Esa tarde fue la presentación del cursillo de espeleología. Acompañé a José Ángel y al entrar en el pabellón deportivo de la UCA nos encontramos con Juan Colina. En total se habían presentado cuatro cursillistas. Sin embargo por lo que me dijeron los organizadores había bastantes interesados que aparecerían en el cursillo propiamente dicho. Ese mismo día, casualmente, también había una charla de espeleología en Escobedo. El esfuerzo por difundir la práctica de este deporte debería dar sus frutos. Hay un sentir general entre el colectivo espeleológico a este respecto: cada vez es más difícil encontrar jóvenes exploradores. Paradójicamente el volumen de negocio de las empresas de aventura, en lo que respecta a actividades subterráneas, aumenta. Muy a menudo se olvida en los cursillos aclarar los distintos modos de practicar actividades en el mundo subterráneo que existen. Aunque a veces los llamemos también espeleólogos hay un grupo, bastante numeroso, que sólo entiende las cuevas como zona de investigación científica. Sea arqueología, biología o geología. Por otra parte están aquellos que desean encontrar y descubrir lugares en los que el ser humano nunca haya estado antes: son los que tienen espíritu explorador. Finalmente están aquellos a los cuales el mundo subterráneo les parece un territorio idóneo para desarrollar actividades lúdicas, de ocio o deportivas -en esencia vienen a ser lo mismo pero con grados diferentes de esfuerzo físico-. En este último grupo pueden enmarcarse aquellos que contratan los servicios de una empresa de aventura o los que organizan por su cuenta una visita a una cavidad o una exigente travesía espeleológica. A veces los exploradores realizan actividades de este último tipo para motivarse y/o evitar la saturación que conlleva la dedicación obsesiva a una zona de exploración.
En lo referente a los exploradores he de decir algunas cosas más. Suelen olvidar la responsabilidad que conlleva descubrir algo nuevo bajo tierra. El medio ambiente subterráneo no sólo es frágil, sino que es virtualmente imposible de regenerar. Por otro lado la mayor parte de los exploradores poseen un ego superlativo en el sentido de que lo que importa de veras no es el descubrimiento en sí, sino -confesémoslo- que sea yo el que lo realice. Por supuesto cuanto más importante y trascendental sea la zona descubierta más crecido saldrá el ego del autor/es. En el fondo de todo ello podemos encontrar resonancias clásicas: los exploradores polares, los alpinistas, los exploradores/descubridores de los siglos XVI al XIX. Estos mecanismos psicológicos están en la base de un amplio grupo de seres humanos. No es nada nuevo.
Todo descubrimiento o exploración arrastra unas consecuencias imprevisibles a largo plazo. Pero en el caso de las actividades subterráneas han conllevado, hasta la fecha, la desaparición de una parte muy importante de lo descubierto. Creo que no es necesario dar ejemplos. Sin embargo casi todos los exploradores son bastante cuidadosos con lo que descubren. Así que se sienten muy desilusionados cuando observan que lo que descubrieron ha desaparecido pisoteado o ensuciado o arrancado (por negligencia o interesadamente) Urge pues un cambio en la manera de explorar. El explorador debe hacer un sincero esfuerzo para que los que vienen detrás de él deterioren lo menos posible el medio subterráneo. No voy a discutir aquí el cómo debemos hacerlo, hay opiniones variadas, pero creo que los grupos exploradores deberíamos reunirnos para hablar de ello.
El sábado 21 nos hubiera gustado ir a explorar un poco. Nacho me llamó para hacer actividad. Nuestro trío explorador podía reunirse de nuevo. Pero Miguel no podía venir el sábado y aunque hubiera podido hacerlo no era aconsejable meterse bajo la ducha de agua que estaría cayendo por la chimenea del Patio. El diluvio se actualizaba. Llovió tanto durante la noche del viernes que tuvimos serias dudas acerca de salir. Pero ni Nacho ni yo hicimos abandono. Sin embargo cuando, ya en Solares, nos planteamos dónde podíamos ir se nos presento un problema difícil. La idea era hacer fotos. Por un lado los dos habíamos estado en Cuevamur últimamente, así que quedaba descartada. La cueva del Gándara tampoco era muy apetecible por la ventisca que azotaba los Collados del Asón. Las húmedas estrecheces de la Cueva del Torno, o de la Hoyuca, no resultaban atractivas. Por fin a Nacho se le ocurrió una idea que nos resulto aceptable a ambos: Coventosa. Amplia cueva con zonas interesantes para la fotografía, a diez minutos del coche por una cómoda senda que transcurre por una zona bastante protegida de la ventisca que imperaba.
En el Alto de Alisas dudamos del acierto en nuestra elección. La realidad era muy poco alentadora. El Asón, aguas arriba de Arredondo, estaba a punto de desbordarse. En el pueblecito de Asón las cosas no estaban mejor. Se nos hacía difícil salir del coche. Dos perros inmunes a la ventisca vinieron a darnos la bienvenida. Unos cuantos vehículos aparcados nos convencieron de que ir a Coventosa no era una idea demasiado original. Al cabo de unos minutos conseguimos acumular la entereza suficiente para salir del coche. Tuvimos suerte. Durante unos minutos paro de caer aguanieve. Lo suficiente para prepararnos y llegar, yo casi corriendo, hasta la boca de Coventosa. Nacho tiene una zancada tan larga que me resultaba difícil seguirle.
Desde poco más allá del porche ya podíamos escuchar voces. La idea era ir a la Sala de los Fantasmas. Pero unas amplias galerías a nuestra izquierda, que yo no había visitado nunca, llamaron mi atención. A dos minutos encontramos una zona de formaciones perfecta para ensayar técnicas de fotografía. Intenté un collage formado por cuatro tomas. Los problemas vinieron de la dificultad para enfocar. Para solventarlo podíamos cerrar a 8 el diafragma. Pero esto, por otro lado, dejaba a los poco potentes flashes insuficientes para iluminar correctamente. Aunque esto puede corregirse en el revelado la cosa tiene sus límites por la aparición de ruido. Las conclusiones de estas tomas fueron:
a) la necesidad de un sistema de enfoque efectivo en condiciones de luz muy pobres (casi nula en algunos casos)
b) la insuficiencia de nuestros flashes para trabajar volúmenes medianos y grandes dentro de una cavidad.
La idea era volver a la ruta de bajada a la Sala de los Fantasmas. Pero antes pensé en que no estaba de más el avanzar un poco por la galerías en la que estábamos. Un corta trepada nos permitió acceder a una zona muy interesante. Algo más allá trepadas adicionales conducían a rincones notables. No pudimos acceder a todos esos lugares debido a que algunas trepadas hubieran requerido cuerda y seguros de escalada. Desconocemos si se han explorado todos ellos. Sea como fuere después de un breve intercambio acordamos hacer en esta zona las fotos restantes.
La siguiente toma era de mayor alcance que la primera. En cualquier caso había dos planos muy diferenciados. Hice un collage con dos tomas. El plano más cercano era más fácil de iluminar, pero también más difícil de enfocar con nitidez. El segundo plano ocupaba unas alturas con formaciones muy arriba. Podíamos solventar el problema de la falta de potencia de los flashes disparándolos varias veces. Pero eso implicaba tiempos de apertura más largos lo que llevaba a su vez a periodos muy largos en las que la cámara debía estar activa para evitar tocarla. Esto consumía más batería. Las conclusiones fueron las siguientes:
a) Sería interesante que la cámara siguiera activa con los mismos parámetros pero con la pantalla desactivada.
b) De cualquier forma convenía que los flashes fueran más potentes para reducir el número de disparos.
A Nacho se le acabo la batería antes de poder terminar las tomas anteriores. Pero decidimos hacer otro collage antes de irnos. Para ello hice tres tomas de las cuales sólo necesitaba dos. Me esforcé al máximo por enfocar correctamente y pude notarlo en el revelado posterior. De todas las fotos la de mejor calidad fue la última. Casi in extremis a mí también se me acabo la batería. La conclusión fue que la pantalla encendida y los largos periodos con la pantalla activada consumían las baterías demasiado deprisa.
Acabadas las posibilidades de trabajo recogimos y volvimos en diez minutos a la salida. Curiosamente seguían entrando grupos a Coventosa. El tiempo se porto bien mientras volvíamos al coche y nos cambiábamos de indumentaria. Luego dudamos entre irnos a casa directamente, eran las tres y media, o comer en el Bar Coventosa. Decidimos lo último. Era la época en que ofrecían la Matanza como menú. Algo bestial. Pero nosotros queríamos algo ligero: ensalada y cocido montañés. Ni segundos platos ni postres, ni alcohol. Como a las cinco y media estaba llegando a mi casa.
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