14/7/24

Rascavieja

 

La cueva en sí era "facilona" y el acceso un "paseo senderista". Eso era lo que pensábamos cuando la elegimos César y yo para ir con Iris y Mateo; aunque en la práctica la elegí yo ya que César no tenía tiempo para pensar en cuevas. A la excursión se apuntaron además toda una tropilla variopinta de varias generaciones. Eduardo, Irene, Marisa, María, Abril... todos empacados en dos coches para ahorrar combustible.

Como a las once y media de la mañana iniciamos nuestro paseo senderista. Resulto que la cómoda senda se había convertido con las lluvias y el calor en una traza algo visible al comienzo de la ruta pero totalmente desaparecida por la vegetación al ir avanzando hacia el este. Al final fuimos campo a través de helechos, hierbas y arbustos espinosos y con piedras o resaltes, bajo el manto verde, tropezando y desequilibrándonos. En esta etapa se nos descolgó María que se volvió al segundo grupo, el de los no espeleólogos, que venía bastante atrás. Aunque la cueva se encuentra en una posición muy "localizable" la falta de visibilidad y las dificultades con la vegetación nos obligaron a mirar en un par de sitios antes de "localizarla" de hecho. Es probable que el primer agujero al que me acerqué fuese la Cueva del Patatal. Luego andando por la base de la pared, medio en travesía por roca, medio abriéndose camino por la vegetación, llegamos a la bocaza.

 

 

Unos minutos después, y ya con aspecto de espeleólogos, nos metimos en la cavidad. Nos sorprendió la notable corriente de aire procedente del interior. Pasada la salita de entrada una muy empinada rampa de tierra orgánica nos condujo a una enorme sala. Avanzando un tanto apareció un grupo de estalagmitas con la punta plana y el aspecto de un huevo frito. Extrañas cosas que ocurren en las grutas. Un divertículo a la derecha nos entretuvo un rato antes de seguir adentrándonos por una rampa arenosa que nos elevó hasta un collado entre la primera sala y otra sala tan grande como la anterior. Los suelos estaban decorados de amplias coladas y gours someros. Tuvimos que ir sorteándolos por los caminos mejores para minimizar los daños a las formaciones minerales. Atravesando una tercera sala nos pusimos en una bifurcación. César miro la hora y dijo que mejor elegir una de las dos para que no se nos hiciera tarde (habíamos quedado como a las tres en Casa German). Nos metimos por el ramal de la derecha que era el que traía corriente de aire evidente y pronto llegamos, por una rampa de bloques, a una obstrucción sin posibilidades y sin soplos. Sin embargo, volviendo atrás un poco, localizamos la corriente de aire en unas grietas que descendían entre bloques y en el que alguien había instalado un hilo guía y  pintado abundantes flechas de tizne negro. Dejamos a Iris y Mateo al comienzo del pasaje estrecho y fuimos a echar un vistazo somero. Se trataba de una serie de auténticas gateras técnicas entre bloques y a la tercera lo dejamos para no entretenernos demasiado. Ya de salida nos preguntábamos, con elucubraciones variadas, por esas extrañas gateras. A la vuelta a casa comprobamos, mirando bien, que la gateras eran el paso a un tramo de cavidad ya topografiado pero que contiene importantes incógnitas. Nos quedó claro que íbamos a volver a Rascavieja.

           Para mejorar la bajadita a los coches descendimos directo a la hierba y fuimos horizontales después, pero la cosa fue aún peor que en la subidita. Afortunadamente luego pudimos retomar la senda y acabar con éxito la bajada. Poco después estábamos en Casa German frente a unas cervezas que nos supieron a gloria. Y frente a una comilona de las de dos platos y postre que terminó de rematarnos. Sólo quedó pendiente donde encontrar un sitio donde dormir la siesta plácidamente. Así fueron las cosas.  

 

 

No hay comentarios: