Teníamos previsto entrar el sábado 17 a la Red del Gándara por la Cueva de Bustalveinte para sobrepasar el punto más lejano conocido por nosotros y, con un poco de suerte, alcanzar la Sala Catalana. Pensando en ir bien acompañados Miguel y yo invitamos a todos nuestros amigos de Espeleo50, quienes se disculparon afablemente por su imposibilidad de asistir a tan atractiva actividad. También invitamos a nuestros amigos Miguel, Julio y Manu del SCC y además invitamos a Oscar del Tajahierro. Solo pudo acompañarnos Manu.
Los días anteriores habían sido fríos. Al amanecer del viernes el termómetro marco tres grados centígrados y lo mismo ocurrió el sábado. La cita era a las nueve en el puerto de Lunada. Nos recibieron cuatro grados centígrados, nubes rasantes y un fuerte viento del nordeste. Resultaba de lo más alentador. Rebuzné -o aullé- para hacer más soportables los preparativos. Luego me embutí en una chaqueta de forro polar más un anorak, pensando en quitarme alguna capa más tarde, pero no me sobró nada en ningún momento. Además me encasquete un gorro de fibra polar.
El frío había borrado del entorno muchas señales de vida. No teníamos a la vista ganado, ni se escuchaban en la lejanía los típicos campanos. Me vi sumergido en una oleada de pensamientos sobre el sol, el sur y la placidez. Para probar suerte -acortando la aproximación- Miguel, seguido por Manu, fue por una senda que se desviaba a la derecha subiendo suavemente. Me alcanzaron llegando ya a la boca y les retuve unos instantes más para retratar el frío en sus miradas.
Había llevado una saca grande y un plástico de basura para poder volver limpio al coche. A la salida metería dentro de la bolsa todo lo embarrado incluyendo las botas. En cuanto estuve listo me precipité al interior de la cavidad. Comparado con el exterior me pareció un sitio templado y acogedor. A los dos minutos me alcanzo Miguel y juntos esperamos sentados a Manu. Paso el tiempo y comencé a inquietarme. Al poco Miguel, más voluntarioso que yo, salió a buscar a Manu. No estaba en el porche de la cueva pero era imposible que se hubiera perdido al entrar: no había ninguna bifurcación. Además Manu ya había estado aquí una vez. Empezamos a pensar si se habría caído al precipicio. Volvimos al porche los dos. Miguel se metió por otra oquedad -más a la derecha- e increíblemente se encontró con Manu reptando de vuelta. Gastamos media hora en este divertido lance.
Silenciosos, pero bien concentrados, nos sumergimos en el accidentado curso del Río de la Conjugaison. Intentaba memorizar todos los pasos. Se trata de una sencilla economía energética. El conocimiento preciso del camino hace gastar menos fuerzas en inútiles movimientos. Nada que no sepa cualquier espeleólogo. El leve buzamiento del estrato de arenisca basal -oscurecida y pulida por el agua- ahorraba esfuerzos también. Deslizamientos sobre el culo y cuesta abajo con estilo tobogán nos ayudaban a progresar adecuadamente. No podía ocultarme a mí mismo que sentía todo éste recorrido como un mero trámite, necesario para poder acceder a las hermosas galerías del sector W en la Red del Gándara. Pero no teníamos otra opción mejor, ya que la entrada por la Cueva de Calígrafos tiene peor fama todavía
A su mitad el Río de la Conjugaison tiene un desagradable paso en oposición que desfonda lo suficiente como para partirse algún hueso. Esta vez me quite la saca para pasar (a la vuelta Miguel me señalo un paso alternativo por debajo de un bloque) Pensé que si no hubiera cierta prisa, ni horarios, ni tampoco la necesidad de llevar peso el itinerario podría resultar ameno. Pero el caso es que llevábamos una saca que, aunque ligera, se notaba. Comida, agua, todo el equipo para verticales, cámara fotográfica y trípode y una bolsa con elementos de seguridad, orientación y repuestos. Así pues sentí un gran alivio al sobrepasar la última zona agaterada del río y llegar a la confluencia con un afluente que marca claramente el comienzo del sector con galerías cómodas.
Manu dejo caer como si nada que tenía hambre. Era bastante temprano y tanto Miguel como yo pensamos que para la media hora larga -menos de una hora con seguridad- que nos quedaba hasta la Sala de la Sardine à Grosse Tête merecía la pena aguantar un poco más. Con la ilusión de sentarse a una mesa con unos buenos bocadillos aceleramos el ritmo. Encontramos más señales que otras veces, -flechas de tizne groseramente marcadas sobre paneles impolutos o pequeñas tarjetas plastificadas-. Algunas de ésas flechas nos parecieron innecesarias. Surgió la duda de si quizás no fueran responsables los exploradores franceses, dado que ellos conocen bien la ruta y que el rastro principal resulta evidente.
Las grandes dunas que preceden a la Sala de la Sardine son increíbles. Se tiene la impresión de estar llegando a un centro neurálgico del sistema. Se trata de un lugar acogedor y magnífico para dormir. El único problema es que a este lugar se accede con el mono exterior mojado y con el interior húmedo por las arrastradas del Río de la Conjugaison. Así, al cabo de quince minutos no resulta cómodo seguir quieto allí. Pero con un poco de paciencia -y teniendo a mano ropa seca de repuesto- puede convertirse en un cálido hogar para una estancia de casi una semana, como suelen realizar los exploradores del SCD varias veces al año.
Como en todas las ocasiones en que hemos visitado este remoto lugar, el vivac 4 estaba preparado para recibir a los exploradores en cualquier momento. La instalación de hamacas y todo tipo de pertrechos -incluidas pequeñas planchas de aislante para conservar el culo caliente al sentarse sobre las húmedas piedras- hacen de la Sala de la Sardine un sitio perfecto como base de exploraciones en el sector W. Además un riachuelo hiende la sala por un hundimiento de pocos metros permitiendo repostar agua de una forma cómoda.
Para conseguir secar la ropa en poco tiempo -a base del propio calor que generas- tienes que moverte. Y eso es lo que nosotros hicimos en cuanto acabamos de comer.
Más al norte de la Sala de la Sardine tomamos un río -similar a otros muchos ríos de este sector- orientado hacia el este. A una distancia que podríamos estimar como medio kilómetro alcanzamos una confusa confluencia de galerías que nos llevo por la izquierda a una sala goteante. Primero miramos un estrecho meandro ascendente que se complico. Aguas abajo llegamos a una sala arenosa con extrañas formaciones adosadas como pólipos a un techo extenso y plano. Miguel continuo por laminadores al nivel del techo hasta llegar a una sala muy grande con hermosas formaciones y unas pocas huellas perdidas. Yo mire el meandro por el que seguía el río hasta que se estrecho demasiado y Manu estuvo por otro meandro paralelo que continuaba... Miguel abogaba por explorar la sala que había encontrado. Pero en el fondo ninguna de las opciones nos pareció prometedora, principalmente por la falta de rastros claros. Después de una reunión en cónclave en que sopesamos las opciones que se nos presentaban optamos por volver al meandro ascendente que ya habíamos mirado.
Tras el paso de un bloque cabalgante sobre un desfonde y una revuelta por detrás de otro bloque enorme, la galería se resolvió en un cómodo conducto que nos llevo en pocos minutos a una sala alargada. Más allá de ésta, la galería continuaba y, aunque se observaban opciones variadas, el rastro principal no era difícil de seguir. Después de varias escaladas y destrepes y de unas gateras desembocamos en una sala enorme ocupada por bloques con una pátina de barro blanco. El rastro, que atravesaba la sala hacia el norte, era muy fácil de seguir en esta zona. Nos condujo a una gatera mínima. Al otro lado de la gatera nos esperaba otra sala de dimensiones medianas -cincuenta metros de diámetro máximo quizás- y repleta de bloques. Sobre unos bloques lejanos al borde de la sala Miguel localizo tres flechas de tizne que indicaban el comienzo de una larga serie de estrecheces entre bloques por debajo ésta.
Evidentemente habíamos llegado al paso clave de la Sala Catalana del que tanto hablan los informes del SCD. La bajada entre bloques es verdaderamente compleja. Solo se sigue medianamente bien gracias al rastro de los espeleólogos que han pasado y a alguna flecha de tizne. Abajo se alcanza una galería, pero las estrecheces laberínticas no acaban. Primero hay un inquietante zigzagueo E-W-E que nos lleva a un río repleto por un caos de bloques. Este caos también se pasa gracias a los rastros dejados por los exploradores, aunque no es tan complicado como el de la Sala Catalana. Al final del caos emergimos al último lugar alcanzado por nosotros -desde Río Viscoso- en la última estancia. Habíamos cumplido el objetivo propuesto para esta incursión. Ahora faltaba salir de la cueva y volver al coche.
Pasaban de las cuatro cuando comenzamos la vuelta. Como sabía lo que nos esperaba no tenía demasiadas ganas de parar a hacer fotos. Sin embargo hice unas cuantas. El objetivo de la Lumix no se cerraba bien debido al polvillo acumulado. La ruta hasta la Sala de la Sardine y luego hasta el Río de la Conjugaison fue amable con nosotros y aunque nos sentíamos ya algo cansados no nos desgasto excesivamente. Los problemas empezaron en el Río de la Conjugaison.
Poco a poco el leve ascenso y las arrastradas en subida suave iban haciendo mella en nosotros y nos obligaban a parar de vez en cuando. Prefería no pensar demasiado. El asunto era que íbamos a salir de noche cerrada y no sabíamos si con niebla o lluvia. Aunque intente poner el turbo no funcionaba en esta ocasión. Me sentía verdaderamente muy cansado. Quizás debido a las dos semanas de catarro que arrastraba. De cualquier forma hay un punto en el que se acaban las arrastradas con barrillo y ya solo tienes que ir a gatas, en cuclillas o agachado. Saber que va a ser así, aunque falte casi media hora, es muy consolador. En los últimos metros hay que arrastrarse por una gatera arenosa cuesta arriba y me costaron tanto esos últimos metros que casi salí de mal humor. Necesitaba espacio a mi alrededor.
Mire hacía el exterior desde el porche de la cueva y solo percibí niebla. Me concentré tercamente en ordenar todo dentro de la bolsa de basura -que a su vez iba dentro de la saca grande- y en colocarme ropa de abrigo. Cuando acabe la tarea volví a mirar hacia el exterior y vi algunas estrellas entre la niebla. Me cambio el talante de golpe. Miguel había perdido un calcetín sucio y volvió a vaciar la saca para buscarlo. Le dije que si estaba dentro no merecía la pena vaciarla y que si estaba fuera tampoco... pero...
Con la niebla aligerada y los perfiles de las montañas marcándose comenzamos el ascenso hacia el collado. Se me hizo muy largo, casi seguro que debido al cansancio. Sin embargo me fui relajando al sentir que era un esfuerzo trivial en comparación con las arrastradas. Además el paisaje nocturno era maravilloso. Las luces fantasmales de la base militar dominaban hacia el sur el valle de Bustalveinte. Más allá del collado el leve descenso hacia Lunada se hizo agradable. Casi tocábamos la comodidad y el calor de la calefacción del coche.
Hicimos las llamadas pertinentes para confirmar el OK y nos despedimos de Miguel. Eran más de las diez. En total trece horas de actividad. En el descenso de Lunada puse música y decidimos parar a cenar en San Roque. Pero según íbamos bajando comprobamos que los restaurantes de los pueblos no estaban para dar cenas de sábado. A la altura de Liérganes habíamos perdido el interés. Al menos yo. Cuando llegamos a Solares solo me interesaba una ducha caliente o, mejor aún, una bañera de agua hirviendo. Sin duda había perdido mucho calor en esta jornada.
Se cumplía una etapa en nuestro conocimiento de la Red del Gándara y, por otra parte, se habrían nuevas perspectivas y posibilidades.
El tiempo dirá que sorpresas y maravillas nos esperan en esta hermosa cavidad en un futuro cercano...
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