Día Primero:
Es domingo 25 de octubre, la carretera a Castillitos está embotellada y todos los sitios para aparcar colapsados. Antes de llegar a la ratonera final elijo una zona en el arcén un poco más ancha, doy la vuelta y aparco. Un minuto más y me quedo sin ese sitio y sin ningún otro. Las restricciones sociales por el covid nos han llevado a elegir los espacios naturales abiertos como una opción prioritaria. Muchos parques naturales de España están sufriendo una afluencia masiva que ya ha llevado, o llevará en breve, a la necesidad de regular su acceso.
Bajando por la senda de Cala Cerrada hay gente por todos lados, subiendo o bajando, y en multitud de ocasiones me veo obligado a apartarme del camino para dejar paso a otras personas. A la altura de la primera rambla que cruza el camino observo un posible acceso a la zona de Cala Abierta. Es por ahí donde debo buscar la Cueva del Cristal. Unas decenas de metros más allá del cruce sale una senda, apenas marcada, a la izquierda y al poco trecho se incorpora al lecho de la rambla. La sigo un buen rato y me desvío un par de veces a echar un vistazo a oquedades que observo. Antes de que se complique la ruta me salgo a la cumbrera divisoria atravesando un pequeño pinar umbrío. Busco con Google Earth la ubicación que tengo marcada y me acerco al borde de los acantilados en varios puntos. Pero sin referencias no es posible encontrar el acceso para bajar.
A la vuelta, justo por el mismo camino, la situación de coches y personas es un poco más despejada debido a que es la hora de la sobremesa y muchos o estarán comiendo o están recién comidos. De todas formas conducir por esa carretera con tráfico abundante es bastante peligroso y exige una previsión continua.
Día Segundo:
Es martes 27 de octubre, y apenas hay gente en la carretera a Castillitos y en los aparcamientos. Hace un bonito día soleado. Aparco en la mejor sombra al lado del comienzo del sendero a Cala Cerrada.
En el intervalo de tiempo entre el domingo y el martes localicé en el blog cumbresdecartagena una entrada en la que se describe un día de excursión a la Cueva del Cristal y en la que pude ver multitud de fotos de la ruta a la cueva. Basándome en las fotos me di cuenta que la mejor forma de aproximarse a la cueva es por una senda cercana a la cumbrera divisoria, entre el mar y el barranco por el que discurre la senda a Cala Cerrada.
La senda va siempre a la izquierda de la cumbrera y es bastante obvia. En un punto no muy claro decido abandonar la senda y bajar directamente al borde de los acantilados. Elijo el punto mirando en las fotos la posición relativa de varias calas y colinas (como hacen los navegantes cuando tiene la costa a la vista: con la intersección de los arcos capaces de tres visuales a puntos destacados tomadas de dos en dos). Además enciendo Google Earth para tener una idea de cuanto me estoy acercando. En un momento dado observo al asomarme, bastante abajo, unas rocas grises que aparecen en algunas de las fotos. Además descubro, justo al lado de donde estoy, un parabolt en la roca. Deduzco que por aquí comienza el destrepe.
Primero bajo por unas calizas naranjas. El descenso es delicado pero los agarres son excelentes. Lo que más impresiona es el mar un centenar de metros más abajo. Luego la roca cambia a una especie de caliza gris azulada que se fractura en grandes bloques de caras planas y romboidales. Los agarres son mejores pero se trata de una escalera bastante aérea. Como último escalón utilizo un arbolito.
A partir de aquí comienzo a buscar por la derecha. Una primera oquedad bien generosa me confunde. Más allá de una arista llego a una vertical canal. Veo otro parabolt y dos oquedades, pero ninguna es la cueva que busco. Empiezo a desconcertarme. De vuelta al final del destrepe continuo hacia el este saltando una pequeña arista de roca y observo otras dos oquedades. La primera parece prometedora pero se acaba al poco. La segunda es una gatera horrible pero está marcada con pintura roja. Es obvio que esta tampoco es la boca que busco. Mi desconcierto es total. Cinco bocas y ninguna es. Me retiro trepando y pongo algún hito.
Día Tercero:
Es jueves 5 de noviembre y se ha declarado el confinamiento perimetral en los municipios de la región de Murcia. Hace un día con fuerte viento del norte y totalmente cubierto. Amenaza lluvia. Aparco en el aparcamiento de Cala Cerrada. He venido hacia Cartagena a la hora en que todos los trabajadores lo hacen, como a las ocho de la mañana. La ley dice que no debemos salir de nuestros municipios salvo razones de necesidad: ir al trabajo, consulta médica, cuidar a un anciano o a un enfermo o razones de necesidad (por ejemplo asistir a un juicio) Las razones de ese confinamiento están claras. Se trata de disminuir la interrelación social y de esa forma disminuir en alguna medida la tasa de contagio.
Estoy infringiendo la ley al venir a otro municipio por razones personales. Sin embargo es obvio que no estoy contribuyendo en ninguna medida a aumentar la tasa de contagios. Vengo solo en el coche y estoy al aire libre en una zona en que también estoy solo. No pongo en riesgo de contagio a nadie, incluido yo mismo. Se trata de una actuación ilegal pero con una ética bien clara. Muchos podrían sentirse ofendidos por la obviedad de que ellos cumplen la ley y yo no lo hago. Sin embargo al no cumplir la ley me expongo a una sanción económica. Es justo que sea así. A mi me resulta aceptable esa posibilidad, dado que desde el punto de vista ético me siento justificado. Y tampoco me parece mal que otros salgan solos, o con gente que convive, al aire libre, cambiando de municipio.
Pero, ¿qué es lo que podemos hacer si la actividad al aire libre requiere dos o más personas? Estoy pensando en la escalada y en la espeleología. La única solución que se me ocurre, aparte de abandonar esas actividades multipersona, es crear círculos burbuja. Es el mismo concepto que subyace al permitir ir juntos a los que conviven. En caso de decidir formar un grupo-burbuja tendremos que reducir drásticamente el número de personas con las que salimos al aire libre y fijarlas. Un ejemplo es salir siempre con el mismo compañero de escalada. O con el mismo compañero de espeleo. O tal vez un círculo de tres. En cualquier caso deberíamos fijar para estos tiempos un grupo "burbuja" en que no se admite a nadie más. Además en dicho círculo nos debemos exigir mutuamente llevar las medidas de seguridad al máximo nivel (en nuestra vida personal, familiar y laboral) con una responsabilidad intachable. Con todo eso podemos intentar seguir viviendo en estos tiempos difíciles, pero no tenemos ninguna garantía.
En los días entre el martes 27 y el jueves 5 estudié más las fotos del blog y llamé por teléfono a J.L.Llamusí para que me diera alguna indicación. Se ofreció a acompañarme y, con lo que le expliqué, me dijo que había estado a menos de diez metros de la entrada. Justo un poco más abajo y más a la derecha de la esquina.
Al final volví de nuevo solo. El fuerte viento del norte no golpeaba en las laderas y acantilados de la vertiente sur de Cabo Tiñoso. Pero al mirar el oleaje y la superficie del agua era evidente que el viento seguía ahí. Eso junto con el cielo plomizo le daba al paisaje un aspecto dramático. A pesar de saber "casi" donde estaba me costo encontrar la boca. Tuve que moverme tres veces por las laderas del acantilado. Realmente difícil de encontrar.
La boca, con forma de amplio embudo, es bien hermosa. Me puse el frontal y fui para adentro. La galería es grande y con el suelo lleno de guijo blanco y cristalino. Las formaciones gravitacionales, bien blancas, están truncadas a golpes. Hace años los mineros sacaron un gran beneficio de la roca cristalina blanca vendiendo el guijo para ornamentación de jardines. El material se embarcaba al fondo de la canal en un pequeño embarcadero. La cueva quedo, salvo algún divertículo, pelada de formaciones. Eran otros tiempos.
Recorrí básicamente toda la cavidad. Por el camino un grupo de murciélagos me saludo con pocas ganas. Pero dejé una gatera al final por no llenarme de polvo la ropa de calle. La gran sorpresa vino aquí. Se percibía una corriente de aire muy notable saliendo por la gatera. Fue un gran momento. Dado que la topo daba unos diez metros más allá de la gatera como final de la cueva se imponía una revisión a ver de donde venía ese viento. A la subida puse algunos hitos más para marcar bien el comienzo del destrepe.
Día Cuarto:
Es jueves 12 de noviembre, y continúa el confinamiento perimetral en los municipios de la región de Murcia. Hace un día perfecto. Ni frío ni calor. Esta vez ha venido también Mavil, de forma independiente en su coche, para ver qué podemos hacer con la corriente de aire. Su perro, Santo, le acompaña. Por el camino de bajada le indico los puntos clave a tener en cuenta para encontrar la cueva.
Es impresionante ver bajar a Mavil con su perro por esos destrepes. Si el perro se resbala empujaría al que se ponga por delante. De cualquier forma conseguimos llegar sanos y salvos personas y perro. Mientras nosotros nos internamos en la cueva el perro se queda en la entrada. En pocos minutos alcanzamos la gatera pero hoy el flujo es menor y entrante. Será por la temperatura y la hora. Al otro lado hay una salita con una pequeña galería a la izquierda.
La primera fase es buscar de dónde viene, o por donde se va el aire. Después de un repaso con una barrita de incienso localizamos dos lugares por los que viene viento. Una grieta estrecha al final a la izquierda y una amplia grieta o diaclasa enfrente. De los dos lugares elegimos el que tiene mayor flujo y más facilidad de desobstrucción. Justo enfrente.
Durante horas maceamos la frágil roca abriendo hueco. La mayor parte del trabajo la hace Mavil que anda con muchas ganas. Luego taladramos un poco pero con una roca tan llena de huecos el sistema es ineficaz. Intento pasar un par de veces pero me quedo atorado. A las cinco, después de múltiples sesiones de maza, nos ponemos a pensar en salir. Creemos que lo mejor sería un motopico.
La salida al exterior se produce justo cuando se pone el sol. El paisaje está espectacular y anochece. El perro mueve la cola mostrando su alegría. La cosa de subir se pone delicada cuando Mavil tiene que levantar al perro en los puntos más difíciles de la trepada. Camino arriba se nos hace totalmente de noche. Viene un viento frescachón del este que nos estimula en las cuestas. Al llegar a los coches tenemos una sensación satisfactoria. Ha sido una hermosa jornada, probable prólogo de otras cuantas más en el Cristal...
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