Fotos: Miguel F.Liria
Texto: A.González-Corbalán
La ilusión por volver a explorar me vino enseguida. La combinación de Santander, frescor y añoranza era una mezcla poderosa que rápidamente hizo su efecto. Fabricar baterías de repuesto para mi Carbi P2 se hizo una prioridad imperiosa y me puse a la tarea. Cinta aislante negra, spray de caucho impermeable negro, funda termoretráctil amarilla consiguieron enfundar perfectamente las baterías de dos celdas Li-Ion 18650. Para darles un buen acabado me bastó un poco de pegamento sellador y una pegatina de Carbi. Quedaron insuperables. Mi deseo era aprovechar todo el material. Fui a SANRO y convencí al encargado de que me fabricase otras tres más con algunas soldaduras fáciles. Conseguí seis packs de baterías, aparte de la de serie. Pensé: a cuatro horas de duración -usadas generosamente con luz a raudales- me daría para un par de días. Me sentí feliz. Había pasado de Stenlight a Carbi. Y también había pasado de una fase a otra: la exploración sin pretensiones de dejar nombres pero con el muy firme propósito de dejar el entorno subterráneo lo menos tocado posible. La exploración como hermosa y pacífica tarea sin pisoteos.
No disponía más que de dos semanas escasas y tenía muchos compromisos. Sobre todo el compromiso de habitar mi casa un poco de tiempo. Tenía a los amigos del SCC, a los amigos del CCES y a mi amigo Miguel. Sólo obtuve respuesta de Manu y de Miguel pero, a la postre, durante los fines de semana eran difíciles de compatibilizar la espeleo, la vida familiar y la social. Y era mucho menos difícil una tarde de jueves. A Miguel le expliqué la existencia de soplos en La Puntida, la ausencia de éxitos -tras largos años intentando seguirlos- y el gran rendimiento acercamiento/hurgamiento que resultaba al ser una cueva a diez minutos del coche y estar las puntas de exploración a quince minutos de la entrada. Hecho.
Era una tarde sofocante de agosto. Pero el frescor del aire subterráneo nos reanimó en la entrada. La tarea de hacer una topo para desenmarañar el lío de caos de bloques y galerías que posee La Puntida era la prioridad del día. Pero el disto no funcionaba bien. Miguel descubrió que las baterías estaban algo gastadas. Una vez cambiadas la esperanza de hacer la topo se esfumo: Miguel observo lecturas divergentes y cambiantes en la brújula. Se trataba de los interruptores magnéticos de su foco. Definitivamente me enfadé con la situación y optamos, creo que fui un poco brusco, por lo más práctico: hurgar por todos lados verificando aquellos rincones que había reconocido hace largo tiempo ya. Tuvimos para cuatro horas de gateras, cuerdecitas, retorcimientos, trepadas y movidas de todo tipo. Al final estábamos bastante satisfechos. Pero teníamos más claro aún que una topo era necesaria.
A la salida anochecía y el valle estaba inundado de una luz muy hermosa. Bajamos a Solares y tomamos unas bebidas frescas. Por el camino, de venida y de ida, hablamos de proyectos y de posibilidades. Quizás la jubilación de Miguel. Quizás navegar. Seguro que vivir con pasión lo que trajese el tiempo.
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