cabecera que había que negociar hábilmente trepando por la izquierda dejando la cuerda justa para poder hacerlo. Ordenados y recogidos todos los cachivaches el regreso hasta los edificios mineros fue mucho más fácil que la venida. Era fácil controlar mirando desde arriba los restos de los senderos y las zonas de tránsito más cómodas. La pista hasta el aparcamiento se hizo pesada por el solazo y el calor pero las historias que fueron surgiendo no tenían precio. Unos minutos después estábamos en el bar Acuario entrando en la Azohía. Las cervezas heladas que nos sirvieron nos llevaron al quinto cielo. Era un bonito proyecto conocer esas viejas minas misteriosas y sus habitantes.
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