Fotos: Miguel F. Liria
Texto A. Gonzalez-Corbalán
Por fin volvíamos a El Patio. Las incógnitas, y las escaladas por hacer, nos hacían soñar/dream/draumur. Una mímica mental repetida y ensayada hasta la saciedad. Un paso más para cuajar una forma, para fijar un mapa en la mente/mind/hugur, para desarrollar una imagen del mundo. Pero antes debíamos subir la cuesta.
Hacía un calor veraniego. Estábamos a casi 20ºC en una mañana de un día de noviembre del año 2015 en la ladera norte de una montaña de la Cordillera Cantábrica. Hice calma con las piedras de la subida. Astillas de calma en chorros de luz. Y luego vino el fresco de dentro. La ropa no se hacía necesaria fuera, pero tampoco dentro. Había una cueva que estaba seca. El mundo estaba seco. Mi mente estaba seca. Tus pensamientos -los tuyos- también estaban secos.
Subimos. Había cuerdas de subida. Había cuerdas de bajada. Había caminos que caminar. Había pensamientos que pensar. No había nada que objetar.
Recorrimos, acompañados de nuestros modernos artilugios, las galerías nuevas de una vieja cueva. Apuntamos en un cuaderno los números que las pantallas de los artilugios nos dictaron. Y añadimos bosquejos de lo que nuestros ojos nos mostraban. Más allá de ello estaba el marco del mundo. Y más allá del marco estaba la luz. Y más allá de la luz estaba la mirada. Y más allá de la mirada Él que miraba. Un reflejo en el espejo.
Me mire a mí mismo en el espejo a lo largo de incontables instantes del devenir. Y siempre estaba allí El mismo que miraba. Luego subí a un nuevo sitio. Pero yo no era nuevo ni antiguo. Era el mismo y diferente siempre. La Galería Nacho cayo en el terreno de lo antiguo. Ya la conocíamos. Estaba allí -cayendo hacia el lugar del que procedíamos ahora-. Una conexión se cerraba. Una forma se fijaba.
Pero había más. El frío hacía más real nuestra pequeña historia. El peligro de caer, de sentir el dolor de un cuerpo chocando contra la roca, nos despertaba. Cúpulas y ventanas eran los nombres de las formas que descubríamos. Gateras, estrecheces y pozos reverberantes ascendentes. Las formas no estaban ahí aún. Luego vinimos nosotros a lo largo de senderos que conducían, sin ir a ningún lado, yendo a este. Y ellas aparecieron. Tras ello vino el nombre.
Lo recogimos todo. Cuando salimos amaneció, aunque luego fue que atardecía. El tiempo había transcurrido a fuerza de pura subjetividad, existir lo llaman. El número de hambres transcurridas mostraban un intervalo de horas. Allí fue mismamente donde tomamos las cervezas. Allí fue mismamente donde hablamos de los proyectos. Nuevas ilusiones parecían surgir y desaparecer parecían otras. Pero las apariencias nos engañaban.
Transcurrieron los días. Las formas se asomaron a la pantalla del ordenador sólo para que yo pudiese verlas. Los números dictaban, las máquinas hacían su trabajo, mis ojos miraban. Las incógnitas desechadas mostraron otro rostro. El mundo que surgía y el imaginado no coincidían. Lo sorprendente se acerco con pasos sigilosos y nos acertó de lleno con su disparo. La bolsa de color azul claro, como el cielo tibetano, solo contenía abultadas ilusiones. Pero las ilusiones iban a ser, siendo lo que eran, todo lo que era imprescindible ser: motor/motivo/emoción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario