La Mina de Jaravía
Mavil se acaba de mudar de casa en Molina y Dani le enseña a hacer presas de escalada. Yendo de Murcia a Lorca en el Toyota oigo a Dani contar a Mavil los problemas que ha tenido ayer con los moldes de las presas que flotan-como-una-ballena. Desde Lorca nos desviamos hacia Aguilas y Calarreona. nos decidimos por lo último. La autovía supera un puerto de escasa altitud y luego se desliza hacia el mar con suavidad entre colinas desérticas, oasis y zonas de invernaderos. En la luz clara y diáfana del sur, el paisaje, árido, se perfila con nitides. El mar envuelve por el sudoeste la tierra de all-the-colors-for-yuor-eyes y resuelve la costa de Terreros en mil pequeñas calas. Poco después alcanzamos una desviación hacia Pulpí y tras dos kilómetros aterrizamos en Jaravía. Tenemos claro que hay que mantener la boca cerrada mientras tomamos unos cafés servidos por una dulce quinceañera que no tiene muy claro todas las variantes de cafés que existen. La boca cerrada pues la Mina de Jaravía tiene todos sus accesos bloqueados, salvo uno que tiene la puerta de hierro bien puesta, desde que se descubrio la geoda. Todos los accesos bloqueados y las posibilidades de entrar, escasas, en manos de un Dpto. de la Universidad de Almería. Y la Guardia Civil enterada del tema y los vecinos de Jaravía también. Sin embargo Mavil con el tesón y la suerte que le caracterizan, ha encontrado en uno de los accesos bloqueados un fallo que permite, con riesgo, acceder a la mina. Se trata de un pozo de mina bien construido -que en principio no tendría ningún peligro- en el que la “gestión de la mina” ha arrojado con una excavadora abundantes escombros que han quedado empotrados entre la obra del pozo y entre sí formando un tapón que no está completo y que permite pasar (Virgen del Socorro líbranos de todo mal).
Cuando llegamos a la explanada de la mina hay otro coche y pensamos, en un principio, que pertenecerá a un grupo de visita en La Geoda. Pero en realidad se trata de una pareja de catalanes que están buscando minerales en las escombreras. Me enrollo a hablar con ellos y largan que acaban de realizar un curso de cinco días de Gelogía y Minerales con todo organizado y que ellos se han quedado un día más. Por supuesto no les cuento lo que hemos venido a hacer. Por el contrario, les imitamos y nos dedicamos a buscar bonitos cristales de yeso, pirita, galena, siderita y otras cositas similares por todas las escombreras, pozos y excavaciones de los alrededores con la esperanza de que nos dejen el campo libre. A las dos y media llevamos casi dos horas coleccionando piedras y los catalanes picando con sus martillos todo lo que les llama la atención. Pero el hambre puede más que la curiosidad y por fin se piran. Entonces nos ponemos, febriles, al trabajo.
Instalamos el pozo a partir de un gancho del Toyota y reenviamos a partir de una colaña de madera empotrada en la torre del pozo. De aquí la cuerda pasa entre un bloque mírame-y-no-me-toques y el terroso borde lleno de piedras sueltas. El primero que baja es Mavil que conoce ya la bajada. El segundo soy yo. Durante el descenso le rezo a la Virgen varias avemarías y hago promesas de ser mejor persona si salgo con vida de allí (no estoy bromeando). Bajo la montaña de bloques y escombros cuelgan colañas de madera y de hierro una de las cuales tiene seis metros y está vertical y en medio del pozo con su afilada punta mirando directo al fondo. Unos 18 metros más abajo se accede a una galería de mina pero el pozo se pierde hacia las profundidades al menos unos 50 metros. Marisa se niega a bajar y Dani baja el tercero. Una vez en la galería todo lo demás es coser y cantar. Avanzamos hasta que esta primera galería desemboca en una galería importante, por la izquierda se va a la entrada habilitada y por la derecha hacia La Geoda. Caminamos unos 500 metros tomando siempre todas las desviaciones a la izquierda. Entonces alcanzamos una galería que se estrecha formando una gatera entre vigas de madera y seguimos los cables eléctricos que van del grupo electrógeno hacia La Geoda. Una rampa, seguida de un corto pasamanos y de una escalera vertical de 7 metros, asegurada, nos conducen a una plataforma donde hay una escalerilla de aluminio. Esta escalera asciende 3 metros hasta una gatera entre cristales de yeso llamativamente grandes. Aquí empieza La Geoda. Lo que pueda contaros sobre este lugar es nada. Toda descripción se quedará corta pero lo voy a intentar: imaginaos la típica geoda que venden en las tiendas de minerales pero multiplicad por 50 o 100 su escala. Obtendréis una geoda de unos 5 metros de larga por 2 a 2.5 de ancha y 1.5 a 2 de alta cubierta de cristales de yeso transparentes de 0.5 a 1 metro (o incluso más) de tamaño. Cubierta por el techo las paredes y el suelo. La transparencia permite intuir la roca que rodea a los cristales de La Geoda. Personalmente me instalé sobre una cara horizontal de un cristal del suelo del tamaño de un pequeño sofá y me quede allí quieto entre media y una hora por que no había nada que decir. Me entró un estado reverencial frente a una maravilla tal. Permitidme que os diga que, aunque hemos entrado furtivamente a La Geoda, antes de entrar nos cambiamos a luz eléctrica de leds y nos quitamos las botas y toda la ropa sucia para entrar en calcetines y con ropa limpia. Es lo menos que puede hacerse.
De vuelta hacia la salida recogimos algunos trozos de mineral de las escombreras en las galerías y nos entretuvimos calculando las posibilidades de entrar por algún otro pozo más seguro. Desde luego durante el ascenso por el pozo tuve tiempo de encomendarme a Todos los Santos. Os confieso que no volveré a entrar por ese pozo aún a pesar de la maravilla que defiende. Fuera ya, el atardecer hace que los colores sean más cálidos. Volvemos hacia Murcia contentos de haber contemplado La Geoda.
Cuando llegamos a la explanada de la mina hay otro coche y pensamos, en un principio, que pertenecerá a un grupo de visita en La Geoda. Pero en realidad se trata de una pareja de catalanes que están buscando minerales en las escombreras. Me enrollo a hablar con ellos y largan que acaban de realizar un curso de cinco días de Gelogía y Minerales con todo organizado y que ellos se han quedado un día más. Por supuesto no les cuento lo que hemos venido a hacer. Por el contrario, les imitamos y nos dedicamos a buscar bonitos cristales de yeso, pirita, galena, siderita y otras cositas similares por todas las escombreras, pozos y excavaciones de los alrededores con la esperanza de que nos dejen el campo libre. A las dos y media llevamos casi dos horas coleccionando piedras y los catalanes picando con sus martillos todo lo que les llama la atención. Pero el hambre puede más que la curiosidad y por fin se piran. Entonces nos ponemos, febriles, al trabajo.
Instalamos el pozo a partir de un gancho del Toyota y reenviamos a partir de una colaña de madera empotrada en la torre del pozo. De aquí la cuerda pasa entre un bloque mírame-y-no-me-toques y el terroso borde lleno de piedras sueltas. El primero que baja es Mavil que conoce ya la bajada. El segundo soy yo. Durante el descenso le rezo a la Virgen varias avemarías y hago promesas de ser mejor persona si salgo con vida de allí (no estoy bromeando). Bajo la montaña de bloques y escombros cuelgan colañas de madera y de hierro una de las cuales tiene seis metros y está vertical y en medio del pozo con su afilada punta mirando directo al fondo. Unos 18 metros más abajo se accede a una galería de mina pero el pozo se pierde hacia las profundidades al menos unos 50 metros. Marisa se niega a bajar y Dani baja el tercero. Una vez en la galería todo lo demás es coser y cantar. Avanzamos hasta que esta primera galería desemboca en una galería importante, por la izquierda se va a la entrada habilitada y por la derecha hacia La Geoda. Caminamos unos 500 metros tomando siempre todas las desviaciones a la izquierda. Entonces alcanzamos una galería que se estrecha formando una gatera entre vigas de madera y seguimos los cables eléctricos que van del grupo electrógeno hacia La Geoda. Una rampa, seguida de un corto pasamanos y de una escalera vertical de 7 metros, asegurada, nos conducen a una plataforma donde hay una escalerilla de aluminio. Esta escalera asciende 3 metros hasta una gatera entre cristales de yeso llamativamente grandes. Aquí empieza La Geoda. Lo que pueda contaros sobre este lugar es nada. Toda descripción se quedará corta pero lo voy a intentar: imaginaos la típica geoda que venden en las tiendas de minerales pero multiplicad por 50 o 100 su escala. Obtendréis una geoda de unos 5 metros de larga por 2 a 2.5 de ancha y 1.5 a 2 de alta cubierta de cristales de yeso transparentes de 0.5 a 1 metro (o incluso más) de tamaño. Cubierta por el techo las paredes y el suelo. La transparencia permite intuir la roca que rodea a los cristales de La Geoda. Personalmente me instalé sobre una cara horizontal de un cristal del suelo del tamaño de un pequeño sofá y me quede allí quieto entre media y una hora por que no había nada que decir. Me entró un estado reverencial frente a una maravilla tal. Permitidme que os diga que, aunque hemos entrado furtivamente a La Geoda, antes de entrar nos cambiamos a luz eléctrica de leds y nos quitamos las botas y toda la ropa sucia para entrar en calcetines y con ropa limpia. Es lo menos que puede hacerse.
De vuelta hacia la salida recogimos algunos trozos de mineral de las escombreras en las galerías y nos entretuvimos calculando las posibilidades de entrar por algún otro pozo más seguro. Desde luego durante el ascenso por el pozo tuve tiempo de encomendarme a Todos los Santos. Os confieso que no volveré a entrar por ese pozo aún a pesar de la maravilla que defiende. Fuera ya, el atardecer hace que los colores sean más cálidos. Volvemos hacia Murcia contentos de haber contemplado La Geoda.
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