Cuando llegamos a San Pantaleón vimos la puerta de la finca cerrada todavía. Eran las ocho y media y nos extrañó que Guillermo no hubiese llegado. Entramos y aparcamos bajo un manzano junto a la casa y desde el balconcillo de la entrada contemplamos el panorama de un día primaveral, más que veraniego, a pesar de que estábamos a siete de julio. Nuestro amigo llegó un poco estresado porque al ir a imprimir la topo del Coverón no había tinta en la impresora. La cosa fue que había que conformarse con el pdf del "móvil dedicado a cuevas". Mis amigos piensan que soy un maniático y, es verdad, lo reconozco. No puedo prescindir de mi pedazo de papel y de mi brújula cutre para sentirme seguro en una gruta. Terminamos el viaje en la curva adecuada de la subida al puerto Fuente las Varas. Allí los tres, César, Guillermo y yo, terminamos de prepararnos y, atravesando un prado y un bosque jurásico, llegamos a la boca de la cavidad.
Hicimos una sesión fotográfica, con la cámara gorda y los dos flashes, primero en el "cipote" y luego en la aglomeración de estalagmitas y macarrones. A la salida de la sala, después de comer un poco sentados en un área cómoda, hicimos unas cuantas fotos más a los temas más llamativos. Las galerías de esta zona son más cómodas de recorrer y no cansaban. Pero a la vuelta empecé a sentir el esfuerzo acumulado, sobre todo en la estrechez barrosa y luego en la Gran Galería. El recorrido por bloques arriba y abajo es cansado. Las gateras de salida me parecieron mucho más pesadas que por la mañana. En total estuvimos en la cueva algo más de ocho horas casi sin parar de movernos. No es una cueva dura pero exige gran cantidad de movimientos variados. Podríamos considerarla una especie de indicador del nivel de entrenamiento. Por ejemplo para intentar ir a las galerías remotas de Salcedillo.
En San Pantaleón visité el gallinero y estuve tentado de soltar a todos sus habitantes pero su propietario no quería verse obligado a recogerlos porque eso de meter las gallinas en el gallinero lleva su tiempo. Del interior de la cocina Guillermo trajo unas cervezas y unos aperitivos. La casona de Guillermo en San Pantaleón es un lugar increíble que te transmite calma y bienestar. Huele a respetable madera antigua, a libros del siglo XIX, a historia que recordar para aprender de los errores del pasado. Disfrutamos del atardecer hablando de unas cosas y de otras. Cosas que mayormente no tienen solución o cuya solución requiere demasiado esfuerzo de comprensión. Aunque, a veces, la mejor solución es comprender que un problema a cuya creación no has contribuido no es un problema tuyo: no tienes que resolverlo. Como casi siempre que vamos a una cueva esta vez nos pareció que teníamos que volver al Coverón para ver unas galerías que, según la topografía, tiene soplos importantes. Y, ciertamente, es muy probable que volvamos de visita a los muchos rincones que posee el Coverón de Llueva o, tal vez, a explorar con los ingleses.
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