Texto: Antonio G. Corbalán
Fotos: Miguel F. Liria
El fin de semana se presentó complicado desde el principio. No conseguía cuadrar los planes de viernes, sábado y domingo. Al principio pensé en hacer una incursión espeleológica corta, el sábado, para poder ir a cenar con los amigos. Pero éso no me satisfacía. Además las predicciones meteorológicas daban tiempo “tirando a bueno” para sábado y domingo. Y así no apetecía meterse en una cueva. El jueves abandonamos la idea de ir a hacer espeleo el sábado. Lo dejé para el domingo. Pero el viernes hubo un momento en que no lo tenía tan claro. Al final las cosas quedaron aclaradas de forma natural. Tenía multitud de asuntos pendientes y el sábado era el día ideal para realizarlos. Me tomé la cena con los amigos como un momento de relax. Así que, para el domingo, Miguel y yo acordamos trabajar balizando una zona delicada en la Red del Gándara.
El domingo se despertó prometedor. Con una clara elección por los de paisajes nítidos. Todo brillaba como en las pinturas tibetanas. Mientras me acercaba a Ramales me replanteé varias veces la idoneidad de meterse en una oscura cueva un día tan hermoso. Pero la determinación de Miguel me sacó de dudas. Acababa de tomarme un café con sobaos en una cafetería de Ramales cuando apareció tan campante. Eran la ocho y media de la mañana. Entre unas cosas y otras se nos fue casi una hora. Pasaban de las nueve cuando iluminamos el oscuro mundo de la Red del Gándara. Sabíamos que no volveríamos al mundo exterior hasta doce horas después como mínimo.
El Delator se nos hizo tremendamente pesado. La cena, o cenas pues Miguel también había estado haciendo vida social, pasaba su correspondiente factura. Las cervecitas, los brandys, el mosto Isabella… No podíamos ir más deprisa de lo que íbamos. El recorrido hasta la zona de balización era largo y complicado. Hacía un año que no volvía por allí. Las señales brillaban por su ausencia, pero las instalaciones aún se mantenían. Algunas eran mejorables. Sobre todo las cabeceras montadas sobre un solo spit, con la rosca totalmente oxidada por el paso de los años. Durante el recorrido me encontré con la herencia de algunos actos del pasado. Herencia a veces puntuada con guiños, tal vez señales, de inteligencia. Y con una hermosa mierda adornada por trozos de papel higiénico. Ésta también cumplía su papel.
Alrededor de la una alcanzamos la zona de balización. Húmeda y fría, pero bella como ninguna otra. Me recordó a algunas mujeres que me he tropezado en la vida. Antes de comenzar el trabajo comimos. La comida estaba también fría de nevera. Nada apetecible aunque, pensándolo bien, resultaba conveniente ingerir algo. Este trabajo de balización se presentaba esencialmente mas complejo que cualquiera de los anteriores. Por un lado las texturas del terreno, suelos repletos de formaciones delicadas y frágiles; por otro lado la irregularidad, y, finalmente, la necesidad de tender alfombras en zonas de tierra/barro para no extender la suciedad a las zonas delicadas. Además era necesario realizar nuevas instalaciones, más limpias y directas, de acceso a la zona.
Durante horas trabajamos sin descanso hasta agotar las posibilidades del material que habíamos traído. Necesitábamos algún tipo de alfombrilla para pasar por las zonas barrosas. Y eso nos impidió hacer más de lo que hicimos. Sin embargo nos vino muy bien ese corte ya que todavía nos faltaba instalar un pozo y recoger todo. El pozo se complicó debido a la rebelión del taladro: de pronto dejo de funcionar… al menos nos había dejado hacer toda la balización posible. A pesar de todo la suerte estuvo de nuestra parte y pudimos instalar todo el pozo a base de fraccionamientos en anclajes naturales. Además, por fortuna, los nudos que tuve que realizar para unir varios trozos de cuerda, coincidieron con puntos de reposo sin ninguna complicación.
Como a las seis de la tarde iniciamos el retorno a la superficie. Todos los pasos de vuelta fueron más pesados y difíciles que a la venida. Es en esos momentos cuando agradeces una instalación que no requiera acrobacias, ni riesgos inútiles. En algunos puntos del Delator y de Alizes paramos brevemente para reponer fijaciones del hilo a las varillas. Volvíamos con movimientos seguros aunque lentos. Miguel comento algo acerca de la edad. Pero a mí me pareció que nunca habíamos estado en mejor forma. No olvidemos los excesos de la noche anterior y la actividad que habíamos desarrollado. Alrededor de las diez llegamos al coche. La Luna, casi llena, creaba un halo de arco iris en las nubes lenticulares que se interponían. Las estrellas brillaban esplendorosas. Todo exhalaba un aura de vitalidad renovada. El viento arrastraba nuestros pesados pensamientos como hojas secas. Y la música de Björk sonaba mejor que nunca en esa noche incomparable.
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